sábado, 4 de octubre de 2014

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 53. “La Responsabilidad De La Iglesia”

La iglesia como vigilante. El Señor quiere usar a la escuela de iglesia para ayudar a los padres en la educación y preparación de sus hijos para el tiempo que nos espera. Por lo tanto, dedíquese la iglesia con fervor a la obra de esta escuela, y haga de ella lo que el Señor quiere que sea. 
(Consejos para los Maestros, pág. 127). 

Dios ha designado a la iglesia como atalaya, para que ejerza un cuidado celoso sobre los jóvenes y niños, y que como centinela vea cómo se acerca el enemigo y advierta del peligro. Pero la iglesia no comprende la situación. Duerme estando de guardia. En este tiempo de peligro, los padres deben despertarse y trabajar como por su vida, o muchos de los jóvenes se perderán para siempre (Id., pág. 126). 

La ley de Dios debe exaltarse. La iglesia tiene una obra especial que hacer en lo que toca a educar y disciplinar a sus niños de modo que, al asistir a las clases o estar en cualquier otra compañía, no sientan la influencia de los dominados por hábitos corrompidos. El mundo está lleno de iniquidad y desprecio de los requerimientos de Dios. . . . Las iglesias protestantes han aceptado el falso día de reposo, producto del papado, y lo han exaltado por encima del día santificado por Dios. Es tarea que nos corresponde la de explicar con claridad a nuestros niños que el primer día de la semana no es el verdadero día de reposo y que su observancia, después de habernos llegado la luz en cuanto a lo que es el sábado, es una franca impugnación de la ley de Dios.
 (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 452). 

Obreros especializados deben ser preparados para Cristo. Como iglesia, como individuos, si queremos estar sin culpa en el juicio, debemos hacer esfuerzos más generosos para la educación de nuestros jóvenes, a fin de que puedan estar mejor preparados para las diversas ramas de la gran obra confiada a nuestras manos. Debemos trazar planes sabios, para que las mentes ingeniosas de los que tienen talentos puedan ser fortalecidas y disciplinadas de la manera más refinada, a fin de que la obra de Cristo no sea impedida por falta de obreros hábiles, que harán su obra con fervor y fidelidad (Consejos para los Maestros, pág. 35). 

Todos deben compartir los gastos. Participen todos en los gastos. Repare la iglesia en que aquellos que deban recibir sus beneficios estén asistiendo a la escuela. Se debe ayudar a las familias pobres. No podemos llamarnos verdaderos misioneros si descuidamos a aquellos que están a nuestras mismas puertas, que se hallan en la edad más crítica y que necesitan nuestra ayuda para obtener el conocimiento y la experiencia que los capacite para el servicio de Dios. El Señor quiere que se hagan afanosos esfuerzos en la educación de nuestros niños.
 (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 475). 

Aliviad la carga financiera de educar a los jóvenes dignos. Las iglesias de diferentes localidades deben sentir que descansa sobre ellas la solemne responsabilidad de educar a los jóvenes y preparar sus talentos para que se dediquen a la obra misionera. Cuando ellos vean en la iglesia quienes prometen llegar a ser obreros útiles, pero que no pueden sostenerse en la escuela, deben asumir la responsabilidad de mandarlos a una de nuestras escuelas. Hay en las iglesias excelente capacidad que necesita dedicarse a servir. Hay personas que prestarían buen servicio en la viña del Señor, pero muchas son demasiado pobres para obtener, sin ayuda, la educación que necesitan. Las iglesias deben considerarlo un privilegio tener una parte en sufragar los gastos de las tales. Los que tienen la verdad en su corazón, son siempre generosos, y ayudan donde es necesario. Van a la cabeza y otros imitan su ejemplo. Si hay quienes debieran gozar de los beneficios de la escuela, pero no pueden pagar toda su enseñanza, manifiesten las iglesias su liberalidad ayudándoles.
 (Consejos para los Maestros, pág. 57). 

Fondo para estudios superiores. Créese un fondo por contribuciones generosas para el establecimiento de escuelas colegios e instituciones superiores] que lleven adelante la obra educativa. Necesitamos hombres bien preparados, bien educados, para trabajar en interés de las iglesias. Deben presentar el hecho de que no podemos confiar nuestros jóvenes a los seminarios y colegios establecidos por otras denominaciones; debemos reunirlos en nuestras escuelas, donde no se descuidará su preparación religiosa (Id., págs. 36, 37). 

Dése para las misiones, pero no se descuide a los jóvenes de la comunidad ¿Darán los miembros de la iglesia recursos para adelantar la causa de Cristo entre los demás y dejarán de paso a sus propios hijos fomentar la obra y el servicio de Satanás? 
(Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 475). 

Aunque debemos hacer esfuerzos fervientes por las masas que nos rodean, y hacer avanzar la obra en los campos extranjeros, ningún caudal de trabajo en este ramo puede sernos una disculpa por descuidar la educación de nuestros niños y jóvenes. Se los ha de educar para que lleguen a ser obreros de Dios. Tanto los padres como los maestros, por su precepto y ejemplo, han de inculcar los principios de la verdad y honradez en la mente y el corazón de los jóvenes, a fin de que lleguen a ser hombres  y mujeres tan fieles a Dios y a su causa como el acero.
 (Consejos para los Maestros, pág. 126). 

Orad con fe; Dios abrirá el camino. Puede ser que algunos pregunten: ¿Cómo se han de establecer tales escuelas? No somos un pueblo rico, pero si oramos con fe, y permitimos al Señor que obre en nuestro favor, él abrirá delante de nosotros caminos para establecer, en lugares retraídos pequeñas escuelas para la educación de nuestros jóvenes, no sólo en las Escrituras y el saber que se obtiene de los libros, sino en muchos ramos de trabajo manual (Id., pág. 157). 

"Levantémonos y edifiquemos".* Debiéramos establecer la obra debidamente aquí en Crystal Springs [Sanitarium, California]. Aquí están nuestros hijos. ¿Permitiremos que sean contaminados por el mundo: por su iniquidad, su desobediencia de los mandamientos de Dios? pregunto a los que están haciendo planes para enviar a sus hijos a las escuelas públicas donde están expuestos a ser contaminados, ¿cómo podéis afrontar tal riesgo? Deseamos construir un edificio escolar para nuestros hijos. Debido a los muchos pedidos de dinero, parece difícil conseguir suficientes medios o despertar un interés lo suficientemente grande como para construir una escuela pequeña y conveniente. He dicho a la junta escolar que yo les cedería algo de terreno por todo el tiempo que ellos lo usaran para propósitos escolares. Espero que se despierte suficiente interés para que podamos erigir un edificio donde nuestros hijos puedan ser enseñados en la Palabra de Dios que es la sangre vital y la carne del Hijo de Dios. . . . 

¿No os interesaréis en la construcción de este edificio escolar en el cual se ha de enseñar la Palabra de Dios? Cuando se le preguntó a un hombre cuánto daría a la escuela en forma de trabajo, dijo que si se le daban tres dólares por día, casa y comida, nos ayudaría. Pero no queremos ofertas de esa clase. Recibiremos ayuda. Esperamos tener un edificio escolar en el que se pueda enseñar la Biblia, en el que se puedan ofrecer oraciones a Dios, y en el que los niños puedan ser instruidos en los principios bíblicos. Esperamos que todos los que puedan unirse con nosotros deseen participar en la construcción de este edificio. Esperamos preparar un pequeño ejército de obreros en esta ladera (Manuscrito 100, 1902). 

Ayudad con trabajo así como con dinero. Sabemos que todos están interesados en el buen éxito de esta empresa. Los que dispongan de tiempo, den unos pocos días para ayudar a construir esta escuela. Todavía no se ha prometido suficiente dinero para pagar siquiera el material necesario. Estamos contentos por lo que se ha dado, pero ahora pedimos a todos que se interesen decididamente en este asunto, de modo que pronto tengamos un lugar donde puedan estudiar la Biblia nuestros hijos, que es el fundamento de toda verdadera educación. El temor del Señor, la primerísima lección a enseñarse, es el principio de la sabiduría. No hay razón para que este asunto se estanque. Dispónganse todos a ayudar, perseverando con interés inmutable hasta que esté completo el edificio. Hagan todos algo. Quizá algunos tengan que levantarse a las 4 de la mañana a fin de ayudar. Por regla general, comienzo mi trabajo antes de esa hora. Tan pronto como haya luz del día, algunos podrían comenzar a trabajar en el edificio, empleando una hora o dos antes del desayuno. Quizá otros no puedan hacer esto. Pero todos pueden hacer algo para mostrar su interés en facilitar a los niños su educación en una escuela donde puedan ser disciplinados y preparados para el servicio de Dios. Seguramente su bendición descansará sobre cada esfuerzo. . . . 

