domingo, 5 de octubre de 2014

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 56. “La Preparación En El Colegio Y En Un Curso Superior”


Muchos se descarrían en las instituciones mundanas. Es una realidad terrible, que debiera estremecer el corazón de los padres, el que en tantas escuelas y colegios adonde se manda a la juventud para recibir cultura y disciplina intelectual, prevalezcan influencias que deforman el carácter, distraen el espíritu del objeto verdadero de la vida y pervierten la moralidad. Mediante el trato con personas sin religión, amigas de los placeres y depravadas, muchos jóvenes pierden su sencillez y pureza, su fe en Dios, y el espíritu de abnegación que padres y madres cristianos fomentaron y conservaron en ellos por medio de instrucciones cuidadosas y fervorosas oraciones. Muchos de los que entran en la escuela con propósito de prepararse para desempeñar algún servicio abnegado, concluyen por absorberse en estudios profanos. Se despierta en ellos la ambición de descollar entre sus compañeros y de adquirir puestos y honores en el mundo. Pronto llegan a perder de vista el objeto que los llevara a la escuela, y se entregan a la persecución de fines egoístas y mundanos. Y a menudo contraen hábitos que arruinan su vida para este mundo y para el venidero (El Ministerio de Curación, págs. 313, 314).

 Se destruyen las influencias religiosas del hogar. Oráis: "No nos metas en tentación". No consintáis pues que vuestros hijos estén donde harán frente innecesariamente a la tentación. No los enviéis a colegios donde se relacionarán con influencias que serán como malezas sembradas en el campo de su corazón. En la escuela del hogar, durante sus primeros años, educad y disciplinad a vuestros hijos en el temor de Dios. Y luego sed cuidadosos de no colocarlos donde las impresiones religiosas que han recibido sean destruidas y sea quitado el amor de Dios de su corazón. Que la atracción de sueldos elevados o de grandes ventajas educativas indudables no os induzcan a enviar a vuestros hijos lejos de vuestra influencia, a lugares donde estarán expuestos a grandes tentaciones. "¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mar. 8: 36, 37) (Manuscrito 30, 1904). 

Nuestras instituciones superiores de educación son ordenadas por Dios. Cuando el ángel de Dios me mostró que se debía establecer una institución para la educación de nuestros jóvenes, vi que sería uno de los medios más grandes ordenados por Dios para la salvación de las almas. . . . Si la influencia de nuestro colegio es lo que debiera ser, los jóvenes que son educados allí quedarán capacitados para percibir a Dios y glorificarlo en todas sus obras; y mientras se ocupen en cultivar las facultades que Dios les ha dado, se estarán preparando para rendir a Dios un servicio más eficiente (Testimonies, tomo 4, págs. 419-422). 

Debe animarse a los jóvenes que asistan a nuestros colegios, los cuales debieran ser más y más como las escuelas de los profetas. Nuestros colegios han sido establecidos por el Señor.
(Fundamentals of Christian Education, pág. 489). 

Las ventajas del internado. En gran medida, los niños que han de recibir una educación en nuestras escuelas lograrán progresos mucho más permanentes si están separados del círculo familiar donde han recibido una educación errónea. Quizá sea necesario que algunas familias se ubiquen donde puedan vivir con sus hijos y ahorrar gastos, pero en muchos casos esto resultará en un estorbo más que en una bendición para sus hijos.
 (Id., pág. 313). 

