jueves, 20 de febrero de 2014

(IX) ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA EDIFICACIÓN DEL CARÁCTER 39. “La Voluntad Como Factor de Éxito”


Cada niño debiera entender el poder de la voluntad 
La voluntad es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre, colocando a todas las otras facultades bajo su dominio. La voluntad no es el gusto ni la inclinación, sino el poder de decidir, que obra en los hijos de los hombres para obedecer a Dios o para desobedecerle 
(Testimonies, tomo 5, pág. 513).

 Todo niño debería comprender 
la verdadera fuerza de la voluntad. 
 Se le debería hacer ver cuán grande 
es la responsabilidad encerrada en este don.
 La voluntad es . . . el poder de decisión o elección 
(La Educación, pág. 280). 

Se logra el éxito cuando la voluntad se someta a Dios. 
Todo ser humano que razone tiene poder para escoger lo recto. En toda vicisitud de la vida la Palabra de Dios nos dice: "Escogeos hoy a quién debáis servir" (Jos. 24: 15). 

 Todos pueden poner su voluntad de parte de la voluntad de Dios, escoger obedecerle y así, al relacionarse con los agentes divinos, mantenerse donde nada pueda forzarlos a hacer mal. 

 En todo joven y niño, hay poder para formar, con la ayuda de Dios, un carácter integro, y vivir una vida útil.

El padre o el maestro que, por medio de semejante instrucción, enseña al niño a dominarse, será utilísimo y siempre tendrá éxito. Tal vez su obra no parezca muy provechosa al observador superficial; tal vez no sea tan apreciada como la del que tiene la mente y la voluntad del niño bajo el dominio de una autoridad absoluta, pero los años ulteriores mostrarán el resultado del mejor método de educación 
(Id., pág. 281). 

 No debilitéis la voluntad del niño, sino dirigidla. 
Salvad toda la fuerza de la voluntad, porque el ser humano la necesita toda; pero dadle la debida dirección. Tratadla sabia y tiernamente, como un tesoro sagrado. No la desmenucéis a golpes; sino amoldadla sabiamente, por precepto y verdadero ejemplo, hasta que el niño llegue a los años en que pueda llevar responsabilidad (Consejos para los Maestros, pág. 90). 

Los niños deberían ser educados precozmente para someter su voluntad e inclinaciones a la voluntad y autoridad de sus padres. Cuando los padres enseñan a sus hijos esta lección, los están educando para someterse a la voluntad de Dios y obedecer sus requerimientos y los preparan para ser miembros de la familia de Cristo (Manuscrito 119, 1899). 

Ha de ser guiado pero no aplastado.
 Tanto los padres como el maestro deberían estudiar la forma de dirigir el desarrollo del niño sin estorbarlo con un control indebido. Tan malo es el exceso de órdenes como la falta de ellas. 

 El esfuerzo por "quebrantar la voluntad" del niño es un error terrible. Las mentes están diferentemente constituidas; aunque la fuerza puede asegurar la sumisión aparente, el resultado, en el caso de muchos niños, es una rebelión aún más decidida del corazón. 

 El hecho de que el padre o el maestro llegue a ejercer el "control" que pretende, no quiere decir que el resultado sea menos perjudicial para el niño. . . . Puesto que la sumisión de la voluntad es mucho más difícil para unos alumnos que para otros, el maestro debería facilitar todo lo posible la obediencia a sus exigencias. Debería guiar y amoldar la voluntad, pero no desconocerla ni aplastarla (La Educación, págs. 279, 280). 

Guiad; nunca empujad. 
Permitid que los niños que están bajo vuestro cuidado tengan una individualidad, así como la tenéis vosotros. Tratad siempre de guiarlos, pero nunca de empujarlos (Testimonies, tomo 5, pág. 653).

 El ejercicio de la voluntad expande y fortalece la mente. 
Se puede enseñar a un niño de manera que, . . . no tenga voluntad propia. Aun su individualidad se fusionará en aquella que vigila su educación; su voluntad, para todos los intentos y propósitos, queda sujeta a la del maestro. 

 Los niños así educados serán siempre deficientes en energía moral y en responsabilidad individual. No se les ha enseñado a obrar por razón y principio; su voluntad ha sido controlada por otra, y la mente no ha sido llamada a manifestarse, a fin de expandirse y fortalecerse por el ejercicio. No han sido dirigidos y disciplinados con respecto a sus constituciones peculiares y capacidades mentales, para ejercitar sus facultades más fuertes cuando sea necesario (Consejos para los Maestros, págs. 59, 60). 

Cuando hay un choque de voluntades. 
Si el niño es de voluntad terca, la madre, si entiende su responsabilidad, comprenderá que esa voluntad terca es parte de la herencia que ella le ha dado. No considerará a la voluntad de su hijo como algo que deba ser quebrantado. Hay veces cuando la determinación de la madre hace frente a la determinación del hijo, cuando la firme y madura voluntad de la madre hace frente a la irrazonable voluntad del hijo, y cuando la madre dirige debido a su mayor edad y experiencia, o la voluntad de la persona mayor es dominada por la voluntad menor e indisciplinada del hijo. En tales oportunidades, hay necesidad de gran sabiduría; pues mediante un trato imprudente o severa compulsión, puede echarse a perder al niño para esta vida y la venidera. Todo se puede perder por falta de sabiduría. 