Hermanos y hermanas, ¿qué haréis para ayudar a construir una escuela de iglesia? Creemos que todos considerarán como un privilegio y una bendición que haya este edificio de escuela. Captemos el espíritu de la obra, diciendo: Nos levantaremos y edificaremos. Si todos pusieran manos a la obra al unísono, pronto tendríamos un edificio escolar en el cual día tras día nuestros niños serán enseñados en los caminos del Señor. Al hacer lo mejor que podemos, la bendición de Dios descansará sobre nosotros. ¿Nos levantaremos y edificaremos? (Manuscrito 100, 1902). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 52. “La Elección De La Escuela”


Sufrimos pérdidas terribles. A veces me sorprendo a mí misma deseando que Dios hable a los padres con una voz audible como habló a la esposa de Manoa, para decirles lo que deben hacer en la educación de sus hijos. Experimentamos pérdidas terribles en cada rama de la obra debido al descuido de la educación en el hogar. Fue esto lo que hizo resaltar la necesidad de escuelas donde predominara una influencia religiosa. Si hay algo que se pueda hacer para contrarrestar el gran mal, lo haremos con la fortaleza de Jesús (Manuscrito 119, 1899). 

Afrontamos un acontecimiento supremo. Padres, tutores, colocad a vuestros niños en escuelas donde la influencia sea similar a la que se ejerce en una escuela de hogar rectamente manejada; escuelas donde los maestros llevarán a los niños hacia adelante paso tras paso, y en las cuales la atmósfera espiritual sea un sabor de vida para vida. . . . 

Depende grandemente de la influencia que los rodee, después de haber salido de su hogar, entre aquellos a quienes van en procura de instrucción cristiana, el que nuestros jóvenes que han recibido una sabia instrucción y una educación de padres piadosos, continúen o no siendo santificados por la verdad (Testimonies, tomo 8, pág. 226). 

¿Qué clase de educadores? En el mundo hay dos clases de educadores. Una clase está formada por aquellos a quienes Dios convierte en canales de luz y la otra clase por aquellos a quienes Satanás usa como sus agentes, que son sabios para hacer el mal.

 Una clase contempla el carácter de Dios y acrecienta su conocimiento de Jesús, a quien Dios ha enviado al mundo. Esta clase se entrega plenamente a aquellas cosas que proporcionarán iluminación celestial, sabiduría celestial para la exaltación del alma. Cada facultad de su naturaleza está sometida a Dios y sus pensamientos han sido colocados en cautividad ante Cristo. 

 La otra clase está confabulada con el príncipe de las tinieblas, que siempre está alerta buscando la oportunidad para enseñar a otros el conocimiento del mal.
 (Fundamentals of Christian Education, pág. 174). 

Elegid la escuela donde Dios es el fundamento. Al hacer planes para la educación de sus hijos fuera del hogar, los padres deben comprender que ya no es seguro mandarlos a las escuelas fiscales, y deben esforzarse por enviarlos a aquéllas en las cuales obtendrán una educación basada en el fundamento bíblico. Sobre cada padre cristiano descansa la obligación solemne de dar a sus hijos una educación que los inducirá a obtener conocimiento de Dios, y a llegar a ser partícipes de la naturaleza divina por la obediencia a la voluntad y el camino de Dios.
 (Consejos para los Maestros, págs. 157, 158). 

Considerad el consejo de Dios para Israel. Mientras caían sobre la tierra de Egipto los juicios de Dios, el Señor no sólo indicó a los israelitas que mantuvieran a sus hijos dentro de sus casas, sino que aun ordenó que entraran su ganado de los campos. . . . 

Así como los israelitas preservaron a sus hijos dentro de sus hogares durante el tiempo cuando los juicios de Dios estuvieron en la tierra de Egipto, así también en este tiempo de peligro hemos de preservar a nuestros hijos separándolos y apartándolos del mundo. Hemos de enseñarles que los mandamientos de Dios significan mucho más de lo que nos imaginamos. Los que los guardan no imitarán las prácticas de los transgresores de la ley de Dios. Los padres deben considerar la Palabra de Dios con respeto, obedeciendo sus enseñanzas.

 A los padres de hoy tanto como a los israelitas Dios declara: "Estas palabras . . . estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas". A pesar de esa clara instrucción, algunos de los hijos de Dios permiten que sus hijos asistan a escuelas públicas donde se mezclan con los que practican costumbres corruptas. En esas escuelas, sus hijos no pueden estudiar la Biblia ni aprender sus principios. Padres cristianos, debéis procurar que vuestros hijos se eduquen en los principios bíblicos.
 (Manuscrito 100, 1902). 

Se neutraliza la verdad bíblica. Se confunde el niño. ¿Obtienen nuestros niños, de parte de los maestros de las escuelas públicas, ideas que armonizan con la Palabra de Dios? ¿Les es presentado el pecado como una ofensa contra Dios? ¿Se les enseña que la obediencia a los mandamientos de Dios es el principio de toda sabiduría? Mandamos nuestros niños a la escuela sabática para que se les eduque acerca de la verdad, y luego, cuando van a la escuela fiscal, les hacen aprender lecciones que encierran mentiras. Estas cosas confunden la mente y no debieran suceder, pues si los jóvenes acogen ideas que pervierten la verdad, ¿cómo podrá ser contrarrestada la influencia de dicha educación? ¿Podremos, acaso, maravillarnos de que en tales circunstancias algunos jóvenes de entre los nuestros no aprecien los beneficios religiosos? ¿Podremos maravillarnos de que se dejen arrastrar hacia la tentación? ¿Podremos maravillarnos de que, habiendo vivido en el abandono que les ha tocado, consagren sus energías a diversiones que ningún bien les reportan, que estén empobrecidas sus aspiraciones religiosas y oscurecida su vida espiritual? La mente será de igual carácter que aquello de que se alimenta; la cosecha, de igual naturaleza que la semilla sembrada. ¿No bastan estos hechos para hacernos ver cuán necesario es amparar desde los primeros años la educación de los jóvenes? ¿No sería mejor para los jóvenes crecer hasta cierto punto en ignorancia de lo que comúnmente se acepta por educación, más bien que llegar a ser indiferentes a la verdad de Dios? 
(Joyas de los Testimonios, tomo 2, págs. 452. 453). 

Escuelas en todas nuestras iglesias. En todas nuestras iglesias debiera haber escuelas, y en éstas, maestros que sean misioneros. Es esencial que éstos estén preparados para desempeñar bien su parte en la obra importante de educar a los niños de los observadores del sábado, no sólo en las ciencias, sino en las Escrituras. Estas escuelas, establecidas en diferentes localidades, bajo la dirección de hombres y mujeres temerosos de Dios, según lo exija el caso, deben fundarse sobre los mismos principios en que estaban edificadas las escuelas de los profetas 
(Consejos para los Maestros, pág. 129). 

Escuelas de iglesia en las ciudades. Es de importancia máxima que se establezcan escuelas de iglesia a las cuales se puedan enviar los niños y todavía estén bajo el cuidado de su madre y tengan la oportunidad de practicar las lecciones de ser serviciales que es el propósito de Dios que aprendan en el hogar... Mucho más se puede hacer para salvar y educar a los niños de los que en la actualidad no pueden salir de las ciudades. Este es un asunto digno de nuestros mejores esfuerzos. En las ciudades han de establecerse escuelas de iglesia y en relación con esas escuelas deben trazarse planes para la enseñanza de estudios más avanzados cuando haya demanda de ellos (Review and Herald, 17-12-1903).