Un internado para una hija descarriada. El enemigo ha logrado su propósito con su hija hasta el punto de que con sus esfuerzos la ha atado como con coyundas de acero, y se requerirá un esfuerzo vigoroso y perseverante para salvar su alma. Si Ud. quiere lograr éxito en este caso, no podrá hacer una obra a medias. No se pueden romper fácilmente los hábitos de años. Ella debiera ser colocada donde se ejerza una influencia constante, firme y permanente. Le aconsejaría que la pusiera en el colegio de -------; experimente ella la disciplina del internado. Allí es donde debiera haber estado desde hace años. El internado está sometido a un plan que lo convierte en un buen hogar. Este hogar quizá no se adapte a las inclinaciones de algunas, pero es porque han sido educadas de acuerdo con falsas teorías, en la complacencia propia y en todos sus hábitos y costumbres han estado en la senda equivocada. Pero, mi querida hermana, nos estamos acercando al fin del tiempo y no debemos conformarnos ahora con las inclinaciones y prácticas del mundo sino con los deseos de Dios, debemos ver lo que dicen las Escrituras y luego caminar de acuerdo con la luz que Dios nos ha dado. Nuestras inclinaciones, nuestras costumbres y prácticas no han de tener la preferencia. La Palabra de Dios es nuestra norma (Testimonies, tomo 5, pág. 506). 

Alumnos externos. Parece que algunos docentes piensan que ninguno de los niños y jóvenes cuyos padres viven en el vecindario de un colegio debiera participar de los privilegios escolares a menos que vivan con sus profesores en el internado. Esto es para mí una idea nueva y extraña. Hay jóvenes cuyas influencias hogareñas han sido tales, que les sería una gran ventaja vivir por un tiempo en un internado escolar bien reglamentado. Y los internados escolares son una gran bendición para los que viven en lugares donde necesariamente deben dejar sus propios hogares para disfrutar de los privilegios escolares. Pero el hogar paternal donde se teme y obedece a Dios es, y siempre debe ser, el mejor lugar para los niños menores, donde bajo la debida educación de sus padres pueden disfrutar del cuidado y la disciplina de una familia religiosa, regida por sus propios padres. . . . En cuanto a los jóvenes que están en una edad conveniente para asistir a un internado escolar, evitemos hacer reglamentos innecesarios y arbitrarios que los separen de sus padres que viven en la proximidad de nuestros colegios. . . . 

A menos que los padres estén convencidos que será para el mejor provecho de sus hijos el colocarlos en un internado escolar, debiera permitírseles que los tengan bajo su propio control todo lo que sea posible. En algunos lugares, los padres que viven cerca del colegio quizá crean que sus hijos se beneficiarán al vivir en el internado escolar, donde pueden recibir ciertas instrucciones que nunca recibirían tan bien en su propio hogar. Pero no debe ser una regla inflexible que en todos los casos los hijos deben ser separados de sus padres a fin de disfrutar de las ventajas de cualquiera de nuestros colegios. . . . 

Los padres son los tutores naturales de sus hijos y tienen la solemne responsabilidad de supervigilar su educación y preparación. ¿No podemos entender que los padres, que han velado durante años el desarrollo de sus hijos, debieran conocer mejor la clase de preparación y dirección que deben tener a fin de desarrollar y cultivar los mejores rasgos de carácter en ellos? Debo aconsejar que los hijos de hogares que están a dos o tres millas [entre tres y cinco kilómetros] de un colegio debieran poder asistir a la institución mientras viven en su hogar y tienen los beneficios de la influencia paternal. Hasta donde sea posible, manténgase unida la familia (Carta 60, 1910). 

Todos los niños deben tener ventajas educativas. La iglesia está dormida y no comprende la magnitud de este asunto de educar a los niños y a los jóvenes. Alguno dice: "¿Qué necesidad hay de ser tan exigentes en la educación de nuestros jóvenes? Me parece a mí que si nos ocupamos de unos pocos que han decidido seguir una profesión liberal o alguna otra vocación que requiere cierta disciplina, y les prestamos la debida atención, eso es todo lo que se necesita. No es preciso que el conjunto pleno de nuestros jóvenes esté tan bien preparado. ¿No se cumplen así todos los requisitos esenciales?" Respondo: No, decididamente no. . . . Debiera procurarse que todos nuestros jóvenes reciban las bendiciones y oportunidades de una educación en nuestros colegios, para que reciban la inspiración de llegar a ser colaboradores con Dios. Todos necesitan una educación que los capacite para ser útiles, y calificados para ocupar lugares de responsabilidad tanto en la vida privada como en la vida pública. 
(Review and Herald, 13-2-1913). 