Esta es una crisis que rara vez debiera permitirse que se presentara, pues tanto la madre como el niño pasarán por una dura lucha. Debiera evitarse tal cosa con sumo cuidado. Pero si se llega a ese punto, debiera verse que el niño se someta a la voluntad superior del progenitor. La madre ha de mantener sus palabras en perfecto dominio propio. No deben darse órdenes en voz alta. Nada debe hacerse que desarrolle un espíritu desafiante en el niño.

 La madre debe estudiar la forma de tratarlo de tal manera que sea atraído hacia Jesús. Debe orar con fe para que Satanás no venza en la voluntad del niño. Los ángeles celestiales están contemplando la escena. La madre debe comprender que Dios es su ayudador, que el amor es su éxito, su poder. Si ella es una cristiana sabia, no tratará de dominar por la fuerza la voluntad del niño. Orará, y mientras ore, experimentará una renovación de la vida espiritual dentro de sí. Y verá que al mismo tiempo el poder que obra en ella también está obrando en el niño. Y el niño, en vez de ser compelido, es dirigido y se hace más suave. Así se gana la batalla. 

 Cada pensamiento bondadoso, cada acto paciente, cada palabra de sabia sujeción, es como manzana de oro con figuras de plata. La madre ha ganado una victoria más preciosa de lo que pueda expresar el lenguaje. Tiene luz renovada y una experiencia mayor. La "luz verdadera, que alumbra a todo hombre" de este mundo ha sometido la voluntad de ella. Hay paz después de la tormenta, como el sol que brilla después de la lluvia (Carta 55, 1902). 

Los padres debieran reprimir sus sentimientos juveniles. 
 Poquísimos se dan cuenta de la importancia de reprimir, hasta donde sea posible, sus propios sentimientos juveniles, sin llegar a ser ásperos y faltos de simpatía en su naturaleza. Agradaría a Dios que los padres mezclaran la graciosa sencillez de un niño con la fortaleza, sabiduría y madurez de la virilidad y la femineidad. Algunos nunca tuvieron una genuina niñez. Nunca disfrutaron de la libertad, sencillez y frescura de la vida de un capullo. Fueron regañados y reprendidos, reprochados y golpeados, hasta que la inocencia y la confiada franqueza de la niñez se trocaron en temor, envidia, celos y falsía. Rara vez tendrán los tales las características que harán feliz la niñez de sus propios seres amados 
(Good Health, marzo de 1880). 

¡Un Gran Error!
Se comete un gran error cuando los resortes de la dirección se colocan en las manos del niño, y se le permite que haga su propia voluntad y rija el hogar. De ese modo se da una dirección equivocada a ese elemento maravilloso que es el poder de la voluntad. Pero esto se ha hecho y se continuará haciendo porque hay padres y madres que son ciegos en su discernimiento y sus cálculos (Manuscrito 126, 1897). 

Una madre que se rendía a los clamores de su niño. 
 Su niño . . . necesita la mano de la sabiduría para que lo guíe correctamente. Se le ha permitido llorar para conseguir lo que deseaba, hasta que ha formado el hábito de hacerlo. Se le ha permitido llorar para que estuviera su padre con él. Vez tras vez, al alcance de su oído se les ha dicho a otros cómo llora por la presencia de su padre, hasta el punto de que hace esto para conseguir su objeto. 

 Si su hijo estuviera en mis manos, lo transformaría en tres semanas. Le haría comprender que mi palabra es ley, y bondadosa y firmemente llevaría a cabo mis propósitos. No sometería mi voluntad a la voluntad del niño. Ud. tiene una obra que hacer en esto, y ha perdido mucho al no emprenderla antes (Carta 5. 1884).

 La vida desventurada de un niño echado a perder.
 Cada niño que no es disciplinado cuidadosamente y con oración, será desdichado en este tiempo de prueba y formará tales rasgos desagradables de carácter, que el Señor no podrá unirlo con su familia celestial. Hay una enorme carga que debe ser llevada a lo largo de toda la vida de un niño malcriado. En las pruebas, en los desengaños, en la tentación, seguirá su propia voluntad indisciplinada y desencaminada (Manuscrito 126, 1897). 

Los niños a los que se les permite que hagan lo que quieren, no son felices. El corazón rebelde no tiene dentro de sí los elementos de paz y satisfacción. Deben disciplinarse la mente y el corazón y ponerse bajo la debida restricción a fin de que armonice el carácter con las sabias leyes que gobiernan nuestro ser. La inquietud y el descontento son los frutos de la complacencia y el egoísmo (Testimonies, tomo 4, pág. 202). 

El origen de muchas pruebas. 
Las tristes pruebas que resultan tan peligrosas para la prosperidad de una iglesia y que hacen que tropiecen los incrédulos y se aparten con dudas y motivos de descontento, generalmente surgen de un espíritu indómito y rebelde, el resultado de la complacencia paternal en los años mozos. 

 Cuántas vidas naufragan, cuántos crímenes se cometen por la influencia de una pasión que se levanta rápidamente, la cual podría haber sido dominada en la niñez, cuando la mente era impresionable, cuando el corazón era fácilmente influido por lo correcto y estaba sometido a la voluntad tierna de una madre. La educación ineficaz de los niños es el fundamento de muchísimas desgracias morales (Ibid.). 

(La Conducción del Niño de E.G.de White)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu Comentario