 Establézcanse escuelas para las iglesias pequeñas. Muchas familias que con el objeto de educar a sus hijos se trasladan a los lugares donde están establecidas nuestras escuelas mayores prestarían mejor servicio al Maestro si se quedaran donde se encuentran. Debieran animar a la iglesia de la cual son miembros a establecer una escuela de iglesia donde los niños que habiten dentro de sus confines pudieran recibir una educación cristiana perfecta y práctica. Sería muchísimo mejor para sus hijos, para ellos mismos y para la causa de Dios, si se quedasen en las iglesias más pequeñas, donde se ha menester de su ayuda, en lugar de ir a las más grandes, donde, a causa de que no se les necesita, existe la constante tentación a caer en la inercia espiritual. Dondequiera que haya unos cuantos observadores del sábado, los padres deben unirse para habilitar un lugar destinado a escuela diaria donde sus hijos y jóvenes puedan ser enseñados. Deben ocupar a un maestro cristiano que, como consagrado misionero, eduque a los niños de manera que los encamine hacia la vocación misionera. Ocúpense maestros que den una educación cabal en los ramos comunes, haciendo de la Biblia el fundamento y vida de todo estudio (Joyas de los Testimonios, tomo 2, págs. 456, 457). 

En las localidades donde hay pocos creyentes, únanse dos o tres iglesias para levantar un humilde edificio para la escuela de iglesia 
(Testimonies, tomo 6, pág. 109). 

Si los padres comprendieran la importancia de esos pequeños centros de educación, y cooperaran para hacer la obra que el Señor desea que se haga en este tiempo, se frustrarían los planes del enemigo de nuestros hijos (Manuscrito 33, 1908).

 Escuelas de iglesia en los hogares. En cuanto sea posible, todos nuestros hijos deben tener oportunidad de obtener educación cristiana. A fin de proveerla, debemos a veces establecer escuelas de iglesia en los hogares. Sería bueno si varias familias de un vecindario se uniesen para emplear a un maestro humilde y temeroso de Dios, que dé a los padres la ayuda que necesitan para educar a sus hijos. Esto será una gran bendición para muchos grupos aislados de observadores del sábado, y un plan más agradable al Señor que el que se ha seguido a veces, a saber, enviar a niños tiernos lejos de sus casas para asistir a una de nuestras escuelas mayores. Los pequeños grupos de observadores del sábado son necesarios para mantener en alto la luz delante de sus vecinos; y se necesitan los niños en los hogares, para poder ayudar a sus padres cuando terminan las horas de estudio. El mejor lugar para los niños es el hogar cristiano bien ordenado, donde puedan recibir la disciplina paterna según la orden del Señor (Consejos para los Maestros, pág. 122). 

Un problema de los miembros aislados. Algunas familias de observadores del sábado viven solas o muy separadas de otras de la misma fe. A veces han enviado a sus hijos a nuestras escuelas de internos, donde recibieron beneficio, regresando después para ser una bendición en su propio hogar. Pero algunas no pueden mandar a sus hijos lejos del hogar para que se eduquen. En tales casos, los padres deben hacer lo posible por emplear a un maestro de vida religiosa ejemplar, para quien sea un placer trabajar por el Maestro en cualquier actividad y estar dispuesto a cultivar cualquier porción de la viña del Señor. Los padres y las madres deben cooperar con el maestro, trabajando fervorosamente por la conversión de sus hijos (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 457). 

Es de vital importancia salvar a los niños. En algunos países, la ley obliga a los padres a enviar sus hijos a la escuela. En esos países se debiera establecer escuelas en las localidades donde hay iglesias, aun en el caso de que no hubiera más que seis niños para concurrir a cada una de ellas. Trabajad por impedir que vuestros hijos se ahoguen en las influencias viciosas y corruptoras del mundo, como si estuvieseis trabajando por vuestra propia vida. Estamos muy atrasados en el cumplimiento de nuestro deber en este importante asunto. En muchos lugares hace años que debieran estar funcionando escuelas. Muchas localidades hubieran tenido así representantes de la verdad que habrían dado carácter a la obra del Señor. En vez de concentrar tantos edificios imponentes en unos pocos lugares, debieran haberse establecido escuelas en muchas localidades. Establézcanse ahora dichas escuelas con sabia dirección para que los niños y jóvenes sean educados en sus propias iglesias. Es una hiriente ofensa inferida a Dios el hecho de que haya existido tanto descuido en esto, cuando la Providencia nos ha provisto tan abundantes facilidades con que trabajar (Id., pág. 458).

 No se debe abandonar una escuela establecida. Nunca debe abandonarse el trabajo educativo en un lugar donde se ha establecido una escuela de iglesia, a menos que Dios indique claramente que así debe hacerse. Las condiciones adversas pueden parecer conspirar contra la escuela, pero con la ayuda de Dios el maestro puede hacer una gran obra salvadora y transformar las cosas (Consejos para los Maestros, pág. 121). 

Encaminad a los niños desobedientes e indisciplinados. A veces hay en la escuela un elemento desordenado que hace muy difícil el trabajo. Los niños que no han recibido la debida educación causan mucha dificultad, y su perversidad causa tristeza al corazón del maestro. Pero él no debe desalentarse. Las pruebas imparten experiencia. Si los niños son desobedientes e indisciplinados, tanto más necesario es el esfuerzo arduo. El hecho de que haya alumnos de tal carácter, es una de las razones por las cuales deben establecerse escuelas de iglesia. Los niños cuyos padres no los han educado y disciplinado, deben ser salvados si es posible (Id., pág. 118). 

La conversión de los jóvenes mundanos. Hace años, debieran haberse levantado edificios escolares en otros lugares además de ------, no grandes edificios, sino edificios adecuados para escuelas de iglesia en los cuales los niños y jóvenes pudieran recibir una verdadera educación. Los libros de texto empleados debieran ser de tal carácter que llamaran la atención a la ley de Dios. La Biblia debiera ser el fundamento de la educación. En esta obra se magnificarán la luz, la fortaleza y el poder de la verdad. Los jóvenes mundanos cuya mente no ha sido depravada por hábitos de sensualidad, se asociarán con estas escuelas y serán convertidos. . . . Se me ha instruido que esta clase de obra misionera tendrá una notable influencia al extender la luz y el conocimiento de la verdad 
(Manuscrito 150, 1899). 

Mantened las más altas normas. La obra de nuestras escuelas de iglesia debe ser del más elevado carácter. Jesucristo, el Restaurador, es el único remedio para una mala educación, y las lecciones enseñadas en su Palabra siempre deben recordarse a los jóvenes en la forma más atrayente. La disciplina de la escuela debe complementar a la educación del hogar, y tanto en el hogar como en la escuela deben mantenerse la sencillez y la piedad (Consejos para los Maestros, pág. 134).

 Preparad para la educación superior celestial. A los padres [el Señor] hace llegar este grito de alarma: Juntad a vuestros hijos en vuestros hogares; separadlos de aquellos que desprecian los mandamientos de Dios, que enseñan y practican lo malo. Salid de las grandes ciudades tan pronto como os sea posible. Estableced escuelas de iglesia. Dad a vuestros hijos la Palabra de Dios por fundamento de toda su educación. Ella está llena de hermosas lecciones y si los alumnos la convierten en tema de estudio en el curso primario de esta vida, estarán preparados para el curso superior en la por venir (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 454). 

Dios lo ha provisto. Nuestras escuelas son los instrumentos especiales del Señor para preparar a los niños y a los jóvenes para la obra misionera. Los padres deben comprender su responsabilidad, y ayudar a sus hijos a apreciar los grandes privilegios y las bendiciones que Dios les ha provisto en las ventajas educativas (Consejos para los Maestros, pág. 115). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 51. “La Preparación Para La Escuela”

Los primeros ocho o diez años. Los niños no deberían estar mucho tiempo dentro de las casas; no se les debería exigir que se apliquen con mucho tesón al estudio hasta que se haya echado un buen cimiento para el desarrollo físico. Durante los ocho o diez primeros años de la vida del niño, el campo o el jardín constituyen la mejor aula, la madre, la mejor maestra, y la naturaleza el mejor libro de texto. Hasta que el niño tenga edad suficiente para asistir a la escuela se debería considerar su salud más importante que el conocimiento de los libros. Debería estar rodeado de las más favorables condiciones para el crecimiento físico y mental (La Educación, pág. 204). 

Existe la costumbre de enviar a los niñitos prematuramente a la escuela. Se requiere de ellos que estudien de los libros cosas que sobrecargan su mente. . . . Este proceder no es sabio. Un niño nervioso no debiera ser sobrecargado de ninguna manera (Fundamentals of Christian Education, pág. 416). 

