Enseñad a cada niño a confiar en sí mismo.
Hasta donde sea posible, cada niño debería ser educado para que confíe en sí mismo. Al ejercitar sus diferentes aptitudes, aprenderá a ver dónde es fuerte y en qué es deficiente. Un instructor sabio prestará especial atención al desarrollo de los rasgos más débiles para que el niño forme un carácter bien equilibrado y armonioso.
(Fundamentals of Christian Education, pág. 57).
Demasiado ocio formará niños débiles.
Si los padres mientras viven, ayudaran a sus hijos a ayudarse a sí mismos, sería mejor que si les dejaran una gran suma de dinero al morir. Los hijos a quienes se les permite confiar principalmente en sus propios esfuerzos llegan a ser mejores hombres y mujeres y están mejor capacitados para la vida práctica que los hijos que han dependido de la herencia de sus padres. Los hijos a quienes se enseña a depender de sus propios recursos, generalmente aprecian sus facultades, aprovechan sus privilegios y cultivan y dirigen sus aptitudes para cumplir un propósito en la vida. Frecuentemente desarrollan caracteres en los que predominan el trabajo, la frugalidad y la dignidad moral, características que constituyen el fundamento del éxito en la vida cristiana. Aquellos hijos por quienes los padres hacen más, con frecuencia se sienten menos obligados hacia ellos.
(Testimonies, tomo 3, págs. 122, 123).
Los obstáculos desarrollan la fortaleza.
Son los obstáculos los que hacen hombres fuertes. No son las ayudas, sino las dificultades, los conflictos, y las contrariedades los que desarrollan la fibra moral de los hombres. Demasiada debilidad y el esquivar la responsabilidad han convertido en debiluchos y enanos a aquellos que deberían ser hombres responsables de poder moral y poderosa fibra espiritual (Id., pág. 495).
Desde los años más tiernos, es necesario tejer en el carácter principios de rígida integridad para que los jóvenes alcancen la norma más elevada de virilidad y femineidad. Siempre deberían recordar el hecho de que han sido comprados con precio y deberían glorificar a Dios en su cuerpo y espíritu . . . Los jóvenes deberían considerar seriamente cuál debería ser su propósito y obra de la vida, y luego colocar el fundamento de modo que sus hábitos estén libres de toda mancha de corrupción. Si quieren estar en una posición desde la cual influirán sobre otros, deben confiar en sí mismos (Youth's Instructor, 5-1-1893).
Prepárense los niños para enfrentar los problemas con valor.
Después de la disciplina del hogar y de la escuela, todos tienen que hacer frente a la severa disciplina de la vida. La forma de hacerlo sabiamente constituye una lección que debería explicarse a todo niño y joven. Es cierto que Dios nos ama, que obra para nuestra felicidad, y que si siempre se hubiese obedecido su ley, nunca habríamos conocido el sufrimiento; y no menos cierto es que, en este mundo, toda vida tiene que sobrellevar sufrimientos, penas, cargas, como resultado del pecado. Podemos hacer a los niños y jóvenes un bien duradero si les enseñamos a afrontar valerosamente estas penas y cargas. Aunque les debemos prestar simpatía, jamás debería ser de tal suerte que los induzca a compadecerse de sí mismos. Por el contrario, necesitan algo que estimule y fortalezca y no que debilite.
Se les debería enseñar que este mundo no es un campo de desfile, sino de batalla. Todos son llamados a soportar las dificultades como buenos soldados. Enséñeseles que la verdadera prueba del carácter se encuentra en la disposición a llevar cargas, ocupar el puesto difícil, hacer lo que necesita ser hecho, aunque no reporte reconocimiento ni recompensa terrenal (La Educación, págs. 286, 287).
Fortaleced el sentido del honor.
El educador sabio, al tratar con sus alumnos procurará estimular la confianza fortalecer el sentido del honor. La confianza que se tiene en los jóvenes y niños los beneficia. Muchos, hasta entre los pequeños, tienen un elevado sentimiento del honor: todos desean ser tratados con confianza y respeto y tienen derecho a ello. No debería hacérseles sentir que no pueden salir o entrar sin que se los vigile. La sospecha desmoraliza y produce los mismos males que trata de impedir. . . . Haced sentir a los jóvenes que se les tiene confianza y pocos serán los que no traten de mostrarse dignos de tal confianza (Id., pág. 281).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)