"He manifestado
tu nombre a los hombres que del mundo me diste". Juan 17:6.
LA ILUSTRACIÓN más
completa de los métodos de Cristo como maestro, se encuentra en la educación
que él dio a los doce primeros discípulos.
Esos hombres debían llevar pesadas responsabilidades. Los había escogido porque podía infundirles
su Espíritu y prepararlos para impulsar su obra en la tierra una vez que él se
fuera. A ellos más que a nadie les
concedió la ventaja de su compañía. Por medio de su relación personal dejó su
sello en estos colaboradores escogidos.
"La vida fue manifestada -dice Juan, el amado-, y la hemos visto, y testificamos". *1Juan 1:2.
"La vida fue manifestada -dice Juan, el amado-, y la hemos visto, y testificamos". *1Juan 1:2.
Solamente por medio
de una comunión tal -la comunión de la mente con la mente, del corazón con el
corazón, de lo humano con lo divino-, se puede transmitir esa energía
vivificadora, transmisión que constituye la obra de la verdadera educación.
Sólo la vida engendra vida.
En la educación de
sus discípulos, el Salvador siguió el sistema de educación establecido al
principio.
Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, para atender sus necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, junto 85 a la mesa, en la intimidad, en el campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas y, hasta donde podían, participaban de su trabajo.
Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, para atender sus necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, junto 85 a la mesa, en la intimidad, en el campo. Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas y, hasta donde podían, participaban de su trabajo.
A veces les enseñaba
cuando estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces, junto al mar, o
desde la barca de un pescador; otras, cuando iban por el camino. Cada vez que hablaba a la multitud, los
discípulos formaban el círculo más cercano a él. Se agolpaban alrededor de él para no perder
nada de su instrucción. Eran oidores
atentos, anhelosos de comprender las verdades que debían enseñar en todos los
países y todos los tiempos.
Los primeros alumnos
de Jesús fueron escogidos de entre el pueblo común. Estos pescadores de Galilea eran hombres
humildes, sin instrucción; no conocían ni la erudición ni las costumbres de los
rabinos, sino la severa disciplina del trabajo rudo. Eran hombres de capacidad innata y de
espíritu dócil, que podían ser instruidos y formados para hacer la obra del
Salvador. En las vocaciones humildes de
la vida hay más de un trabajador que prosigue pacientemente con la rutina de
sus tareas diarias, inconsciente de que hay en él facultades latentes que,
puestas en acción, lo colocarían entre los grandes dirigentes del mundo. Así eran los hombres que el Salvador llamó
para que fueran sus colaboradores. Y
tuvieron la ventaja de gozar de tres años de educación, dirigida por el más
grande Educador que haya tenido el mundo.
Estos primeros
discípulos eran muy diferentes los unos de los otros. Iban a llegar a ser los maestros del mundo, y
se veía en ellos toda clase de caracteres.
Eran Leví-Mateo, el publicano, invitado a abandonar una vida de
actividad comercial al servicio de Roma; Simón, el celote, enemigo inflexible
de la autoridad imperial; el impulsivo, arrogante y afectuoso Pedro; su hermano
Andrés; Judas, de Judea, 86 pulido, capaz, y de espíritu ruin; Felipe y Tomás,
fieles y fervientes, aunque de corazón tardo para creer; Santiago el menor y
Judas, de menos prominencia entre los hermanos, pero hombres fuertes y
definidos tanto en sus faltas como en sus virtudes; Natanael, semejante a un
niño en sinceridad y confianza; y los hijos de Zebedeo, afectuosos y
ambiciosos.
A fin de impulsar con
éxito la obra a la cual habían sido llamados, estos discípulos, que diferían
tanto en sus características naturales, en su educación y en sus hábitos de
vida, necesitaban llegar a la unidad de sentimiento, pensamiento y acción.
Cristo se proponía obtener esta unidad, y con este fin trató de unirlos a él. La preocupación de su trabajo por ellos está
expresada en la oración que dirigió a su Padre: "Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti,
que también ellos sean uno en nosotros. . . para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado". *Juan
17:21-23.
1. EL PODER
TRANSFORMADOR DE CRISTO.