El programa del niño durante la infancia. Durante los primeros seis o siete años de la vida del niño, debiera dedicarse especial atención a su educación física antes que a la intelectual. Si su constitución física es buena, después de este período debieran recibir atención ambos tipos de educación. La infancia se extiende hasta la edad de seis o siete años. Hasta este período, debiera dejarse que los niños correteen de acá para allá, como corderitos, por la casa y los patios, dando rienda suelta a sus estados de ánimo, saltando y retozando, libres de cuidado y tribulaciones. Los padres, y especialmente las madres, debieran ser los únicos maestros de esas mentes infantiles. La educación no debiera provenir de los libros. Por regla general, los niños aprenderán las cosas de la naturaleza mediante preguntas. Harán preguntas en cuanto a lo que ven y oyen, y los padres debieran aprovechar la oportunidad para instruir y responder pacientemente a los pequeños preguntones. En esa manera, pueden anticiparse al enemigo y fortalecer la mente de sus hijos sembrando buenas semillas en su corazón, sin dejar terreno para que se arraiguen las malas. En esta tierna edad, la amante instrucción de la madre es lo que necesitan los niños para la formación del carácter. 
(Pacific Health Journal, septiembre de 1897). 

Lecciones durante el período de transición. La madre debiera ser la maestra y el hogar la escuela donde cada niño reciba sus primeras lecciones, y esas lecciones debieran incluir hábitos de laboriosidad. Madres, permitid que los pequeños jueguen al aire libre; permitidles que escuchen los cantos de los pajarillos y conozcan el amor de Dios tal como se expresa en sus bellas obras. Enseñadles sencillas lecciones del libro de la naturaleza y de las cosas que los rodean, y a medida que sus mentes se expandan, pueden añadirse lecciones de los libros y pueden fijarse firmemente en la memoria. Pero aprendan también a ser útiles, aun en sus años más precoces. Enseñadles a pensar que, como miembros del hogar, han de realizar su parte con interés y espíritu de ayuda, compartiendo las tareas domésticas y buscando el ejercicio saludable en la realización de los deberes necesarios del hogar. 
(Fundamentals of Christian Education, págs. 416, 417). 

No necesita ser un proceso penoso. Tal educación es de un valor indecible para un niño, y esta preparación no necesita ser un proceso penoso. Puede darse de tal manera que el niño halle placer aprendiendo a ser útil. Las madres pueden entretener a sus hijos mientras les enseñan a cumplir pequeñas tareas de amor, pequeños deberes del hogar. Esta es la obra de la madre: instruir pacientemente a sus hijos, línea sobre línea, precepto sobre precepto, un poquito aquí y un poquito allá. Y al hacer esta obra, la madre misma obtendrá una educación y una disciplina incalculables (Carta 55, 1902). 

La moral puesta en peligro por los compañeros de escuela. No enviéis a vuestros pequeñuelos a la escuela demasiado precozmente. La madre debiera ser cuidadosa al confiar a otras manos el dar forma a la mente del niño (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 67). 

Muchas madres creen que no tienen tiempo para instruir a sus hijos, y a fin de sacárselos del camino y librarse de su ruido y molestia, los mandan a la escuela....

No sólo se ha puesto en peligro la salud física y mental al enviarlos a la escuela demasiado precozmente, sino que han perdido desde el punto de vista moral. Tuvieron la oportunidad de tratarse con niños incultos. Se asociaron con los que son ásperos y rudos, que mienten, blasfeman, roban y engañan, y que se deleitan en impartir su conocimiento del vicio a los que son menores que ellos. Si se deja a los niñitos librados a sus propias fuerzas, aprenden más fácilmente el mal que el bien. Los malos hábitos se avienen mejor con el corazón natural y las cosas que ven y oyen en su infancia y niñez se graban profundamente en su mente; y la mala semilla sembrada en su corazón joven se arraigará y se convertirá en aguzadas espinas que herirán el corazón de sus padres (Solemn Appeal, págs. 130, 132). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 50. ¿Qué Comprende la Verdadera Educación?

Los alcances de la verdadera educación. La verdadera educación significa más que seguir cierto curso de estudios. Es amplia. Incluye el desarrollo armonioso de todas las facultades físicas y mentales. Enseña a amar y temer a Dios, y es una preparación para el fiel cumplimiento de los deberes de la vida (Consejos para los Maestros, pág. 53).

 Incluye no solamente la disciplina mental, sino el adiestramiento que asegure una moral sana y un comportamiento correcto 
(Id., pág. 252). 

La primera gran lección de toda educación, consiste en conocer y comprender la voluntad de Dios. Debemos hacer en cada día de la vida el esfuerzo para obtener este conocimiento. Aprender la ciencia por la sola interpretación humana es obtener una falsa educación; pero el aprender de Dios y de Cristo es conocer la ciencia del cielo. La confusión que se nota en la educación proviene de que la sabiduría y el conocimiento de Dios no han sido ensalzados (Id., pág. 342). 

Influid contra la rivalidad egoísta y la ambición. En semejante momento, ¿cuál es la tendencia de la educación dada? ¿A qué motivo se dirige más a menudo? A la complacencia del yo. Gran parte de la educación dada es una perversión del arte pedagógico. La verdadera educación es una influencia que contrarresta la ambición egoísta, el anhelo de poder, la indiferencia hacia los derechos y las necesidades de la humanidad, que constituyen una maldición de nuestro mundo. El plan de vida de Dios tiene un lugar para cada ser humano. Cada uno debe perfeccionar sus talentos hasta lo sumo y la fidelidad con que hace esto, sean pocos o muchos los dones, es lo que le da derecho a recibir honor. En el plan de Dios no tiene cabida la rivalidad egoísta. Los que se miden entre sí mismos y se comparan consigo mismos "son faltos de buen sentido" (2 Cor. 10: 12). Cualquier cosa que hagamos debe ser hecha "como del poder que suministra Dios" (1 Ped. 4: 11); "de corazón, como para el Señor, y no para los hombres; sabiendo que de parte del Señor recibiréis el galardón de la herencia; pues servís a Cristo, el Señor" (Col. 3: 23, 24). Son preciosos el servicio prestado y la educación obtenida al poner en práctica estos principios. Pero ¡cuán diferente es una gran parte de la educación que ahora se da! Desde los primeros años de la vida del niño, es un estímulo a la emulación y la rivalidad; fomenta el egoísmo, raíz de todo mal 
(La Educación, págs. 221, 222). 

El modelo fue dado en el Edén. El sistema de educación instituido al principio del mundo, debía ser un modelo para el hombre en todos los tiempos. Como una ilustración de sus principios se estableció una escuela modelo en el Edén, el hogar de nuestros primeros padres. El jardín del Edén era el aula, la naturaleza el libro de texto, el Creador mismo era el Maestro, y los padres de la familia humana los alumnos (Id., pág. 17). 

Ejemplificada por el Maestro supremo. En la educación de sus discípulos, el Salvador siguió el sistema de educación establecido al principio. Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, por el alivio de sus necesidades estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, a la mesa, en el retiro, en el campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas, y, hasta donde podían, tomaban parte en su trabajo. A veces les enseñaba cuando estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces, junto al mar o desde la barca de un pescador; otras, cuando iban por el camino. Cada vez que hablaba a la multitud, los discípulos formaban el círculo más cercano a él. se agolpaban en torno a él para no perder nada de sus instrucción. Eran oidores atentos, anhelosos de comprender las verdades que debían enseñar en todos los países y a todas las edades. 
(Id., págs. 80, 81).

 La verdadera educación es tanto práctica como teórica. En la niñez y en la juventud la instrucción práctica debiera combinarse con la teórica y la mente debiera quedar provista de conocimientos. . . . Debiera enseñarse a los hijos para que tengan parte en los deberes domésticos. Debiera instruírselos para que ayuden al padre y a la madre en las pequeñas cosas que pueden hacer. Su mente debiera ser cultivada para que piense, debiera emplearse su memoria para que recuerde las tareas que se le asignan; y al educárselos en hábitos de utilidad en el hogar, se los está educando para realizar los deberes prácticos que convienen para su edad (Fundamentals of Christian Education, págs. 368, 369). 

