jueves, 20 de febrero de 2014

(IX) ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA EDIFICACIÓN DEL CARÁCTER 40. “Ejemplificad Los Principios Cristianos”


Los niños imitarán a los padres. 
 Padres y madres, sois maestros; vuestros niños son los alumnos. El tono de vuestra voz, vuestra conducta, vuestro espíritu son copiados por los pequeñuelos (Signs of the Times, 11-3-1886). 

Los hijos imitan a sus padres; por lo tanto, debiera tenerse gran cuidado de presentarles modelos correctos. 
 Los padres que son bondadosos y corteses en el hogar, al paso que son firmes y decididos, verán que se manifiestan los mismos rasgos en sus hijos. Si son correctos, honrados y honorables, lo más probable es que sus hijos los imiten en eso. Si reverencian y rinden culto a Dios, sus hijos, educados de la misma forma, no se olvidarán de servir también a Dios 
(Testimonies, tomo 5, págs. 319, 320). 

Los padres y madres siempre debieran presentar en la familia delante de sus hijos el ejemplo que desean que imiten. 
Debieran manifestarse mutuamente un tierno respeto en palabra, apariencia y acción. Debieran hacer que sea evidente que los rige el Espíritu Santo, al presentar a sus hijos el carácter de Jesucristo. Son fuertes las facultades de imitación, y cuando esta facultad es más activa, en la niñez y la juventud, debiera presentarse un modelo perfecto delante de los menores. Los hijos debieran tener confianza en sus padres y apropiarse así de las lecciones que ellos les inculquen (Review and Herald, 13-3-1894).

 Enseñad por precepto y ejemplo. 
En la educación de sus hijos, la madre está en una escuela continua. Mientras les enseña, aprende ella misma diariamente. Las lecciones que les da de dominio propio deben ser practicadas por ella. Al tratar con las diferentes mentes y los temperamentos de sus niños, necesita facultades de agudo discernimiento o se verá en peligro de juzgar mal y tratar con parcialidad a sus niños. Practicará la ley de la bondad en su vida familiar, si quiere que sus hijos sean corteses y bondadosos. Así se les repiten las lecciones diariamente por precepto y ejemplo 
(Pacific Health Journal, junio de 1890). 

"Los maestros en la escuela harán algo por la educación de vuestros hijos, pero vuestro ejemplo efectuará más de lo que se pueda lograr por otros medios". 

 Vuestra conversación, la forma en que manejáis vuestros asuntos comerciales, la forma en que expresáis vuestros gustos y fobias, todo contribuye a la formación del carácter. El temperamento bondadoso, el dominio propio, el dominio del yo, la cortesía que vuestros hijos vean en vosotros, les serán lecciones diarias. A semejanza del tiempo, esta educación siempre prosigue y la tendencia de esta escuela de todos los días debiera consistir en hacer de vuestros hijos lo que debieran ser 
(Review and Herald, 27-6-1899). 

Cuidad de no ser rudos con vuestros hijos. . . . Requerid obediencia y no habléis descuidadamente a vuestros hijos, porque vuestras maneras y palabras son su libro de texto. Ayudadlos suave y tiernamente en este período de su vida. La luz de vuestra presencia infunda luz en su corazón. Esos adolescentes, muchachos y niños, son muy sensibles y mediante la rudeza podéis dañar toda su vida. Sed cuidadosas, madres, nunca regañéis pues eso nunca ayuda (Manuscrito 127, 1898). 

Los padres han de ser modelos de dominio propio. Los niños debieran estar exentos de excitaciones en todo lo posible. Por lo tanto, la madre debiera estar tranquila y serena, libre de toda excitación y premura nerviosa. Esta es una escuela de disciplina para ella misma tanto como para los niños. Mientras enseña a los pequeños la lección de la abnegación, se está educando para ser un modelo de sus hijos. Mientras trabaja con tierno interés el terreno del corazón de ellos, a fin de someter las inclinaciones pecaminosas naturales, está cultivando en sus propias palabras y en su propio comportamiento las gracias del Espíritu (Manuscrito 43, 1900). 

