Educad en la sencillez natural.
Los niñitos deberían ser educados con sencillez infantil. Debería enseñárseles a conformarse con los deberes sencillos y útiles y los placeres e incidentes naturales a sus años. La niñez corresponde a la hierba de la parábola, y la hierba tiene una belleza peculiar. No se debería forzar en los niños el desarrollo de una madurez precoz, sino que se debería tratar de conservar, tanto tiempo como fuera posible, la frescura y gracia de sus primeros años. Cuanto menos afectada por la excitación artificial y más en armonía con la naturaleza, más favorable será para el vigor físico y mental, y la fuerza espiritual (La Educación, pág. 103). Los padres, mediante su ejemplo, deberían estimular la formación de hábitos de sencillez, y alejar a sus hijos de la vida artificial para conducirlos a la vida natural (Signs of the Times, 2-10-1884).Los niños no afectados son más atrayentes.
Los niños más atrayentes son naturales y sin afectación. No es prudente dar atención especial a los niños... No debe estimularse su vanidad alabando su aspecto, sus palabras o sus acciones. Tampoco debe vestírseles de una manera costosa o vistosa. Esto estimularía en ellos el orgullo y despertaría la envidia en el corazón de sus compañeros. Enseñad a los niños que el verdadero adorno no es exterior. "El adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas; sino el hombre del corazón que está encubierto en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios" (1 Ped. 3: 3, 4) (Consejos para los Maestros, pág. 109).
El secreto del verdadero encanto.
Debería enseñarse a las niñas que el verdadero encanto de la femineidad no se encuentra únicamente en la belleza de formas o rasgos, ni en la posesión de habilidades; sino en el espíritu humilde y tranquilo, en la paciencia la generosidad, la bondad y la disposición para trabajar y sufrir por otros. Deberían ser enseñadas a trabajar, a estudiar con algún propósito, a vivir con un objeto, a confiar en Dios y a temerle, y a respetar a sus padres. Luego, a medida que avancen en edad, desarrollarán una mente más pura, tendrán más confianza propia, y serán más apreciadas. Será imposible degradar a una mujer con estas características. Escapará a las tentaciones y a las pruebas que han sido la ruina para tantas mujeres (Health Reformer, diciembre de 1877).
Semillas de vanidad.
En muchas familias, las semillas de vanidad y egoísmo se siembran en el corazón de los niños casi desde la infancia. Sus dichos y hechos graciosos son comentados y alabados en su presencia, y repetidos a otros con exageración. Los pequeños advierten esto, y se sienten muy importantes; se atreven a interrumpir las conversaciones, y se tornan audaces y descarados. La adulación y la indulgencia estimulan su vanidad y obstinación, hasta que el jovencito con no poca frecuencia gobierna a toda la familia, incluso al padre y a la madre.
Las tendencias formadas por esta clase de enseñanza no pueden dejarse de lado a medida que el niño desarrolla su juicio maduro. Se desarrollan con su crecimiento, y lo que habría podido parecer habilidad en el niño, se transforma en rasgos reprochables y malos en el hombre o la mujer. Procuran gobernar a sus compañeros, y si alguno rehúsa someterse a sus deseos, se consideran agraviados e insultados. Esto se debe a que en su niñez se los dañó al acceder a todos sus deseos, en vez de enseñárseles la abnegación necesaria para soportar las dificultades y los trabajos de la vida (Testimonies, tomo 4, págs. 200, 201).
No estimuléis el deseo de alabanza.
Los niños necesitan aprecio, simpatía, y estímulo, pero se debería cuidar de no fomentar en ellos el amor a la alabanza. No es prudente prestarles una consideración especial ni repetir delante de ellos sus agudezas y ocurrencias. El padre o maestro que tiene presente el verdadero ideal de carácter y las posibilidades de éxito, no puede fomentar ni estimular el engreimiento. No alentará en los jóvenes el deseo o empeño de exhibir su habilidad o pericia. El que mira más allá de sí, será humilde, y sin embargo, poseerá una dignidad que no se consterna ni desconcierta ante el fausto exterior ni la grandeza humana (La Educación. págs. 232, 233).
Estimulad la sencillez en la alimentación y el vestido.
Estos [los padres] tienen un sagrado deber que cumplir en cuanto a enseñar a sus hijos a ayudar a llevar las cargas del hogar, a conformarse con alimentos sencillos y ropas aseadas y poco costosas (Consejos para los Maestros, pág. 122).
¡Oh, si los padres y las madres comprendieran que son responsables delante de Dios y que él ha de pedirles cuenta! ¡Qué cambio ocurriría en la ciudad! No se echarían a perder los niños mediante alabanzas y mimos, o se envanecerían mediante la complacencia en el vestido (Review and Herald, 13-4-1897).
Enseñad la sencillez y la confianza.
Deberíamos enseñar a nuestros hijos lecciones de sencillez y confianza. Deberíamos enseñarles a amar, a temer y a obedecer a su Creador. En todos los planes y los propósitos de la vida, su gloria debería ocupar un lugar sobresaliente; su amor debería ser la motivación principal de cada acción (Id., 13-6-1882).
Cristo es nuestro ejemplo.
Jesús, nuestro Redentor, anduvo en la tierra con la dignidad de un rey. Sin embargo, era humilde y manso de corazón. Era una luz y una bendición para cada hogar, porque llevaba alegría, esperanza y ánimo. Ojalá que pudiéramos satisfacernos con menos deseos, con menos esfuerzo en procura de cosas difíciles de obtener con el fin de embellecer nuestros hogares, en tanto que no buscamos aquello que Dios avalúa por encima de las joyas: un espíritu humilde y tranquilo. La gracia de la sencillez, la humildad y el verdadero afecto, harían un paraíso del hogar más humilde. Es mejor soportar alegremente cada inconveniente que despojarse de la paz y el contentamiento (Testimonies, tomo 4, pág. 622).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)
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