No es la elección natural de los jóvenes. La clase de educación que hará idóneos a los jóvenes para la vida práctica, no es la que eligen comúnmente. Ellos insisten en sus deseos, sus gustos y disgustos, sus preferencias e inclinaciones; pero si sus padre, tienen una visión correcta de Dios, de la verdad y de las influencias y compañías que deben rodear a sus hijos, sentirán que sobre ellos descansa la responsabilidad confiada por Dios de guiar cuidadosamente a los jóvenes inexpertos 
(Consejos para los Maestros, pág. 102). 

No es un método para escapar de las responsabilidades de la vida. Incúlquese en los jóvenes el pensamiento de que la educación no les ha de enseñar a esquivar las tareas desagradables ni las cargas pesadas de la vida; que su propósito es hacer más liviano el trabajo mediante la enseñanza de mejores métodos y blancos más elevados. Enseñadles que el verdadero blanco de la vida no es obtener toda la ganancia posible para sí, sino honrar a su Hacedor haciendo su parte en el trabajo del mundo y ayudando a los que son más débiles y más ignorantes 
(La Educación, pág. 217). 

La educación debiera despertar el espíritu de servicio. Más que ningún otro agente, el servir por amor a Cristo en las cosas pequeñas de la vida diaria tiene poder para formar el carácter y para dirigir la vida por el camino del servicio abnegado. Despertar este espíritu, fomentarlo y encauzarlo debidamente es la obra de padres y maestros. No podría encomendárselas obra más importante. El espíritu de servicio es el espíritu del cielo, y en cada esfuerzo que se haga para fomentarlo y alentarlo puede contarse con la cooperación de los ángeles. Una educación tal debe basarse en la Palabra de Dios. Sólo en ella se exponen plenamente los principios de la educación. Debe hacerse de la Biblia el fundamento del estudio y de la enseñanza. El conocimiento esencial es el conocimiento de Dios y de Aquel a quien envió (El Ministerio de Curación, pág. 312). 

La educación moral está por encima de la cultura intelectual. Los niños necesitan grandemente la debida educación, a fin de poder ser útiles en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que ensalce la cultura intelectual por encima de la moral, va descaminado. Instruir, cultivar, pulir y refinar a los jóvenes y los niños, debiera ser la preocupación principal de padres y maestros (Consejos para los Maestros, pág. 67).

 Su propósito es la edificación del carácter. La más alta educación es la que imparte un conocimiento y una disciplina que conducen a un mejor desarrollo del carácter, y prepara al alma para aquella vida que se mide con la vida de Dios. En nuestros cálculos no debe perderse de vista la eternidad. La más alta educación es la que enseña a nuestros niños y jóvenes la ciencia del cristianismo, la que les da un conocimiento experimental de los caminos de Dios, y les imparte las lecciones que Cristo dio a sus discípulos, acerca del carácter paternal de Dios (Id., pág. 37). 

Es una preparación que dirige y desarrolla. Hay una época para desarrollar a los niños, y otra para educar a los jóvenes; es esencial que en la escuela se combinen ambas en extenso grado. Se puede preparar a los niños para que sirvan al pecado, o para que sirvan a la justicia. La primera educación de los jóvenes amolda su carácter, tanto en su vida secular como en la religiosa. Salomón dice: "Instruye al niño en su carrera: aun cuando fuere viejo no se apartará de ella" (Prov. 22: 6). Este lenguaje es positivo. La preparación que Salomón recomienda consiste en dirigir, educar y desarrollar. Para hacer esta obra, los padres y los maestros deben comprender ellos mismos el "camino" por el cual debe andar el niño. Esto abarca más que tener simplemente un conocimiento de los libros. Abarca todo lo que es bueno, virtuoso, justo y santo. Abarca la práctica de la templanza, la piedad, la bondad fraternal y el amor mutuo y hacia Dios. A fin de alcanzar este objeto, debe recibir atención la educación física, mental, moral y religiosa de los niños (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 314).

 Prepara obreros para Dios. Sobre los padres y las madres descansa la responsabilidad de dar una educación cristiana a los hijos que les han sido confiados. En ningún caso deben permitir que ninguna ocupación absorba de tal modo su tiempo y sus talentos que su hijos queden a la deriva hasta que se separen de Dios. No han de permitir que sus hijos caigan en las manos de incrédulos. Han de hacer todo lo que está en su poder para apartarlos del seductor espíritu del mundo. Han de prepararlos para que lleguen a ser colaboradores con Dios. Han de ser la mano humana de Dios que los prepare a ellos y a sus hijos para una vida eterna (Fundamentals of Christian Education, pág. 545). 

Enseña el amor y el temor de Dios. Padres cristianos, por amor de Cristo, ¿no examinaréis vuestros deseos, vuestros propósitos para vuestros hijos y comprobaréis si soportarán la prueba de la ley de Dios? La educación más esencial es la que les enseña el amor y el temor de Dios (Review and Herald, 24-6-1890). 

Es considerada por muchos como anticuada. La educación que ha de durar tanto como la eternidad es casi por completo descuidada y considerada como anticuada y poco deseable. La educación de los niños para que emprendan la obra de edificar el carácter, teniendo en cuenta su bien presente, su paz y felicidad presente, y para guiar sus pasos en el sendero señalado para los redimidos del Señor, es considerada como pasada de moda y por lo tanto como no esencial. A fin de que vuestros hijos entren por las puertas de la ciudad de Dios como vencedores, deben ser educados en el temor de Dios y en la observancia de sus mandamientos en la vida actual (Fundamentals of Christian Education, pág. 111). 

Siempre es progresiva y nunca se completa. Nuestro trabajo en esta vida es una preparación para la vida eterna. La educación empezada aquí no se completará en esta vida, sino que ha de continuar por toda la eternidad, progresando siempre, nunca completa. La sabiduría y el amor de Dios en el plan de la redención se nos revelarán más y más cabalmente. El Salvador, al llevar a sus hijos a las fuentes de aguas vivas, les concederá ricos caudales de conocimiento. Y día tras día las maravillosas obras de Dios, las pruebas de su poder en la creación y el sostenimiento del universo, se manifestarán a la mente en nueva belleza. A la luz que resplandece del trono, desaparecerán los misterios, y el alma se llenará de admiración ante la sencillez de las cosas que nunca antes comprendiera.
(El Ministerio de Curación, pág. 371). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XI) DISCIPLINA DEFECTUOSA: 49. “La Actitud De Los Parientes”

Los parientes complacientes son un problema. Tened cuidado de no entregar el gobierno de vuestros hijos a otros. Nadie puede adecuadamente tomar vuestro lugar en esa responsabilidad dada por Dios. Muchos hijos han sido completamente arruinados debido a la interferencia de parientes o amigos en el gobierno de su hogar. Las madres nunca debieran permitir que sus hermanas o madres interfieran en el debido manejo de sus hijos. Aunque la madre haya recibido la mejor educación posible de su madre, sin embargo, en nueve casos de diez, como abuela echará a perder a los hijos de su hija al complacerlos y alabarlos con poco juicio. Se pueden desbaratar todos los esfuerzos de la madre mediante esa conducta. Como regla, es proverbial que los abuelos no estén capacitados para educar a sus nietos. Los hombres y mujeres debieran tributar todo el debido respeto a sus padres; pero en lo que atañe a la educación de sus propios hijos, no debieran permitir ninguna interferencia sino mantener en sus manos las riendas del gobierno (Pacific Health Journal, enero de 1890).

 Cuando se ríen por la falta de respeto y por la ira. Doquiera voy, me siento apenada por el descuido de la debida disciplina del hogar y de las restricciones. Se permite que los niñitos contesten, que manifiesten falta de respeto e impertinencia, que usen un lenguaje que nunca debiera permitirse que un niño empleara para contestar a sus superiores. Los padres que permiten el empleo de un lenguaje impropio son más dignos de reproche que sus hijos. Ni una sola vez debiera tolerarse la impertinencia en un niño. Sin embargo, padres y madres, tíos y tías y abuelos se ríen cuando un niñito de un año manifiesta su ira. Su expresión imperfecta de falta de respeto, su terquedad pueril, son tomadas como algo divertido. Así se confirman los hábitos erróneos y el niño crece para convertirse en un objeto de disgusto para todos los que lo rodean (Sings of the Times, 9-2-1882). 