Una victoria ganada sobre vosotros mismos será de gran valor y ánimo para vuestros hijos. Podéis colocaros en terreno ventajoso diciendo: Soy la heredad de Dios; soy el edificio de Dios. Me coloco bajo su mano para ser modelado conforme a la similitud divina, a fin de ser colaborador con Dios al modelar la mente y caracteres de mis hijos de modo que les sea más fácil caminar en la senda del Señor. . . . Padres y madres, cuando podáis dominaros, ganaréis grandes victorias en el dominio de vuestros hijos (Carta 75, 1898). 

Los frutos del dominio propio. 
Padres, cada vez que perdéis el dominio propio y habláis o actuáis impacientemente, pecáis contra Dios. El ángel registrador anota cada palabra pronunciada delante de ellos impaciente e impremeditadamente, descuidadamente o en broma; cada palabra que no es casta y elevada es señalada por él como un punto contra vuestro carácter cristiano. Hablad bondadosamente a vuestros hijos. Recordad cuán sensibles sois, cuán poco podéis soportar el ser reprochados, y no pongáis sobre ellos lo que no podéis soportar, pues son más débiles que vosotros y no pueden soportar tanto. Los frutos del dominio propio, la consideración y el esfuerzo abnegado de vuestra parte se multiplicarán cien veces. Vuestras agradables y animadoras palabras siempre serán como rayos de sol en vuestra familia (Signs of the Times, 10-4-1884). 

"Si los padres desean que sus hijos sean correctos y, hagan lo correcto, deben ser ellos mismos correctos en teoría y en práctica" 
(Good Health, enero de 1880). 

Los hijos son influidos por el comportamiento de los profesos cristianos. Hay hijos de observadores del sábado a quienes se les ha enseñado a guardar el sábado desde su juventud. Algunos de ellos son muy buenos, fieles al deber en lo que atañe a los asuntos temporales, pero no sienten ninguna convicción profunda de pecado ni la necesidad de arrepentirse del pecado. Esta es, una condición peligrosa. Observan el comportamiento y los esfuerzos de los profesos cristianos. Ven a algunos que hacen una elevada profesión, pero no son cristianos concienzudos, y comparan sus propios puntos de vista y acciones con esas piedras de tropiezo; y como no hay pecados manifiestos en su propia vida, se jactan a sí mismos de que son más o menos correctos 
(Testimonies, tomo 4, pág. 40). 

La enseñanza de la Escritura no tiene mayor efecto sobre los jóvenes porque tantos padres y maestros que profesan creer en la Palabra de Dios niegan su poder en sus vidas. 
 A veces los jóvenes sienten el poder de la Palabra. Ven la belleza de su carácter, las posibilidades de una vida dedicada a su servicio. Pero ven en contraste la vida de los que profesan reverenciar los preceptos de Dios
 (La Educación, pág. 253). 

Los padres deben decir "no" a la tentación. 
Madres, al no seguir las prácticas del mundo, podéis colocar delante de vuestros hijos un ejemplo de fidelidad a Dios enseñándoles así a decir no. Enseñad a vuestros hijos el significado del proverbio: "Si los pecadores te quisieran engañar, no consientas". Pero si queréis que vuestros hijos puedan decir no a la tentación, vosotros mismos deberéis ser capaces de decir no. Un hombre necesita decir no, tanto como un niño 
(Review and Herald, 31-3-1891). 

Ejemplificad la caballerosidad. 
Padres sed bondadosos y gentiles con vuestros hijos, y ellos aprenderán caballerosidad. Demostremos en nuestro hogar que somos cristianos. Conceptúo como desprovista de valor aquella profesión que no se practica en la vida del hogar en forma de bondad, tolerancia y amor 
(Manuscrito 97, 1909). 

Vigilad el tono de la voz tanto como las palabras. 
No salga de vuestros labios una palabra de enojo, dureza o mal genio. La gracia de Cristo espera que la demandéis. Su Espíritu dominará vuestro corazón y conciencia, presidiendo vuestras palabras y actos. No renunciéis nunca a vuestro respeto propio mediante palabras apresuradas y no pensadas. Procurad que vuestras palabras sean puras, vuestra conversación santa. Dad a vuestros hijos un ejemplo de lo que deseáis que sean ellos. . . . Haya paz, palabras amables y semblantes alegres (Carta 28, 1890). 