Un programa escolar equilibrado. Las facultades mentales necesitan ser cultivadas a fin de que puedan ejercerse para la gloria de Dios. Debiera prestarse cuidadosa atención al cultivo del intelecto a fin de que los diversos órganos de la mente sean igualmente robustos al ejercitarse cada uno en su papel individual. Si los padres permiten que sus hijos sigan sus propias inclinaciones y gustos, descuidando el deber, sus caracteres se formarán de acuerdo con ese modelo y no serán competentes para ningún puesto de responsabilidad en la vida. Los deseos e inclinaciones de los jóvenes debieran ser restringidos, debieran fortalecerse los puntos débiles de su carácter y reprimirse sus tendencias exageradas. Si alguna facultad sufre por quedar dormida, o se la desvía de su curso debido, no se cumple el propósito de Dios. Todas las facultades debieran desarrollarse bien. A cada una debiera prestarse atención, pues cada una tiene influencia sobre las otras, y todas deben ejercitarse a fin de que la mente esté bien equilibrada. Si se cultivan uno o dos órganos y se los mantiene continuamente en uso porque la elección de vuestros hijos es enfocar el vigor de la mente en cierta dirección descuidando las otras facultades mentales, llegarán a la madurez con una mente desequilibrada y un carácter que no es armónico. Serán aptos y fuertes en una dirección, pero grandemente deficientes en otras que son también importantes. No serán hombres y mujeres competentes. Sus deficiencias serán notables y malograrán todo el carácter.
 (Testimonies, tomo 3, pág. 26). 

Los males de un estudio constante que dure todo el año. Muchos padres mantienen a sus hijos en la escuela casi todo el año. Estos niños se someten mecánicamente a la rutina del estudio, pero no retienen lo que aprenden. Muchos de estos estudiantes constantes parecen casi desprovistos de vida intelectual. La monotonía del estudio continuo cansa la mente, y ellos se interesan poco en sus lecciones; y para muchos llega a ser penosa la aplicación a los libros. No tienen amor íntimo por la reflexión, ni ambición por adquirir conocimiento. No estimulan en sí mismos hábitos de reflexión e investigación. . . . Son pocos los que razonan detenidamente y piensan con lógica, porque falsas influencias han detenido el desarrollo del intelecto. La suposición que hacen padres y maestros de que el estudio continuo fortalece el intelecto, es errónea; porque en muchos casos ha tenido el efecto opuesto (Consejos para los Maestros, págs. 67, 68). 

La censura con frecuencia sólo pertenece a los padres. Pero no debe exigirse que los maestros hagan la parte de los padres. Muchos padres han manifestado una terrible negligencia en su deber. Como Elí, no ejercen la debida restricción; y luego mandan sus hijos indisciplinados al colegio, para recibir la preparación que ellos debieran haberles dado en la casa. Los maestros tienen una tarea que pocos aprecian. Si logran reformar a estos jóvenes díscolos, reciben poco crédito. Si éstos prefieren la sociedad de los dispuestos al mal y van de mal en peor, entonces se censura a los maestros y se acusa a la escuela. En muchos casos, la censura tocaría en justicia a los padres. Ellos tuvieron la primera y más favorable oportunidad de controlar y educar a sus hijos, cuando su espíritu era susceptible de enseñanza, y su mente y corazón podían recibir fácilmente las impresiones. Pero por pereza dejan los padres que sus hijos sigan su voluntad propia hasta endurecerse en la mala conducta (Id., págs. 72, 73). 