Cuando se descuida la debida corrección. Tiemblo especialmente por las madres cuando las veo tan ciegas y que sienten tan livianamente la responsabilidad que descansa sobre una madre. Ven a Satanás que está trabajando en el niño caprichoso aun cuando tenga pocos meses de edad. Lleno de ira rencorosa, Satanás parece poseerlos completamente. Sin embargo, quizá haya en el hogar una abuela, una tía o algún otro pariente o amigo que procure hacer que crea el padre que sería una crueldad corregir a ese niño; cuando precisamente lo opuesto es verdadero; y la mayor de las crueldades es permitir que Satanás se posesione de ese tierno e indefenso niño. Satanás debe ser reprochado. Debe quebrantarse su dominio sobre el niño. Si se necesita la corrección, sed fieles y leales. El amor de Dios, la verdadera compasión por el niño, inducirán al fiel cumplimiento del deber (Review and Herald, 14-4-1885). 

Las perplejidades del trato familiar. No es lo mejor que los miembros de una, dos o tres familias que están unidas por vínculos matrimoniales, se establezcan cerca unas de otras. La influencia no resulta tan buena. Las ocupaciones de una son las ocupaciones de todas. Las perplejidades y dificultades que de una forma u otra afectan a toda familia, y que, hasta donde sea posible, debieran quedar dentro de los límites del círculo familiar, se extienden a las otras familias y tienen su influencia sobre las reuniones religiosas. Hay asuntos que no debieran ser conocidos por una tercera persona, no importa cuán amigable sea o cuán íntimamente esté relacionada. Los individuos y las familias debieran mantener esos asuntos para ellos mismos. Pero la íntima relación de varias familias, que están en constante comunicación, tiene la tendencia de quebrantar la dignidad que debiera mantenerse en cada familia. Al realizar el delicado deber de reprochar y amonestar, habrá el peligro de herir sentimientos, a menos que se lleve a cabo con la mayor ternura y cuidado. Aun las mejores personas están expuestas a cometer errores y faltas y debiera tenerse mucho cuidado en no exagerar las cosas pequeñas. Es muy agradable para los sentimientos naturales tal relación familiar y de iglesia; pero no es lo mejor cuando se toman en cuenta todos los factores del desarrollo de caracteres simétricos y cristianos. . . . 

Todas las familias serían mucho más felices si estuvieran separadas y se visitaran ocasionalmente, y su influencia mutua sería diez veces mayor. Unidas como están esas familias por vínculos matrimoniales y compartiendo como comparten mutuamente de su compañía, cada una sabe las faltas y errores de las otras, y siente que es su deber corregirlos; y debido a que esos parientes se tienen verdadero afecto, se ofenden por cosas pequeñas que no advertirían en aquellos que no están tan íntimamente relacionados. Se experimentan profundos sufrimientos, debido a que se despiertan sentimientos en algunos de que no han sido tratados imparcialmente y con toda la consideración que merecen. A veces se levantan pequeños celos y se convierten en montañas pequeñas colinas. Esas pequeñas incomprensiones y minúsculas discordias causan más dolorosos sufrimientos que las pruebas que provienen de otras fuentes (Testimonies, tomo 3, págs. 55, 56).

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XI) DISCIPLINA DEFECTUOSA: 48. “Las Reacciones De Los Hijos”

A la provocación. A los hijos se les exhorta a obedecer a sus padres en el Señor, pero a los padres también se les ordena: "No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina" (Manuscrito 38, 1895). 

A veces hacemos más para provocar que para ganar. He visto a una madre arrebatar de la mano de su hijo algo que le ocasionaba placer especial. El niño no veía la razón de ello, y naturalmente se sintió maltratado. Luego siguió un altercado entre ambos, y un vivo castigo puso fin a la escena, por lo menos aparentemente; pero esta batalla dejó en la mente tierna una impresión que no se iba a borrar fácilmente. Esa madre actuó imprudentemente. No razonó de causa a efecto. Su acción dura, poco juiciosa, despertó las peores pasiones en el corazón de su hijo, y en toda ocasión similar esas mismas pasiones se iban a despertar y fortalecer (Consejos para los Maestros, pág. 90). 

A la crítica. No tenéis derecho de ensombrecer la felicidad de vuestros hijos mediante la crítica o una severa censura por faltas insignificantes. Los verdaderos errores debieran ser presentados tan pecaminosos como realmente son, y debiera seguirse una conducta firme y decidida para evitar que reaparezcan. Sin embargo, no se debe dejar a los hijos en un estado falto de esperanza, sino con cierto grado de ánimo para que puedan mejorar y ganar vuestra confianza y aprobación. Los hijos quizá deseen hacer lo correcto, quizá se propongan en su corazón ser obedientes, pero necesitan ayuda y ánimo (Signs of the Times, 10-4-1884). 

A la disciplina demasiado áspera. ¡Oh, cómo se deshonra a Dios en una familia donde no hay verdadera  comprensión de lo que constituye la disciplina familiar y los hijos están confundidos en cuanto a lo que es disciplina y gobierno! Es cierto que la disciplina demasiado áspera, la crítica exagerada, las leyes y reglamentos no requeridos, conducen al menosprecio de la autoridad y finalmente a la desobediencia de aquellas reglas que Cristo quisiera que se cumplieran 
(Review and Herald, 13-3-1894). 

Cuando los padres muestran un espíritu áspero, severo y dominante, se despierta en los hijos un espíritu de obstinación y terquedad. Así los padres no ejercen la influencia suavizadora que podrían tener sobre sus hijos. Padres, ¿no podéis ver que las palabras ásperas provocan resistencia? ¿Qué haríais si se os tratara con tanta desconsideración como tratáis a vuestros pequeños? Es vuestro deber estudiar de causa a efecto. Cuando regañasteis a vuestros niños, cuando con golpes de enojo heristeis a los que eran demasiado pequeños para defenderse, ¿os preguntasteis qué efecto tendría ese trato sobre vosotros? ¿Habéis pensado cuán sensibles sois a las palabras de censura o de condenación? ¿Cuán rápidamente os sentís heridos si pensáis que alguien deja de reconocer vuestras habilidades? No sois sino niños crecidos. Pensad pues cómo deben sentirse vuestros hijos cuando les dirigís palabras ásperas y cortantes, cuando los castigáis severamente por faltas que no son ni la mitad de ofensivas a la vista de Dios como es el trato que les dais (Manuscrito 42, 1903).

 Muchos padres que profesan ser cristianos no están convertidos. ¡Cristo no habita en su corazón por fe! Su aspereza, su imprudencia, su carácter indómito, disgustan a sus hijos y hacen que aborrezcan toda su instrucción religiosa (Carta 18 b, 1891). 

 A la censura continua. En los esfuerzos que hacemos por corregir el mal, deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la censura. La censura continua aturde, pero no reforma. Para muchas mentes, y con frecuencia para las dotadas de más fina sensibilidad, una atmósfera de crítica hostil es fatal para el esfuerzo. Las flores no se abren bajo el soplo del ventarrón. El niño a quien se censura frecuentemente por alguna falta especial, llega a considerar esa falta como una peculiaridad suya, algo contra lo cual es en vano luchar. Así se da origen al desaliento y la desesperación que a menudo están ocultos bajo un aspecto de indiferencia o baladronada (La Educación, pág. 283). 

A las órdenes y la reprensión. Algunos padres suscitan muchas tormentas por su falta de dominio propio. En vez de pedir bondadosamente a los niños que hagan esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo tiempo tienen en los labios censuras o reproches que los niños no merecieron. Padres, esta conducta para con vuestros hijos destruye su alegría y ambición. Ellos cumplen vuestras órdenes, no por amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo. No ponen su corazón en el asunto. Les resulta un trabajo penoso en vez de un placer; y a menudo por esto mismo se olvidan de seguir todas vuestras indicaciones, lo cual acrece vuestra irritación y empeora la situación de los niños. Las censuras se repiten; se les pinta con vivos colores su mala conducta, hasta que el desaliento se posesiona de ellos, y no les interesa agradaros. Se apodera de ellos un espíritu que los impulsa a decir: "A mí qué me importa", y van a buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no encuentran en casa. Frecuentan las compañías de la calle, y pronto se corrompen tanto como los peores 
(Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 133, 134). 