De los doce
discípulos, cuatro iban a desempeñar una parte importante, cada uno en su
esfera. Previendo todo, Cristo les
enseñó para prepararlos. Santiago,
destinado a morir pronto decapitado; Juan, su hermano, que por más tiempo
seguiría a su Maestro en trabajos y persecuciones; Pedro, el primero que
derribaría barreras seculares y enseñaría al mundo pagano; y Judas, que en el
servicio era capaz de sobrepasar a sus hermanos, y sin embargo abrigaba en su
alma propósitos cuyos frutos no vislumbraba.
Tales fueron los objetos de la mayor solicitud de Cristo, y los que
recibieron su instrucción más frecuente y cuidadosa. 87 Pedro, Santiago y Juan
buscaban todas las oportunidades de ponerse en contacto íntimo con el Maestro,
y su deseo les fue otorgado. De los doce, la relación de ellos con el Maestro
fue la más íntima. Juan sólo podía hallar satisfacción en una intimidad aún más
estrecha, y la obtuvo. En ocasión de la
primera entrevista junto al Jordán, cuando Andrés, habiendo oído a Jesús,
corrió a buscar a su hermano, Juan permaneció quieto, extasiado en la
meditación de temas maravillosos. Siguió
al Salvador siempre, como oidor absorto y ansioso. Sin embargo, el carácter de Juan no era
perfecto. No era un entusiasta y
bondadoso soñador. Tanto él como su
hermano recibieron el apodo de "hijos
del trueno". *Mar. 3:17. Juan era orgulloso, ambicioso, combativo;
pero debajo de todo esto el Maestro divino percibió un corazón ardiente,
sincero, afectuoso. Jesús reprendió su
egoísmo, disfrutó sus ambiciones, probó su fe.
Pero le reveló lo que su alma anhelaba: La belleza de la santidad, su
propio amor transformador. "He
manifestado tu nombre -dijo al Padre- a
los hombres que del mundo me diste".*Juan 17:6.
Juan anhelaba amor,
simpatía y compañía. Se acercaba a
Jesús, se sentaba a su lado, se apoyaba en su pecho. Así como una flor bebe del sol y del rocío,
él bebía la luz y la vida divinas. Contempló al Salvador con adoración y amor
hasta que la semejanza a Cristo y la comunión con él llegaron a constituir su
único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter del Maestro.
"Mirad -dijo- cuál amor nos ha dado el Padre,
para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque
no le conoció a él. Amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos 88
que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal
como él es. Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro".*1Juan
3:1-3.
2. DE LA DEBILIDAD A
LA FORTALEZA
La historia de
ninguno de los discípulos ilustra mejor que la de Pedro el método educativo de
Cristo. Temerario, agresivo, confiado en
sí mismo, ágil mentalmente y pronto para actuar y vengarse era, sin embargo,
generoso para perdonar. Pedro se
equivocó a menudo, y a menudo fue reprendido. No fueron menos reconocidas y
elogiadas su lealtad afectuosa y su devoción a Cristo. El Salvador trató a su
impetuoso discípulo con paciencia y amor inteligente, y se esforzó por reprimir
su engreimiento y enseñarle humildad, obediencia y confianza.
Pero la lección fue
aprendida sólo en parte. El engreimiento no fue desarraigado.
A menudo, cuando
sentía su corazón abrumado por un pesar, Jesús trataba de revelar a sus
discípulos las escenas de su prueba y su sufrimiento. Pero sus ojos estaban cerrados. La revelación no era bien recibida y no
veían.
La autocompasión, que lo
impulsaba a evitar la comunión con Cristo en el sufrimiento, motivó la protesta
de Pedro: "Señor, ten compasión de
ti; en ninguna manera esto te acontezca".*Mt. 16:22. Sus palabras
expresaban el pensamiento de los doce. Así siguieron,
jactanciosos y pendencieros, adjudicándose anticipadamente los honores reales,
sin soñar en la cruz, mientras la crisis se iba acercando.
La experiencia de
Pedro fue una lección para todos. Para
la confianza propia, la prueba implica derrota.