Los padres han de sostener la autoridad de los docentes. Una de las mayores dificultades a las cuales deben hacer frente los maestros es el fracaso de parte de los padres de cooperar en la administración de la disciplina del colegio. Si los padres lealmente sostuvieran la autoridad de los profesores, se evitarían muchas insubordinaciones, faltas y desenfrenos. Los padres debieran requerir que sus hijos respeten y obedezcan la debida autoridad. Debieran trabajar con cuidado incansable y diligencia para instruir, guiar y reprimir a sus hijos hasta que se establezcan firmemente hábitos correctos. Con una educación tal, los jóvenes estarían sometidos a las instituciones de la sociedad y a las restricciones generales de la obligación moral (Testimonies, tomo 5, pág. 89). 

No incumbe a los hijos juzgar si la disciplina del colegio es razonable o no. Si los padres tienen suficiente confianza en los profesores y en el sistema de educación adoptado en el colegio al enviar allí a sus hijos, muestren ser sensatos y tener fibra moral al sostener a los docentes en la aplicación de la disciplina. . . . Los padres prudentes sentirán que deben estar agradecidos porque hay colegios donde no se tolera ninguna forma de indisciplina y donde sus hijos serán preparados para obedecer antes que para la complacencia propia y donde se ejercerán buenas influencias sobre ellos. Hay algunos padres que a propósito envían al colegio a sus hijos echados a perder porque son incorregibles en el hogar. ¿Sostendrán esos padres a los docentes en su obra de disciplina, o estarán listos para creer cualquier informe falso? (Manuscrito 119, 1899). 

Debieran sostener la disciplina escolar. Algunos padres que han enviado a sus hijos a ---------- les han dicho que si se requiere de ellos alguna cosa irrazonable, no se sometan a ella, no importa quién se los pida. ¡Qué lección se ha dado a esos hijos! En su inexperiencia, ¿cómo pueden juzgar entre lo que es razonable e irrazonable? Quizá quisieran salir de noche, sin que nadie sepa dónde, y si los maestros o tutores les piden que den cuenta de eso, llamarán a esto irrazonable y un atropello de sus derechos. Piensan que su independencia no debe sufrir interferencias. ¿Qué poder puede existir sobre estos jóvenes o qué autoridad, mientras consideren que cualquier disciplina es una restricción irrazonable de su libertad? En muchos casos, esos jóvenes han quedado en el colegio sólo por poco tiempo, habiendo vuelto a su hogar sin terminar su educación para seguir con libertad la tendencia de sus deseos no educados e indisciplinados que no podían cumplir en el colegio. Las lecciones de complacencia que les fueron enseñadas por un padre o madre poco sabios han realizado su obra para el tiempo y la eternidad, y la pérdida de estas almas será cargada a su cuenta (Manuscrito 119, 1899). 

Una educación fuera del plan del colegio. Los niños y jóvenes debieran cultivar el hábito de hacer las cosas cabalmente en lo que atañe a la educación. El curso del colegio no abarca toda la educación que han de recibir. Pueden estar aprendiendo constantemente lecciones de las cosas que ven y oyen. Pueden estudiar de causa a efecto de lo que los rodea y de las circunstancias de la vida. Pueden aprender cada día algo que deben evitar, y algo que pueden practicar que los elevará y ennoblecerá, dando solidez al carácter y fortaleciéndoles en aquellos principios que son el fundamento de una madurez noble. Si enfocan su educación con propósitos descuidados, contentándose con seguir de largo sin ningún esfuerzo especial de su parte, entonces no alcanzarán la norma que Dios quiere que obtengan (Youth's Instructor. 21-4-1886). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 55. “La Unidad En La Disciplina”