A una conducta arbitraria. La voluntad de los padres debe colocarse bajo la disciplina de Cristo. Modelados y regidos por el puro Espíritu Santo de Dios, pueden ejercer dominio incuestionable sobre los hijos. Pero si los padres son severos y demandan demasiado en su disciplina, hacen una obra que ellos mismos no pueden nunca deshacer. Debido a esa conducta arbitraria, despiertan un sentimiento de injusticia (Manuscrito 7, 1899). 

A la injusticia. Los niños son sensibles a la mejor injusticia, y algunos se desaniman con ella y nunca harán más caso a la voz alta y enojada en que se dan las órdenes, ni harán caso de amenazas de castigos. Con demasiada frecuencia se provoca la rebelión en el corazón de los niños debido a una disciplina equivocada de los padres, cuando, si se hubiera seguido la conducta debida, los niños hubieran formado caracteres buenos y armoniosos. Una madre que no tiene un perfecto dominio de sí misma, no está capacitada para manejar niños (Testimonies, tomo 3, págs. 532, 533). 

A una sacudida o a un golpe. Cuando la madre da a su niño una sacudida o un golpe, ¿creéis que esto lo capacita para ver la belleza del carácter cristiano? No ciertamente; tan sólo tiende a crear malos sentimientos en el corazón y el niño no es corregido en nada 
(Manuscrito 45, 1911). 

A las palabras ásperas y faltas de simpatía. Cristo está listo para educar al padre y a la madre a fin de que sean verdaderos educadores. Los que estudian en su escuela . . . nunca hablarán en tonos ásperos y faltos de simpatía; pues las palabras así pronunciadas irritan los oídos, desgastan los nervios, causan sufrimiento mental y crean un estado de mente que hace imposible dominar el carácter del niño al cual se hablan esas palabras. Con frecuencia, ésta es la razón por la cual los niños hablan irrespetuosamente a sus padres (Carta 47 a, 1902). 

Al ridículo y a la mofa. Ellos [los padres] no están autorizados para impacientarse, regañar y ridiculizar. Nunca debieran mofarse de sus hijos que tienen rasgos perversos de carácter, que ellos mismos les han transmitido. Este tipo de disciplina nunca curará el mal. Padres, emplead los preceptos de la Palabra de Dios para amonestar y reprobar a vuestros hijos extraviados. Mostradles un "así dice Jehová" para vuestras órdenes. Un reproche que emana de la Palabra de Dios es mucho más efectivo que el que es presentado con tonos ásperos y enojados por los labios de los padres (Fundaments of Christian Education, págs. 67, 68). 

A la impaciencia. La impaciencia de los padres excita la de los hijos. La ira manifestada por los padres, crea ira en los hijos, y despierta lo malo de su naturaleza. . . . Cada vez que pierden el dominio propio, y hablan y obran con impaciencia, pecan contra Dios 
(Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 148).

 A las reprimendas alternadas con ruego. He visto con frecuencia a niños a quienes se les negó algo que querían, arrojarse al suelo enojados, dando puntapiés y gritando, mientras que la madre poco juiciosa alternativamente suplicaba y regañaba con la esperanza de restaurar el buen humor en su hijo. Este proceder tan sólo fomenta las pasiones del niño. La próxima vez procederá de la misma manera con terquedad aumentada, confiando en ganar la victoria como antes. Así se escatima la vara y se echa a perder al hijo. La madre no debiera permitir que su niño ganara terreno sobre ella ni una sola vez. Y, a fin de mantener esta autoridad, no es necesario recurrir a medidas ásperas. Una mano firme y constante y la bondad que convence al niño de vuestro amor realizarán el propósito (Pacific Health Journal, abril de 1890). 

A la falta de firmeza y decisión. Gran daño se hace por la falta de firmeza y decisión. He conocido algunos padres que decían: No te voy a dar esto o aquello, y después cedían pensando que habían sido demasiado estrictos, y daban al niño justamente lo que al principio le rehusaron. Así se provoca una herida que dura toda la vida. Es una importante ley de la mente, que no debiera ser pasada por alto, que cuando un objeto deseado es muy firmemente negado como para quitar toda esperanza, la mente pronto dejará de anhelarlo, y se ocupará de otras cosas. Pero mientras haya alguna esperanza de obtener el objeto deseado, se hará un esfuerzo para lograrlo. . . . Cuando es necesario que los padres den una orden directa, el castigo de la desobediencia debiera ser tan inevitable como son las leyes de la naturaleza. Los niños que están bajo esta regla firme y decisiva, saben que cuando se prohibe o se niega una cosa, ninguna majadería ni ninguna artimaña conseguirán su objeto. Así aprenden pronto a someterse y están mucho más felices al hacerlo. Los hijos de padres indecisos y demasiado indulgentes tienen la constante esperanza de que los ruegos, el llanto o el mal humor pueden lograr su objeto, o que pueden atreverse a desobedecer sin sufrir el castigo. Así se los mantiene en un estado de deseo, esperanza e incertidumbre que los vuelve inquietos, irritables e insubordinados. Dios considera que estos padres son culpables de destruir la felicidad de sus hijos. Este mal proceder es la clave de la impenitencia e irreligión de miles. Ha sido la ruina de muchos que han profesado el nombre de cristianos (Sings of the Times 9-2-1882). 

 A las restricciones innecesarias. Cuando los padres envejecen y tienen hijos menores que criar, es probable que el padre crea que los hijos deben seguir en la áspera y rugosa senda en que él está yendo. Le es difícil comprender que sus hijos necesitan que la vida les sea hecha agradable y feliz por sus padres. Muchos padres niegan a sus hijos complacerlos en algo que es seguro o inocente, y temen tanto fomentar en ellos el cultivo del deseo de cosas indebidas, que ni siquiera permiten que sus hijos disfruten de aquello que es propio de los niños. Por el temor de malos resultados, rehúsan permitirles algunos placeres sencillos que hubieran evitado justamente el mal que procuraban eludir; y así los niños piensan que no vale la pena esperar favor alguno y, por lo tanto, no lo piden. Se inclinan a los placeres que piensan que son prohibidos. Así se destruye la confianza entre los padres y los hijos (Id., 27-8-1912). 

A la negativa de concesiones razonables. Si los padres y madres no han pasado por una niñez feliz, ¿por qué debieran ensombrecer la vida de sus hijos debido a la gran pérdida que ellos experimentaron? Quizá el padre piense que ésta es la única conducta que es seguro seguir; pero recuerde que no todas las mentes son iguales, y que mientras mayores sean los esfuerzos para restringir, más decidido será el deseo de obtener lo que se niega, y el resultado será la desobediencia a la autoridad paternal. El padre quedará adolorido por lo que considera que es un proceder extraviado de su hijo, y su corazón sufrirá por esa rebelión. Pero, ¿no sería correcto que considerara que la causa principal de la desobediencia de su hijo fue su propia mala disposición para concederle lo que no era pecaminoso? El padre piensa que es suficiente razón su negativa para que su hijo se abstenga de su deseo. Pero los padres debieran recordar que sus hijos son seres inteligentes y que deberían tratarlos como ellos mismos quisieran ser tratados (Ibid.).

 A la severidad. Los padres que manifiestan un espíritu dominante y autoritario, que les fue transmitido por sus propios padres, que los induce a ser exigentes en su disciplina e instrucción, no educarán debidamente a sus hijos. Por la severidad con que tratan sus errores, despiertan las peores pasiones en el corazón humano y dejan a sus hijos con un sentimiento de injusticia y equivocación. Encuentran en sus hijos justamente la disposición de carácter que ellos mismos les habían impartido. Tales padres alejan a sus hijos de Dios al hablarles de temas religiosos; pues la religión cristiana no resulta atrayente y aun es repulsiva por esa falsa representación de la verdad. Los hijos dirán: "Si ésta es la religión, yo no la quiero". Así con frecuencia se crea una enemistad en el corazón contra la religión; y debido a un uso indebido de la autoridad, los niños son inducidos a despreciar la ley y el gobierno del cielo. Los padres han determinado el destino eterno de sus hijos por su conducta equivocada (Review and Herald, 13-3-1894). 