Cristo no podía impedir las consecuencias seguras del mal que no había
sido abandonado. Pero así como extendió
la mano para salvar a Pedro cuando 89 las olas estaban por hundirlo, su amor lo
rescató cuando las aguas profundas anegaban, su alma. Repetidas veces, al borde mismo de la ruina,
las palabras jactanciosas de Pedro lo acercaron cada vez más al abismo. Repetidas veces Jesús le advirtió que negaría
que lo conocía. Del corazón apenado y
amante del discípulo brotó la declaración: "Señor,
dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la
muerte"*Luc. 22:33, y Aquel que lee el corazón dio a Pedro el mensaje,
poco apreciado entonces, pero que en las tinieblas que iban a asentarse pronto
sobre él sería un rayo de esperanza: "Simón,
Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he
rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus
hermanos".*Luc. 22:31,32.
Cuando Pedro negó en
la sala del tribunal que lo conocía; cuando su amor y su lealtad, despertados
por la mirada de compasión, amor y pena del Salvador, le hicieron salir al
huerto donde Cristo había llorado y orado; cuando sus lágrimas de remordimiento
cayeron al suelo que había sido humedecido con las gotas de sangre de la agonía
del Señor, las palabras del Salvador: "Pero yo he rogado por ti; . . . y
tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos", fueron un sostén para su
alma. Cristo, aunque había previsto su pecado, no lo había abandonado a la
desesperación.
Si la mirada que
Jesús le dirigió hubiera expresado condenación en vez de lástima; si al
predecir el pecado no hubiese hablado de esperanza, ¡cuán densa hubiera sido la
oscuridad que hubiese rodeado a Pedro! ¡Cuán incontenible la desesperación de
esa alma torturada! En esa hora de
angustia y aborrecimiento de sí mismo, ¿qué le hubiera podido impedir que
siguiera el camino de Judas? 90
El que en ese momento
no podía evitar la angustia de su discípulo, no lo dejó librado a la amargura.
Su amor no falla ni abandona.
Su amor no falla ni abandona.
Los seres humanos,
entregados al mal, se sienten inclinados a tratar severamente a los tentados y
a los que yerran. No pueden leer el corazón, no conocen su lucha ni dolor.
Necesitan aprender a reprender con amor, a herir para sanar, a amonestar con
palabras de esperanza.
Cristo, después de su
resurrección, no mencionó a Juan -el que veló junto con el Salvador en la sala
del tribunal, el que estuvo junto a la cruz, y que fue el primero en llegar a
la tumba- sino a Pedro.
"Decid a sus discípulos, y a Pedro -dijo el
ángel- que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis".*Mar.
16:7.
En ocasión de la
última reunión de Cristo con los discípulos junto al mar, Pedro, probado con la
pregunta repetida tres veces: "¿Me
amas?"*Juan 21:17. recuperó el lugar que ocupaba entre los doce. Se le asignó su obra: Tendría que apacentar
el rebaño del Señor. Luego, como última
instrucción personal, Jesús le dijo:
"¡Sígueme tú!"*Juan 21:22.
Entonces pudo
apreciar esas palabras. Pudo comprender
mejor la lección que Cristo había dado cuando puso a un niñito en medio de los
discípulos y les dijo que se asemejaran a él.
Puesto que conocía más plenamente tanto su propia debilidad como el
poder de Cristo, estaba listo para confiar y obedecer. Con la fuerza del Maestro, podía seguirlo.
Y al fin de su vida
de trabajo y sacrificio, el discípulo que una vez estuvo tan poco preparado
para ver la cruz, consideró un gozo entregar su vida 91 por el Evangelio, con
el único sentimiento de que, para el que había negado al Señor, morir del mismo
modo como murió su Maestro era un honor demasiado grande.
La transformación de
Pedro fue un milagro de la ternura divina. Es una vívida lección para todos los
que tratan de seguir las pisadas del Maestro de los maestros.
3.- UNA LECCIÓN DE
AMOR
Jesús reprendió a sus
discípulos, los amonestó y los previno; pero Juan, Pedro y sus hermanos no lo
abandonaron. A pesar de los reproches, decidieron quedarse con Jesús. Y el Salvador no se apartó de ellos a causa
de sus errores. Él toma a los hombres como son, con todas sus faltas y
debilidades, y los adiestra para su servicio si están dispuestos a ser
disciplinados e instruidos por él.
Pero hubo entre los
doce uno al cual Cristo, casi hasta el fin de su obra, no le dirigió ningún
reproche definido.
