Una mala educación afecta toda la vida religiosa.
Un ay descansa sobre los padres que no han educado a sus hijos para que sean temerosos de Dios, sino que les han permitido que sean hombres y mujeres indisciplinados y faltos de dominio propio. Durante su propia niñez se les permitió manifestar sus pasiones y caprichos y actuar por impulsos, y fomentan ese mismo espíritu en su propio hogar. Son defectuosos en su carácter e iracundos en el manejo del hogar. Aun en su aceptación de Cristo, no han vencido las pasiones que se permitió que dominaran su corazón en su niñez. Llevan los resultados de su educación precoz a través de toda su vida religiosa. Es dificilísimo quitar la impresión que así se ha hecho en el plantío del Señor; pues cuando se dobla la rama, el árbol se inclina. Si tales padres aceptan la verdad, tienen ante sí una dura batalla. Quizá se transforme su carácter, pero queda afectada toda su experiencia religiosa por la disciplina laxa a que estuvieron sometidos en los primeros años de su vida. Y sus hijos tienen que sufrir debido a esa educación defectuosa, pues graban esas faltas en ellos hasta la tercera y cuarta generación (Review and Herald 9-10-1900).
Como el Elí de antaño.
Cuando los padres sancionan los errores de sus hijos, los perpetúan así como lo hizo Elí. Ciertamente Dios los colocará en una situación donde verán que no sólo han arruinado su propia influencia, sino también la influencia de los jóvenes a quienes debieran haber reprimido.. . . Tendrán amargas lecciones que aprender
(Manuscrito 33, 1903).
Ojalá los que hoy se asemejan a Elí, que por doquiera aducen excusas para el descarrío de sus hijos, afirmarán prontamente su autoridad recibida de Dios para restringir y corregir a sus hijos. Los padres y tutores que pasan por alto y excusan el pecado en aquellos que están bajo su cuidado, recuerden que así se hacen participantes de esos errores. Si en vez de una indulgencia ilimitada se usara con más frecuencia la vara del castigo, no con ira sino con amor y oración, veríamos familias más felices y una mejor condición en la sociedad (Signs of the Times, 24-11-1881).
El descuido de Elí se presenta claramente delante de cada padre y madre de la tierra. Como resultado de su afecto no santificado o de su mala disposición para realizar un deber desagradable, recogió una cosecha de iniquidad en sus hijos perversos. Tanto el padre que permitió la impiedad como los hijos que la practicaron, fueron culpables delante de Dios, y el Altísimo no aceptaba ni sacrificios ni ofrendas por sus transgresiones (Review and Herald, 4-5-1886).
La sociedad recibe la maldición de los caracteres defectuosos.
¿Cuándo serán sabios los padres? ¿Cuándo verán y comprenderán lo que significa descuidar la obediencia y el respeto a las instrucciones de la Palabra de Dios? Los resultados de esa educación laxa se ven en los hijos cuando salen al mundo y ocupan su lugar como cabezas de familia. Perpetúan los errores de sus padres. Alcanzan toda su magnitud sus rasgos de carácter defectuosos y transmiten a otros las inclinaciones equivocadas, los hábitos y características que permitieron que desarrollaran en su propio carácter. Así se convirtieron en una maldición en vez de ser una bendición para la sociedad (Testimonies, tomo 5, págs. 324, 325).
La impiedad que existe en el mundo hoy día tiene como su raíz el descuido de los padres para disciplinarse a sí mismos y sus hijos. Miles y más miles de las víctimas de Satanás son lo que son, debido a la poco juiciosa forma en que fueron tratadas durante su niñez. El severo reproche de Dios cae sobre esa mala conducta (Manuscrito 49, 1901).
Cuando se aflojan las riendas de la disciplina.
Los niños que no son bien conducidos, que no son educados en la obediencia y en el respeto, se unen con el mundo, dominan a sus padres, los manejan a su antojo y los conducen a su capricho. Con demasiada frecuencia, precisamente cuando los niños debieran mostrar respeto y obediencia incuestionable al consejo de sus padres, éstos aflojan las riendas de la disciplina. Los padres que hasta entonces han sido un ejemplo brillante de piedad consecuente son ahora guiados por sus hijos. Ha terminado su firmeza. Los padres que han llevado la cruz de Cristo y han mantenido las marcas del Señor Jesús sobre ellos en unidad de propósitos, son guiados por sus hijos en senderos cuestionables e inciertos (Review and Herald, 13-4-1897).
La complacencia con los hijos mayores.
Los padres y las madres que debieran entender la responsabilidad que descansa sobre ellos, relajan su disciplina para hacer frente a las inclinaciones de sus hijos e hijas que van creciendo. La voluntad del hijo es la ley que se reconoce. Las madres que no han sido firmes, consecuentes e inmutables en su adhesión a los principios para mantener la sencillez y la fidelidad, se vuelven indulgentes a medida que sus hijos llegan a la edad adulta. En su amor por la ostentación, entregan sus hijos a Satanás con sus propias manos, así como los apóstatas judíos los hacían pasar por el fuego de Moloc (Manuscrito 119, 1899).
Deshonrando a Dios para ganar el favor de un hijo.
Los padres y madres dan rienda suelta a las inclinaciones de sus hijos impíos, y los ayudan con dinero y medios para que se luzcan en el mundo.
¡Oh! ¡Qué cuenta tendrán que rendir esos padres ante Dios! Deshonran a Dios y enaltecen a sus hijos descarriados, abren la puerta a las diversiones que en lo pasado condenaban por principio. Han permitido que los juegos de naipes y los bailes ganen a sus hijos para el mundo. Al mismo tiempo, cuando su influencia sobre sus hijos debiera haber alcanzado el pináculo de la fuerza, al dar un testimonio de lo que significa el verdadero cristianismo, a semejanza de Elí, se colocan bajo la maldición de Dios al deshonrarlo y no obedecer sus requerimientos, a fin de ganar el favor de sus hijos. Pero una piedad a la moda no será de mucho valor en la hora de la muerte. Aunque algunos ministros del Evangelio quizá aprueben esta clase de religión, los padres hallarán que están dejando la corona de gloria para obtener laureles que no son de valor. ¡Dios ayude a los padres y madres para que comprendan su deber! (Review and Herald, 13-4-1897).
Sed lo que deseáis que sean vuestros hijos.
Sed lo que deseáis que sean vuestros hijos. Por precepto y ejemplo, los padres han perpetuado su propio sello de carácter en su posteridad. Las palabras y caracteres caprichosos, ásperos y descorteses se impresionan en los hijos, y en los hijos de los hijos, y así testifican contra los padres los defectos de su enseñanza, de generación en generación (Signs of the Times, 17-9-1894).
La Conducción del Niño de E.G. de White
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