Los padres nunca pueden ser despóticos en ningún sentido sin correr riesgos. No deben demostrar un espíritu mandón, criticón y censurador. Las palabras que hablan, el tono en que las dicen, son lecciones buenas o malas para sus hijos. Padres y madres, si salen de vuestros labios palabras ásperas estáis enseñando a vuestros hijos que hablen de la misma manera, y la influencia refinadora del Espíritu Santo queda sin efecto. Una paciente perseverancia en el bien hacer es esencial si queréis cumplir vuestro deber hacia vuestros hijos (Carta 8 a, 1896). 

Los padres son los agentes de Dios para modelar el carácter. Está formándose el intelecto de vuestros hijos, se están modelando sus apetencias y caracteres, ¿pero de acuerdo con qué modelo? Recuerden los padres que son agentes en esta transacción. Y aun cuando estén durmiendo en la tumba, es duradera la obra que dejaron tras sí, y dará testimonio de ellos, ya sea bueno o malo (Pacific Health Journal, junio de 1890). 

Imprimiendo la imagen de la Divinidad. 
Debéis instruir, amonestar y aconsejar, recordando siempre que vuestra apariencia, vuestras obras y acciones tienen una influencia directa sobre el proceder futuro de vuestros amados. Vuestra obra no consiste en pintar una bella forma en un lienzo ni en cincelarla en el mármol, sino en imprimir en el alma humana la imagen de la Divinidad (Signs of the Times, 25-5-1882). 

(La Conducción del Niño de E.G.de White)

(IX) ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA EDIFICACIÓN DEL CARÁCTER 39. “La Voluntad Como Factor de Éxito”


Cada niño debiera entender el poder de la voluntad 
La voluntad es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre, colocando a todas las otras facultades bajo su dominio. La voluntad no es el gusto ni la inclinación, sino el poder de decidir, que obra en los hijos de los hombres para obedecer a Dios o para desobedecerle 
(Testimonies, tomo 5, pág. 513).

 Todo niño debería comprender 
la verdadera fuerza de la voluntad. 
 Se le debería hacer ver cuán grande 
es la responsabilidad encerrada en este don.
 La voluntad es . . . el poder de decisión o elección 
(La Educación, pág. 280). 

Se logra el éxito cuando la voluntad se someta a Dios. 
Todo ser humano que razone tiene poder para escoger lo recto. En toda vicisitud de la vida la Palabra de Dios nos dice: "Escogeos hoy a quién debáis servir" (Jos. 24: 15). 

 Todos pueden poner su voluntad de parte de la voluntad de Dios, escoger obedecerle y así, al relacionarse con los agentes divinos, mantenerse donde nada pueda forzarlos a hacer mal. 

 En todo joven y niño, hay poder para formar, con la ayuda de Dios, un carácter integro, y vivir una vida útil.

El padre o el maestro que, por medio de semejante instrucción, enseña al niño a dominarse, será utilísimo y siempre tendrá éxito. Tal vez su obra no parezca muy provechosa al observador superficial; tal vez no sea tan apreciada como la del que tiene la mente y la voluntad del niño bajo el dominio de una autoridad absoluta, pero los años ulteriores mostrarán el resultado del mejor método de educación 
(Id., pág. 281). 

 No debilitéis la voluntad del niño, sino dirigidla. 
Salvad toda la fuerza de la voluntad, porque el ser humano la necesita toda; pero dadle la debida dirección. Tratadla sabia y tiernamente, como un tesoro sagrado. No la desmenucéis a golpes; sino amoldadla sabiamente, por precepto y verdadero ejemplo, hasta que el niño llegue a los años en que pueda llevar responsabilidad (Consejos para los Maestros, pág. 90). 

Los niños deberían ser educados precozmente para someter su voluntad e inclinaciones a la voluntad y autoridad de sus padres. Cuando los padres enseñan a sus hijos esta lección, los están educando para someterse a la voluntad de Dios y obedecer sus requerimientos y los preparan para ser miembros de la familia de Cristo (Manuscrito 119, 1899). 