Con Judas se
introdujo entre los discípulos un espíritu de contienda. Al asociarse con Jesús, había respondido a la
atracción de su carácter y su vida.
Había deseado sinceramente que se operara en él un cambio, y había
tenido la esperanza de experimentarlo por medio de la unión con Jesús. Pero este deseo no prevaleció. Lo dominaba la esperanza del beneficio
egoísta que alcanzaría en el reino mundano que él esperaba que Cristo iba a
fundar.
Aunque reconocía el
poder divino del amor de Cristo, Judas no se entregó a su supremacía. Siguió alentando su criterio y sus propias opiniones,
su tendencia a criticar y condenar. Los
motivos y las acciones de Cristo, que a menudo estaban muy por encima de su
comprensión, estimulaban su duda y su desaprobación, y compartía sus ambiciones
y dudas 92 con los discípulos. Muchas de
las disputas provocadas por el afán de supremacía, gran parte del descontento
manifestado hacia los métodos de Cristo, tenían su origen en Judas.
Jesús, al comprender
que la oposición sólo lo endurecería, se abstuvo de provocar un conflicto
directo. Trató de curar su estrecho
egoísmo por medio del contacto con su propio amor abnegado. En su enseñanza desarrolló principios que
tendían a desarraigar las ambiciones egoístas del discípulo. Así le dio una lección tras otra, y más de
una vez Judas se dio cuenta de que se había descrito su carácter y se había
señalado su pecado; pero no quiso ceder.
4. LA CAÍDA DE JUDAS
Al resistir a las
súplicas de la gracia, el impulso del mal triunfó finalmente. Judas, enojado
por una velada reprensión, y desesperado al ver desmoronarse sus sueños
ambiciosos, entregó su alma al demonio de la avaricia y decidió traicionar a su
Maestro. Salió del aposento donde se
celebró la Pascua, del gozo de la presencia de Cristo y de la luz de la
esperanza inmortal, a hacer su obra perversa, a las tinieblas exteriores, donde
no había esperanza.
"Porque Jesús sabía desde el principio quienes
eran los que no creían, y quién le había de entregar". *Juan 6:64. Sin embargo, sabiéndolo todo, no había negado
ningún pedido de gracia ni don de amor.
Al ver el peligro de
Judas, lo había acercado a sí mismo, y lo había introducido en el círculo
íntimo de sus discípulos escogidos y de confianza. Día tras día, cuando la carga que oprimía su
corazón resultaba más pesada, había soportado el dolor que le producía el
permanente contacto con esa personalidad terca, suspicaz, sombría; había
vigilado y trabajado para contrarrestar entre sus discípulos ese antagonismo 93
constante, secreto y sutil.
¡Y todo eso para que no faltara ninguna influencia salvadora a esa alma en peligro!
¡Y todo eso para que no faltara ninguna influencia salvadora a esa alma en peligro!
"Las muchas aguas no podrán apagar el amor,
Ni lo ahogarán los ríos". "Porque fuerte es como la muerte el amor".*Cant. 8:7,6.
Ni lo ahogarán los ríos". "Porque fuerte es como la muerte el amor".*Cant. 8:7,6.
Con respecto a Judas,
la obra de amor de Cristo fue inútil. No ocurrió lo mismo con sus
condiscípulos. Para ellos fue una lección cuya influencia duró toda la vida. Su
ejemplo de ternura y paciencia siempre modeló su trato con los tentados y
descarriados. Hubo además, otras
lecciones. Cuando los doce fueron
ordenados, los discípulos deseaban ardientemente que Judas formara parte del
grupo, y habían considerado su llegada como un suceso promisorio para el grupo
apostólico. Había estado en contacto con
el mundo más que ellos; era un hombre de buenos modales, perspicaz, de
habilidad administrativa y, como él mismo tenía un elevado concepto de sus
propias cualidades, había inducido a los discípulos a que tuvieran la misma
opinión acerca de él. Pero los métodos
que deseaba introducir en la obra de Cristo se basaban en principios mundanos,
y estaban de acuerdo con el proceder del mundo. Su fin era alcanzar honores y
reconocimientos mundanos, y el reino de este mundo. La manifestación de esas
ambiciones en la vida de Judas ayudó a los discípulos a establecer el contraste
que existe entre el principio del engrandecimiento propio y el de la humildad y
la abnegación de Cristo, es decir, el principio del reino espiritual. En el
destino de Judas vieron el fin a que conduce el servicio de sí mismo.