Al proceder tranquilo y bondadoso. Si los padres desean que sus hijos sean amables, nunca deben increparlos. Con frecuencia, la madre se manifiesta irritable y nerviosa. Con frecuencia sacude a su hijo y le habla ásperamente. Si un niño es tratado en forma tranquila y bondadosa, eso tendrá mucho éxito para preservar en él un carácter amable 
(Id., 17-5-1898). 

A la súplica amante. El padre, como sacerdote del hogar, debiera tratar suave y pacientemente a sus hijos. Debiera ser cuidadoso de no despertar en ellos un carácter combativo. No debiera permitir que la transgresión siga sin ser corregida, y sin embargo hay una forma de corregir sin despertar las peores pasiones del corazón humano. Hable con amor a sus hijos, diciéndoles cuánto agraviaron al Salvador con su conducta; y después arrodíllese con ellos delante del propiciatorio y preséntelos a Cristo, orando para que él tenga compasión de ellos y los guíe al arrepentimiento y a la petición de perdón. Una disciplina tal casi siempre quebrantará el corazón más obstinado. Dios desea que tratemos a nuestros hijos con sencillez. Estamos expuestos a olvidar que los niños no han tenido la ventaja de los largos años de educación que los adultos han tenido. Si los pequeños no proceden de acuerdo con nuestras ideas en todo, a veces pensamos que merecen una reprimenda. Pero esto no arreglará las cosas. Elevadlos al Salvador y contadle todo a él; creed luego que su bendición descansará sobre ellos (Manuscrito 70, 1903). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XI) DISCIPLINA DEFECTUOSA: 47. “La Disciplina Laxa Y Sus Frutos”

Una mala educación afecta toda la vida religiosa. Un ay descansa sobre los padres que no han educado a sus hijos para que sean temerosos de Dios, sino que les han permitido que sean hombres y mujeres indisciplinados y faltos de dominio propio. Durante su propia niñez se les permitió manifestar sus pasiones y caprichos y actuar por impulsos, y fomentan ese mismo espíritu en su propio hogar. Son defectuosos en su carácter e iracundos en el manejo del hogar. Aun en su aceptación de Cristo, no han vencido las pasiones que se permitió que dominaran su corazón en su niñez. Llevan los resultados de su educación precoz a través de toda su vida religiosa. Es dificilísimo quitar la impresión que así se ha hecho en el plantío del Señor; pues cuando se dobla la rama, el árbol se inclina. Si tales padres aceptan la verdad, tienen ante sí una dura batalla. Quizá se transforme su carácter, pero queda afectada toda su experiencia religiosa por la disciplina laxa a que estuvieron sometidos en los primeros años de su vida. Y sus hijos tienen que sufrir debido a esa educación defectuosa, pues graban esas faltas en ellos hasta la tercera y cuarta generación (Review and Herald 9-10-1900). 

Como el Elí de antaño. Cuando los padres sancionan los errores de sus hijos, los perpetúan así como lo hizo Elí. Ciertamente Dios los colocará en una situación donde verán que no sólo han arruinado su propia influencia, sino también la influencia de los jóvenes a quienes debieran haber reprimido.. . . Tendrán amargas lecciones que aprender 
(Manuscrito 33, 1903). 

 Ojalá los que hoy se asemejan a Elí, que por doquiera aducen excusas para el descarrío de sus hijos, afirmarán prontamente su autoridad recibida de Dios para restringir y corregir a sus hijos. Los padres y tutores que pasan por alto y excusan el pecado en aquellos que están bajo su cuidado, recuerden que así se hacen participantes de esos errores. Si en vez de una indulgencia ilimitada se usara con más frecuencia la vara del castigo, no con ira sino con amor y oración, veríamos familias más felices y una mejor condición en la sociedad (Signs of the Times, 24-11-1881). 

El descuido de Elí se presenta claramente delante de cada padre y madre de la tierra. Como resultado de su afecto no santificado o de su mala disposición para realizar un deber desagradable, recogió una cosecha de iniquidad en sus hijos perversos. Tanto el padre que permitió la impiedad como los hijos que la practicaron, fueron culpables delante de Dios, y el Altísimo no aceptaba ni sacrificios ni ofrendas por sus transgresiones (Review and Herald, 4-5-1886). 

La sociedad recibe la maldición de los caracteres defectuosos. ¿Cuándo serán sabios los padres? ¿Cuándo verán y comprenderán lo que significa descuidar la obediencia y el respeto a las instrucciones de la Palabra de Dios? Los resultados de esa educación laxa se ven en los hijos cuando salen al mundo y ocupan su lugar como cabezas de familia. Perpetúan los errores de sus padres. Alcanzan toda su magnitud sus rasgos de carácter defectuosos y transmiten a otros las inclinaciones equivocadas, los hábitos y características que permitieron que desarrollaran en su propio carácter. Así se convirtieron en una maldición en vez de ser una bendición para la sociedad (Testimonies, tomo 5, págs. 324, 325). 

 La impiedad que existe en el mundo hoy día tiene como su raíz el descuido de los padres para disciplinarse a sí mismos y sus hijos. Miles y más miles de las víctimas de Satanás son lo que son, debido a la poco juiciosa forma en que fueron tratadas durante su niñez. El severo reproche de Dios cae sobre esa mala conducta (Manuscrito 49, 1901). 

Cuando se aflojan las riendas de la disciplina. Los niños que no son bien conducidos, que no son educados en la obediencia y en el respeto, se unen con el mundo, dominan a sus padres, los manejan a su antojo y los conducen a su capricho. Con demasiada frecuencia, precisamente cuando los niños debieran mostrar respeto y obediencia incuestionable al consejo de sus padres, éstos aflojan las riendas de la disciplina. Los padres que hasta entonces han sido un ejemplo brillante de piedad consecuente son ahora guiados por sus hijos. Ha terminado su firmeza. Los padres que han llevado la cruz de Cristo y han mantenido las marcas del Señor Jesús sobre ellos en unidad de propósitos, son guiados por sus hijos en senderos cuestionables e inciertos (Review and Herald, 13-4-1897). 

La complacencia con los hijos mayores. Los padres y las madres que debieran entender la responsabilidad que descansa sobre ellos, relajan su disciplina para hacer frente a las inclinaciones de sus hijos e hijas que van creciendo. La voluntad del hijo es la ley que se reconoce. Las madres que no han sido firmes, consecuentes e inmutables en su adhesión a los principios para mantener la sencillez y la fidelidad, se vuelven indulgentes a medida que sus hijos llegan a la edad adulta. En su amor por la ostentación, entregan sus hijos a Satanás con sus propias manos, así como los apóstatas judíos los hacían pasar por el fuego de Moloc (Manuscrito 119, 1899). 

 Deshonrando a Dios para ganar el favor de un hijo. Los padres y madres dan rienda suelta a las inclinaciones de sus hijos impíos, y los ayudan con dinero y medios para que se luzcan en el mundo. ¡Oh! ¡Qué cuenta tendrán que rendir esos padres ante Dios! Deshonran a Dios y enaltecen a sus hijos descarriados, abren la puerta a las diversiones que en lo pasado condenaban por principio. Han permitido que los juegos de naipes y los bailes ganen a sus hijos para el mundo. Al mismo tiempo, cuando su influencia sobre sus hijos debiera haber alcanzado el pináculo de la fuerza, al dar un testimonio de lo que significa el verdadero cristianismo, a semejanza de Elí, se colocan bajo la maldición de Dios al deshonrarlo y no obedecer sus requerimientos, a fin de ganar el favor de sus hijos. Pero una piedad a la moda no será de mucho valor en la hora de la muerte. Aunque algunos ministros del Evangelio quizá aprueben esta clase de religión, los padres hallarán que están dejando la corona de gloria para obtener laureles que no son de valor. ¡Dios ayude a los padres y madres para que comprendan su deber! (Review and Herald, 13-4-1897).

 Sed lo que deseáis que sean vuestros hijos. Sed lo que deseáis que sean vuestros hijos. Por precepto y ejemplo, los padres han perpetuado su propio sello de carácter en su posteridad. Las palabras y caracteres caprichosos, ásperos y descorteses se impresionan en los hijos, y en los hijos de los hijos, y así testifican contra los padres los defectos de su enseñanza, de generación en generación (Signs of the Times, 17-9-1894). 

La Conducción del Niño de E.G. de White