El maestro necesita tacto para dirigir. Entre los jóvenes existe gran diversidad de caracteres y grados de educación. Algunos han vivido en un ambiente de restricciones y durezas arbitrarias que han provocado en ellos un espíritu de obstinación y rebeldía. Otros han sido mimados en sus hogares, sus padres extremadamente cariñosos les han permitido seguir su propia voluntad. Todos sus defectos han sido tolerados hasta que su carácter se deformó. Para tratar satisfactoriamente con todas esas mentalidades, el maestro necesita ejercer gran tacto y consideración en la dirección, tanto como firmeza en el gobierno. Con frecuencia se manifestará disgusto y aun, desprecio hacia las reglas debidas. Algunos se ingeniarán en todo lo posible para eludir los castigos, al paso que otros manifestarán una temeraria indiferencia a las consecuencias de la transgresión. Todo esto demandará más paciencia y mayor esfuerzo de parte de aquellos a quienes se ha confiado su educación (Testimonies, tomo 5, págs. 88, 89). 

Haya pocas reglas pero sean bien estudiadas. Tanto en la escuela como en el hogar debe haber sabia disciplina. El maestro debe hacer reglas para guiar la conducta de sus alumnos. Estas reglas deben ser pocas y bien estudiadas, y una vez hechas, hay que hacerlas cumplir. Deben presentarse al alumno todos los principios que éstas entrañan para que se convenza de su justicia (Consejos para los Maestros, pág. 118). 

El maestro debe imponer obediencia. Debería entenderse la cuestión de la disciplina tanto en la escuela como en el hogar. Esperaríamos que en el aula nunca hubiera ocasión de usar la vara, pero si en una escuela hay quienes resisten tercamente todos los consejos y súplicas, todas las oraciones y toda la angustia del alma en favor de ellos, entonces es necesario hacerles entender que deben obedecer. Algunos maestros no piensan que es mejor imponer la obediencia. Piensan que su deber es meramente educar. Es cierto, deben educar. ¿Pero cuánto vale la educación de los niños si, cuando desobedecen los principios colocados ante ellos, el maestro no siente que tiene el derecho a ejercer autoridad?
 (Review and Herald, 15-9-1904). 

Necesita la cooperación de los padres. No se debe dejar que el maestro lleve solo la carga de su trabajo. El necesita la simpatía, la bondad, la cooperación y el amor de todo miembro de la iglesia. Los padres deben animarlo demostrando que aprecian sus esfuerzos. Nunca deben decir o hacer algo que estimule la insubordinación en sus hijos. Pero sé que muchos padres no cooperan con el maestro. No fomentan en su casa la buena influencia ejercida en la escuela. En vez de cumplir en el hogar los principios de la obediencia enseñada en el aula, les permiten a sus hijos hacer lo que quieren, e ir sin ninguna restricción aquí y allá. Y si el maestro ejerce su autoridad para exigir obediencia, los niños llevan a sus padres un relato exagerado y distorsionado de la manera en que han sido tratados. El maestro puede haber hecho tan sólo lo que era su penoso deber, pero los padres simpatizan con sus hijos aun cuando han hecho lo malo. Y a menudo los padres que gobiernan con ira son los más irrazonables cuando se refrenan y disciplinan a sus hijos en la escuela.
 (Consejos para los Maestros, págs. 118, 119). 

Cuando los padres justifican las quejas de sus hijos contra la autoridad y disciplina de la escuela, no se dan cuenta de que están aumentando el poder desmoralizador que prevalece en un grado terrible. Todas las influencias que rodean a los jóvenes deben estar en el lado correcto, pues aumenta la depravación juvenil (Testimonies, tomo 5, pág. 112). 

Sostengan a los maestros fieles. Los padres que nunca han sentido la preocupación que debieran por el alma de sus hijos, y que nunca los han reprimido debidamente ni los han educado, son precisamente aquellos que manifiestan la más amarga oposición cuando sus hijos son reprimidos, reprobados o corregidos en la escuela. Algunos de estos niños son una desgracia para la iglesia y una desgracia para el nombre de los adventistas (Id., pág. 51). 