Finalmente, la misión
de Cristo cumplió su propósito con estos discípulos. Poco a poco su ejemplo 94 y sus lecciones de
abnegación amoldaron sus caracteres. Su
muerte destruyó su esperanza de grandeza mundana. La caída de Pedro, la apostasía de Judas, su
propio fracaso al abandonar a Cristo cuando estaba en angustia y peligro,
hicieron desaparecer su confianza propia. Vieron su debilidad; vieron algo de
la grandeza de la obra que les había sido encomendada; sintieron la necesidad
de que el Maestro guiara cada uno de sus pasos.
Sabían que ya no
estaría con ellos su presencia personal, y reconocieron, como nunca antes, el
valor de las oportunidades que habían tenido al andar y hablar con el Enviado
de Dios. No habían apreciado ni
comprendido muchas de sus lecciones en el momento cuando se las había dado;
anhelaban recordarlas, volver a oír sus palabras. Con qué gozo recordaban la promesa:
"Os conviene que yo me vaya; porque si no me
fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo
enviaré". "Todas las cosas que
oí de mi Padre, os las he dado a conocer".
Y "el Consolador. . . a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". *Juan
16:7; 15:15; 14:26
"Todo lo que tiene el Padre es mío". "Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad. porque tomará de lo mío, y os lo hará
saber".*Juan 16:15,13,14.
Los discípulos habían
visto ascender a Cristo cuando estaba entre ellos en el Monte de los
Olivos. Y mientras el cielo lo recibía,
recordaron la promesa que les había hecho al partir:
"Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo". *Mt. 28:20. 95
"Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo". *Mt. 28:20. 95
Sabían que los
acompañaba aún su simpatía. Sabían que tenían un Representante, un Abogado,
ante el trono de Dios. Presentaban sus peticiones en el nombre de Jesús,
repitiendo la promesa: "Todo cuanto
pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará". *Juan 16:23.
Levantaban cada vez
más en alto la mano de la fe, con este poderoso argumento:
"Cristo es el que murió; más aún, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros". *Rom. 8:34.
Fiel a su promesa, el
Ser divino, exaltado en las cortes celestiales, impartió algo de su plenitud a
sus seguidores de la tierra. Su
entronización a la diestra de Dios fue señalada por el derramamiento del
Espíritu sobre sus discípulos. Gracias a la obra de
Cristo, los discípulos sintieron su necesidad del Espíritu; debido a la
enseñanza del Espíritu, recibieron su preparación final y salieron a hacer la
obra de sus vidas.
Dejaron de ser
ignorantes e incultos. Dejaron de ser un
conjunto de unidades independientes o de elementos discordantes y
antagónicos. Dejaron de poner sus
esperanzas en las grandezas mundanas.
Eran "unánimes", "de un mismo corazón y una misma
alma". Cristo ocupaba sus pensamientos. El progreso de su reino era la meta que
tenían. Tanto en mente como en carácter
se habían asemejado a su Maestro, y los hombres "reconocían que habían estado con Jesús."*Hechos 4:13.
Hubo entonces una
revelación de la gloria de Cristo tal como nunca antes había sido vista por el
hombre. Multitudes que habían denigrado
su nombre y despreciado su poder, confesaron entonces que eran discípulos del
Crucificado. Gracias a la cooperación
del Espíritu divino, las labores de los hombres humildes 96 a quienes Cristo
había escogido conmovieron al mundo. En
una generación el Evangelio llegó a toda nación que existía bajo el cielo.
Cristo ha encargado
al mismo Espíritu que envió en su lugar como Instructor de sus colaboradores,
para que sea el Instructor de sus colaboradores de la actualidad.
"Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"*Mt. 28:20, es su promesa.
"Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"*Mt. 28:20, es su promesa.
La presencia del
mismo Guía en la obra educativa de nuestros días producirá los mismos
resultados que en la antigüedad.
A este fin tiende la verdadera educación; ésta es la obra que Dios quiere que se lleve a cabo. 97
A este fin tiende la verdadera educación; ésta es la obra que Dios quiere que se lleve a cabo. 97