El amor no es indulgente.
El amor es la llave para el corazón del niño, pero el amor que induce a los padres a ser complacientes con los deseos equivocados de sus hijos no es un amor que obrará para el bien de ellos. El afecto ferviente que emana del amor a Jesús capacitará a los padres para ejercer juiciosamente su autoridad y para requerir pronta obediencia. Necesitan entrelazarse los corazones de padres e hijos, de modo que como familia puedan ser un canal por el cual fluyan la sabiduría, la virtud, la tolerancia, la bondad y el amor (Review and Herald, 24-6-1890).
Demasiada libertad crea hijos pródigos.
La excesiva libertad es la causa de que los hijos no lleguen a ser piadosos. Se complacen su propia voluntad e inclinaciones. . . . Muchos hijos pródigos llegan a ser tales debido a la complacencia en el hogar, debido a que sus padres no han sido hacedores de la Palabra. La mente y la voluntad han de mantenerse mediante principios firmes, directos y santificados. La integridad y el afecto han de ser enseñados por un ejemplo amante y consecuente
(Carta 117, 1898).
Mientras mas tolerancia haya, más difícil es la conducción.
Padres, haced el hogar más feliz para vuestros hijos. Con esto no quiero decir que accedáis a sus caprichos. Mientras más se los tolera, más difícil será conducirlos y más difícil les será vivir vidas fieles y nobles cuando salgan al mundo. Si les permitís hacer lo que les plazca, su pureza y amabilidad de carácter se desvanecerán prestamente. Enseñadles a obedecer. Vean que vuestra autoridad debe ser respetada. Esto quizá parezca entristecerlos un poco ahora, pero les ahorrará mucha desgracia en el futuro (Manuscrito 2, 1903).
Es un pecado tolerar a un hijo cuando es joven y se descarría. Un hijo debiera ser mantenido bajo dominio (Carta 144, 1906).
Si se permite que los niños hagan lo que les plazca, conciben la idea de que deben ser atendidos, cuidados, tolerados y entretenidos. Piensan que sus deseos y su voluntad deben ser satisfechos (Manuscrito 27, 1896).
¿No debiera [la madre] dejar que su hijo haga lo que quiera de cuando en cuando, complacerlo en sus deseos, y permitirle ser desobediente? Ciertamente no, pues si lo hace, permite que Satanás plante su bandera infernal en su hogar. Debe luchar la batalla de ese niño que no puede pelear por sí mismo. Esa es su obra, reprochar al diablo, buscar a Dios fervientemente y no permitir nunca que Satanás le arrebate a su hijo de sus brazos y lo coloque en los suyos (Manuscrito 70, sin fecha).
La tolerancia ocasiona desasosiego y descontento.
En algunas familias, son ley los deseos del niño. Se le da todo lo que desea. Se fomenta su disgusto por lo que no le gusta. Se supone que esas complacencias lo hacen feliz, pero son esas mismas cosas las que lo hacen desasosegado, descontento e imposible de satisfacer. La complacencia ha echado a perder su gusto por el alimento sencillo y saludable, por el uso recto y saludable de su tiempo; la complacencia ha hecho la obra de desquiciar aquel carácter para el tiempo y la eternidad
(Manuscrito 126, 1897).
El efectivo reproche de Eliseo ante la insolencia.
Es un error la idea de que debemos someternos a los caprichos de los niños perversos. Eliseo, en el mismo comienzo de su obra, fue burlado y befado por los jovenzuelos de Betel. Era un hombre muy bondadoso, pero el Espíritu de Dios lo movió a pronunciar una maldición contra los maldicientes. Ellos habían oído de la ascensión de Ellas, y habían hecho objeto de sus burlas a ese solemne acontecimiento. Eliseo demostró que no habían de burlarse de él, viejos o jóvenes, en su sagrado ministerio. Cuando le dijeron que ascendiera, como Elias lo había hecho antes, los maldijo en el nombre del Señor. El terrible juicio que cayó sobre ellos provino de Dios.
Después de eso, Eliseo no tuvo más dificultades en su misión. Durante cincuenta años entró y salió por la puerta de Betel, y fue de ciudad en ciudad, pasando entre las multitudes de la peor juventud, la más ruda, haragana y disoluta, pero nadie se mofó de él o habló livianamente de sus prerrogativas como profeta del Altísimo (Testimonies, tomo 5, págs. 44, 45).
No os rindáis ante las súplicas.
En el día del ajuste de cuentas, los padres tendrán mucho de que responder debido a su maligna condescendencia con sus hijos. Muchos complacen cada deseo irrazonable, porque es más fácil librarse en esta manera de su importunación que de cualquier otra forma. Debiera educarse al niño de tal manera que reciba una negativa con el debido espíritu y la acepte como final
(Pacific Health Journal, mayo de 1890).
No aceptéis lo que dicen los niños por encima de lo que afirman otros.
Los padres no debieran pasar por alto livianamente los pecados de sus hijos. Cuando esos pecados son señalados por algún amigo fiel, el padre no debiera creer que han sido menoscabados sus derechos, que ha recibido una ofensa personal. Los hábitos de cada joven y de cada niño afectan el bienestar de la sociedad. El mal proceder de un joven puede descarriar a muchos (Review and Herald, 13-6-1882).
No permitáis que vuestros niños vean que aceptáis su palabra antes que lo testificado por cristianos de más edad. No podéis hacerles un daño mayor. Fomentáis en ellos el hábito de adulterar la verdad si decís: yo creo a mis hijos antes que creer a aquellos de quienes tengo la evidencia de que son hijos de Dios (Id., 13-4-1897).
La herencia de un niño echado a perder.
Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño librado a su propia voluntad. Algunos de los que se extravían por habérselos descuidado en la infancia, volverán en sí más tarde por habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se pierden para siempre porque en la infancia y en la adolescencia recibieron una cultura tan sólo parcial, unilateral. El niño echado a perder tiene una pesada carga que llevar a través de su vida. En la prueba, en los chascos, en la tentación, seguirá su voluntad indisciplinado y mal dirigida. Los niños que nunca han aprendido a obedecer tendrán caracteres débiles e impulsivos. Procurarán gobernar, pero no han aprendido a someterse. No tienen fuerza moral para refrenar su genio díscolo, corregir sus malos hábitos, o subyugar su voluntad sin control. Los hombres y las mujeres heredan los errores de la infancia no preparada ni disciplinada. Al intelecto pervertido le resulta difícil discernir entre lo verdadero y lo falso (Consejos para los Maestros, pág. 87).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)
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