Enseñen [los padres] a sus hijos a ser fieles a Dios, fieles a los principios, y así fieles a sí mismos y a todos aquellos con quienes se relacionan. . . . No es probable que los padres que imparten esta educación, critiquen al maestro. Piensan que tanto el interés de sus hijos como la justicia de la escuela exigen que, en lo que sea posible, apoyen y honren a aquel que comparte su responsabilidad (La Educación, pág. 275). 

Nunca se debe criticar al maestro delante de los niños. Padres, cuando el maestro de la escuela de iglesia procura educar y disciplinar a vuestros hijos a fin de que obtengan la vida eterna, no critiquéis sus acciones en presencia de ellos, aun cuando parezca que es demasiado severo. Si deseáis que den su corazón al Salvador, cooperad con los esfuerzos que hace el maestro para su salvación. Cuánto mejor es que los niños, en vez de oír críticas, oigan de los labios de su madre, palabras de elogio acerca de la obra del maestro. Estas palabras hacen impresiones duraderas, e inducen a los niños a respetarlo.
 (Consejos para los Maestros, pág. 119). 

Si llegan a ser necesarias la crítica o algunas sugestiones en cuanto al trabajo del maestro, deberían indicarse a el en privado. Si esto no da resultado, preséntese el asunto a los responsables de la dirección de la escuela. No se debería decir ni hacer nada que debilite el respeto de los niños hacia aquel de quien depende en tan extenso grado su bienestar (Id., págs. 124, 125). 

Si los padres quisieran ponerse en la situación de los maestros y ver cuán difícil resulta necesariamente manejar y disciplinar una escuela de centenares de alumnos de todos los grados y diversas mentalidades, es posible que, al reflexionar, verían las cosas en forma diferente.
 (Joyas de los Testimonios tomo 1, pág. 538). 

La insubordinación con frecuencia comienza en el hogar. Al permitir que sus hijos hagan lo que les plazca, quizá piensen los padres que son muy cariñosos, pero están practicando el peor tipo de crueldad. Los niños pueden razonar y su alma es dañada por una bondad irreflexiva, aunque a los ojos de los padres les parezca que esa bondad es conveniente. A medida que los niños crecen, su insubordinación crece también. Quizá traten de corregirlos sus maestros, pero con demasiada frecuencia los padres se ponen del lado de los hijos y el mal continúa creciendo, revestido, de ser posible, con una cobertura de engaño todavía más oscura que antes. Otros niños son descarriados por la conducta indebida de esos niños, y sin embargo los padres no pueden ver el mal. Escuchan las palabras de sus hijos antes que las palabras de los maestros que lamentan el mal.
 (Review and Herald, 20-1-1901). 

El trabajo del maestro se duplica debido a la falta de cooperación de los padres. El descuido de los padres en la educación de sus hijos hace que el trabajo del maestro sea doblemente difícil. Los niños llevan el sello de los rasgos indóciles y antipáticos revelados por sus padres. Al ser descuidados en el hogar, consideran la disciplina de la escuela como opresiva y severa. Si no se los vigila cuidadosamente, tales niños leudarán a otros con sus caracteres indisciplinados y deformados. . . . El bien que los niños pueden recibir en la escuela, para contrarrestar su educación defectuosa en el hogar, se menoscaba por la simpatía que sus padres les demuestran en sus faltas. Los padres que creen en la Palabra de Dios, ¿continuarán con su dirección torcida y confirmarán en sus hijos sus malas tendencias? Los padres y madres que profesan la verdad para este tiempo deberían volver en sí y no ser más participantes en este mal, no deberían fomentar más los ardides de Satanás al aceptar el falso testimonio de sus inconversos hijos. Es suficiente que los maestros tengan que contender con la influencia de los hijos, sin tener también [que luchar con] la influencia de los padres (Id., 9-10-1900). 