Ha de ser guiado pero no aplastado.
 Tanto los padres como el maestro deberían estudiar la forma de dirigir el desarrollo del niño sin estorbarlo con un control indebido. Tan malo es el exceso de órdenes como la falta de ellas. 

 El esfuerzo por "quebrantar la voluntad" del niño es un error terrible. Las mentes están diferentemente constituidas; aunque la fuerza puede asegurar la sumisión aparente, el resultado, en el caso de muchos niños, es una rebelión aún más decidida del corazón. 

 El hecho de que el padre o el maestro llegue a ejercer el "control" que pretende, no quiere decir que el resultado sea menos perjudicial para el niño. . . . Puesto que la sumisión de la voluntad es mucho más difícil para unos alumnos que para otros, el maestro debería facilitar todo lo posible la obediencia a sus exigencias. Debería guiar y amoldar la voluntad, pero no desconocerla ni aplastarla (La Educación, págs. 279, 280). 

Guiad; nunca empujad. 
Permitid que los niños que están bajo vuestro cuidado tengan una individualidad, así como la tenéis vosotros. Tratad siempre de guiarlos, pero nunca de empujarlos (Testimonies, tomo 5, pág. 653).

 El ejercicio de la voluntad expande y fortalece la mente. 
Se puede enseñar a un niño de manera que, . . . no tenga voluntad propia. Aun su individualidad se fusionará en aquella que vigila su educación; su voluntad, para todos los intentos y propósitos, queda sujeta a la del maestro. 

 Los niños así educados serán siempre deficientes en energía moral y en responsabilidad individual. No se les ha enseñado a obrar por razón y principio; su voluntad ha sido controlada por otra, y la mente no ha sido llamada a manifestarse, a fin de expandirse y fortalecerse por el ejercicio. No han sido dirigidos y disciplinados con respecto a sus constituciones peculiares y capacidades mentales, para ejercitar sus facultades más fuertes cuando sea necesario (Consejos para los Maestros, págs. 59, 60). 

Cuando hay un choque de voluntades. 
Si el niño es de voluntad terca, la madre, si entiende su responsabilidad, comprenderá que esa voluntad terca es parte de la herencia que ella le ha dado. No considerará a la voluntad de su hijo como algo que deba ser quebrantado. Hay veces cuando la determinación de la madre hace frente a la determinación del hijo, cuando la firme y madura voluntad de la madre hace frente a la irrazonable voluntad del hijo, y cuando la madre dirige debido a su mayor edad y experiencia, o la voluntad de la persona mayor es dominada por la voluntad menor e indisciplinada del hijo. En tales oportunidades, hay necesidad de gran sabiduría; pues mediante un trato imprudente o severa compulsión, puede echarse a perder al niño para esta vida y la venidera. Todo se puede perder por falta de sabiduría. 

Esta es una crisis que rara vez debiera permitirse que se presentara, pues tanto la madre como el niño pasarán por una dura lucha. Debiera evitarse tal cosa con sumo cuidado. Pero si se llega a ese punto, debiera verse que el niño se someta a la voluntad superior del progenitor. La madre ha de mantener sus palabras en perfecto dominio propio. No deben darse órdenes en voz alta. Nada debe hacerse que desarrolle un espíritu desafiante en el niño.

 La madre debe estudiar la forma de tratarlo de tal manera que sea atraído hacia Jesús. Debe orar con fe para que Satanás no venza en la voluntad del niño. Los ángeles celestiales están contemplando la escena. La madre debe comprender que Dios es su ayudador, que el amor es su éxito, su poder. Si ella es una cristiana sabia, no tratará de dominar por la fuerza la voluntad del niño. Orará, y mientras ore, experimentará una renovación de la vida espiritual dentro de sí. Y verá que al mismo tiempo el poder que obra en ella también está obrando en el niño. Y el niño, en vez de ser compelido, es dirigido y se hace más suave. Así se gana la batalla. 