La Conducción del Niño de E.G. de White

(XII) EL DESARROLLO DE LAS FACULTADES MENTALES: 54. “Maestros Y Padres En Sociedad”

La necesidad de una comprensión amigable. Los maestros del hogar y los de la escuela deben saber comprender la obra de cada uno y simpatizar mutuamente. Deben colaborar armoniosamente, imbuidos del mismo espíritu misionero, y esforzarse juntos por beneficiar a los niños física, mental y espiritualmente, a fin de desarrollar en ellos un carácter que resista la prueba de la tentación (Consejos para los Maestros, pág. 121). 

Los padres deben recordar que se logrará mucho más por la obra de la escuela de iglesia si ellos mismos comprenden las ventajas que sus hijos obtendrán de esa escuela, y apoyan de todo corazón al maestro. Por la oración, la paciencia y la tolerancia, los padres pueden deshacer, en gran parte, el daño causado por la impaciencia e indulgencia imprudente. Cooperen en el trabajo los padres y el maestro, recordando los primeros que ellos mismos recibirán ayuda por la presencia en la comunidad de un maestro ferviente, temeroso de Dios (Id., pág. 120).

 La desunión puede anular la buena influencia. Un espíritu de desunión, albergado en el corazón de unos pocos, se transmitirá de por sí a otros y destruirá la buena influencia que podría ejercer la escuela. A menos que los padres estén bien dispuestos y ansiosos de cooperar con el maestro para la salvación de sus hijos, no están preparados para tener establecida una escuela entre ellos (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 461). 

La cooperación comienza en el hogar. La cooperación debería empezar entre los padres en la vida doméstica. Comparten la responsabilidad de la educación de los niños y deberían esforzarse constantemente por actuar juntos. Entréguense a Dios y pídanle ayuda para sostenerse mutuamente. Enseñen a sus hijos a ser fieles a Dios, fieles a los principios, y así fieles a sí mismos y a todos aquellos con quienes se relacionan. Con semejante educación, los niños, una vez enviados a la escuela, no serán causa de disturbios o ansiedad. Serán un sostén para sus maestros y un ejemplo y estímulo para sus condiscípulos.
 (La Educación, pág. 275). 

Los hijos llevarán consigo dentro de las aulas la influencia de vuestra enseñanza. Cuando los padres y los maestros piadosos, trabajan en armonía, los corazones de los niños se preparan para tomar un profundo interés en la obra de Dios en la iglesia. Los dones cultivados en el hogar serán llevados a la iglesia y Dios será glorificado (Carta 29, 1902). 

Si los padres están tan absortos en los negocios placeres de esta vida que descuidan la disciplina apropiada de sus hijos, la obra del maestro no solamente se hace muy dura y penosa, sino que a menudo es completamente infructuosa.
 (Review and Herald, 13-6-1882). 

El trabajo del maestro es complementario. En la formación del carácter, ninguna influencia vale tanto como la influencia del hogar. La obra del maestro debería complementar la de los padres, pero no ocupar su lugar. En todo lo que se refiere al bienestar del niño, los padres y maestros deberían esforzarse por cooperar (La Educación, pág. 275). 

La educación dada al niño en el hogar debe ser tal que sea una ayuda para el maestro. En el hogar, debe enseñarse al niño en cuanto a la importancia del aseo, el orden y la escrupulosidad; y esas lecciones deben ser repetidas en la escuela (Manuscrito 45, 1912). 

Cuando el niño tiene bastante edad para ser enviado a la escuela, el maestro debe cooperar con los padres, y la preparación manual ha de continuarse como parte de los estudios escolares. Hay muchos estudiantes que se oponen a esta clase de trabajo en las escuelas. Consideran degradantes el empleo útil, o el aprender un oficio; pero los tales tienen una idea incorrecta de lo que constituye la verdadera dignidad.
 (Consejos para los Maestros, pág. 113).

 El hogar puede ser bendecido a través de la escuela. Si él [el maestro] trabaja paciente, ferviente y perseverantemente, de acuerdo a los métodos de Cristo, la obra de reforma hecha en la escuela, podrá extenderse a los hogares de los niños, introduciendo en ellos, una atmósfera más pura y celestial. Esto es en verdad obra misionera del más alto carácter.
 (Id., pág. 121). 

El maestro atento hallará muchas oportunidades para inducir a sus alumnos a practicar actos de servicio. Los niñitos, especialmente, consideran al Maestro con una confianza y un respeto casi ilimitados. Es difícil que deje de dar fruto cualquier cosa que insinúe en cuanto al modo de ayudar en el hogar, a ser fieles en los quehaceres diarios, a asistir a los enfermos o ayudar a los pobres. Y así se obtendrá nuevamente un doble beneficio. La insinuación bondadosa se reflejará sobre su autor. La gratitud y la cooperación de parte de los padres aligerarán la carga del maestro, e iluminarán su camino.
 (La Educación, págs. 208, 209). 

Los padres pueden aliviar el trabajo del maestro. Si los padres hacen fielmente su parte, la obra del maestro se aligerará grandemente. Su esperanza y valor aumentarán. Los padres cuyo corazón rebose de amor hacia Cristo, evitarán el expresar censuras, y harán cuanto esté en su poder para alentar y ayudar al que han elegido como maestro de sus hijos. Estarán dispuestos a creer que es tan concienzudo en su obra como ellos en la suya (Consejos para los Maestros, pág. 121).

 Cuando los padres comprendan sus responsabilidades, quedará mucho menos que hacer para los maestros (Id., pág. 114). 

Los padres pueden ser consejeros del maestro. Hemos de hablar del amor de Dios en nuestros hogares; hemos de enseñarlo en nuestras escuelas. Los principios de la Palabra de Dios han de inculcarse en la vida del hogar y de la escuela. Si los padres comprendieran plenamente su deber de someterse a la voluntad revelada del Señor, serían sabios consejeros en nuestras escuelas y en asuntos de educación, pues su experiencia en la enseñanza en el hogar les enseñaría la forma de precaver contra las tentaciones que asaltan a niños y a jóvenes. Los maestros y los padres así llegarían a ser colaboradores con Dios en la obra de educar a la juventud para el cielo (Carta 356, 1907). 

Será de gran ayuda para el maestro que se le comunique el conocimiento íntimo que los padres tienen del carácter de los niños y de sus peculiaridades o debilidades físicas. Es de lamentar que sean tantos los que no comprenden esto. La mayoría de los padres se interesan poco en informarse de las cualidades del maestro o en cooperar con él en su trabajo (La Educación, pág. 276). 

Ellos [los padres] deben sentir que es su deber cooperar con el maestro, fomentar la disciplina adecuada y orar mucho por aquel que está enseñando a sus hijos (Fundamentals of Christian Education, pág. 270). 

Los maestros pueden ser consejeros de los padres. Puesto que los padres se familiarizan rara vez con el maestro, es tanto más importante que éste trate de relacionarse con los padres. Debería visitar los hogares de los alumnos y enterarse del ambiente y de las influencias en medio de las cuales viven. Al relacionarse personalmente con sus hogares y vidas, puede fortalecer los lazos que lo unen a sus alumnos y aprender la forma de tratar más eficazmente con sus diferentes temperamentos e inclinaciones. Al interesarse en la educación del hogar, el maestro imparte un doble beneficio. Muchos padres, entregados de lleno al trabajo y a las ocupaciones, pierden de vista sus oportunidades para influir benéficamente en la vida de sus hijos. El maestro puede hacer mucho para despertar en los padres el sentimiento de sus posibilidades y privilegios. Hallará otros para quienes, por la ansiedad que tienen de que sus hijos sean hombres y mujeres buenos y útiles, el sentimiento de su responsabilidad ha llegado a ser una carga pesada. Con frecuencia el maestro puede ayudar a estos padres a llevar su carga y, al tratar juntos los asuntos, tanto el maestro como los padres se sentirán animados y fortalecidos.
 (La Educación, pág. 276). 

La Conducción del Niño de E.G. de White