 Cada pensamiento bondadoso, cada acto paciente, cada palabra de sabia sujeción, es como manzana de oro con figuras de plata. La madre ha ganado una victoria más preciosa de lo que pueda expresar el lenguaje. Tiene luz renovada y una experiencia mayor. La "luz verdadera, que alumbra a todo hombre" de este mundo ha sometido la voluntad de ella. Hay paz después de la tormenta, como el sol que brilla después de la lluvia (Carta 55, 1902). 

Los padres debieran reprimir sus sentimientos juveniles. 
 Poquísimos se dan cuenta de la importancia de reprimir, hasta donde sea posible, sus propios sentimientos juveniles, sin llegar a ser ásperos y faltos de simpatía en su naturaleza. Agradaría a Dios que los padres mezclaran la graciosa sencillez de un niño con la fortaleza, sabiduría y madurez de la virilidad y la femineidad. Algunos nunca tuvieron una genuina niñez. Nunca disfrutaron de la libertad, sencillez y frescura de la vida de un capullo. Fueron regañados y reprendidos, reprochados y golpeados, hasta que la inocencia y la confiada franqueza de la niñez se trocaron en temor, envidia, celos y falsía. Rara vez tendrán los tales las características que harán feliz la niñez de sus propios seres amados 
(Good Health, marzo de 1880). 

¡Un Gran Error!
Se comete un gran error cuando los resortes de la dirección se colocan en las manos del niño, y se le permite que haga su propia voluntad y rija el hogar. De ese modo se da una dirección equivocada a ese elemento maravilloso que es el poder de la voluntad. Pero esto se ha hecho y se continuará haciendo porque hay padres y madres que son ciegos en su discernimiento y sus cálculos (Manuscrito 126, 1897). 

Una madre que se rendía a los clamores de su niño. 
 Su niño . . . necesita la mano de la sabiduría para que lo guíe correctamente. Se le ha permitido llorar para conseguir lo que deseaba, hasta que ha formado el hábito de hacerlo. Se le ha permitido llorar para que estuviera su padre con él. Vez tras vez, al alcance de su oído se les ha dicho a otros cómo llora por la presencia de su padre, hasta el punto de que hace esto para conseguir su objeto. 

 Si su hijo estuviera en mis manos, lo transformaría en tres semanas. Le haría comprender que mi palabra es ley, y bondadosa y firmemente llevaría a cabo mis propósitos. No sometería mi voluntad a la voluntad del niño. Ud. tiene una obra que hacer en esto, y ha perdido mucho al no emprenderla antes (Carta 5. 1884).

 La vida desventurada de un niño echado a perder.
 Cada niño que no es disciplinado cuidadosamente y con oración, será desdichado en este tiempo de prueba y formará tales rasgos desagradables de carácter, que el Señor no podrá unirlo con su familia celestial. Hay una enorme carga que debe ser llevada a lo largo de toda la vida de un niño malcriado. En las pruebas, en los desengaños, en la tentación, seguirá su propia voluntad indisciplinada y desencaminada (Manuscrito 126, 1897). 

Los niños a los que se les permite que hagan lo que quieren, no son felices. El corazón rebelde no tiene dentro de sí los elementos de paz y satisfacción. Deben disciplinarse la mente y el corazón y ponerse bajo la debida restricción a fin de que armonice el carácter con las sabias leyes que gobiernan nuestro ser. La inquietud y el descontento son los frutos de la complacencia y el egoísmo (Testimonies, tomo 4, pág. 202). 

El origen de muchas pruebas. 
Las tristes pruebas que resultan tan peligrosas para la prosperidad de una iglesia y que hacen que tropiecen los incrédulos y se aparten con dudas y motivos de descontento, generalmente surgen de un espíritu indómito y rebelde, el resultado de la complacencia paternal en los años mozos. 

 Cuántas vidas naufragan, cuántos crímenes se cometen por la influencia de una pasión que se levanta rápidamente, la cual podría haber sido dominada en la niñez, cuando la mente era impresionable, cuando el corazón era fácilmente influido por lo correcto y estaba sometido a la voluntad tierna de una madre. La educación ineficaz de los niños es el fundamento de muchísimas desgracias morales (Ibid.). 

(La Conducción del Niño de E.G.de White)