martes, 12 de mayo de 2020

03B. UNA ILUSTRACIÓN DE LOS MÉTODOS EDUCATIVOS DE CRISTO. (EL MAESTRO DE LOS MAESTROS). LA EDUCACIÓN (EGW).

"He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste". Juan 17:6.
LA ILUSTRACIÓN más completa de los métodos de Cristo como maestro, se encuentra en la educación que él dio a los doce primeros discípulos.  Esos hombres debían llevar pesadas responsabilidades.  Los había escogido porque podía infundirles su Espíritu y prepararlos para impulsar su obra en la tierra una vez que él se fuera.  A ellos más que a nadie les concedió la ventaja de su compañía. Por medio de su relación personal dejó su sello en estos colaboradores escogidos. 
"La vida fue manifestada -dice Juan, el amado-, y la hemos visto, y testificamos". *1Juan 1:2.
Solamente por medio de una comunión tal -la comunión de la mente con la mente, del corazón con el corazón, de lo humano con lo divino-, se puede transmitir esa energía vivificadora, transmisión que constituye la obra de la verdadera educación. Sólo la vida engendra vida.
En la educación de sus discípulos, el Salvador siguió el sistema de educación establecido al principio.  
Los primeros doce escogidos, junto con unos pocos que, para atender sus necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos, formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, junto 85 a la mesa, en la intimidad, en el campo.  Lo acompañaban en sus viajes, compartían sus pruebas y tareas y, hasta donde podían, participaban de su trabajo.
A veces les enseñaba cuando estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces, junto al mar, o desde la barca de un pescador; otras, cuando iban por el camino.  Cada vez que hablaba a la multitud, los discípulos formaban el círculo más cercano a él.  Se agolpaban alrededor de él para no perder nada de su instrucción.  Eran oidores atentos, anhelosos de comprender las verdades que debían enseñar en todos los países y todos los tiempos.
Los primeros alumnos de Jesús fueron escogidos de entre el pueblo común.  Estos pescadores de Galilea eran hombres humildes, sin instrucción; no conocían ni la erudición ni las costumbres de los rabinos, sino la severa disciplina del trabajo rudo.  Eran hombres de capacidad innata y de espíritu dócil, que podían ser instruidos y formados para hacer la obra del Salvador.  En las vocaciones humildes de la vida hay más de un trabajador que prosigue pacientemente con la rutina de sus tareas diarias, inconsciente de que hay en él facultades latentes que, puestas en acción, lo colocarían entre los grandes dirigentes del mundo.  Así eran los hombres que el Salvador llamó para que fueran sus colaboradores.  Y tuvieron la ventaja de gozar de tres años de educación, dirigida por el más grande Educador que haya tenido el mundo.
Estos primeros discípulos eran muy diferentes los unos de los otros.  Iban a llegar a ser los maestros del mundo, y se veía en ellos toda clase de caracteres.  Eran Leví-Mateo, el publicano, invitado a abandonar una vida de actividad comercial al servicio de Roma; Simón, el celote, enemigo inflexible de la autoridad imperial; el impulsivo, arrogante y afectuoso Pedro; su hermano Andrés; Judas, de Judea, 86 pulido, capaz, y de espíritu ruin; Felipe y Tomás, fieles y fervientes, aunque de corazón tardo para creer; Santiago el menor y Judas, de menos prominencia entre los hermanos, pero hombres fuertes y definidos tanto en sus faltas como en sus virtudes; Natanael, semejante a un niño en sinceridad y confianza; y los hijos de Zebedeo, afectuosos y ambiciosos.
A fin de impulsar con éxito la obra a la cual habían sido llamados, estos discípulos, que diferían tanto en sus características naturales, en su educación y en sus hábitos de vida, necesitaban llegar a la unidad de sentimiento, pensamiento y acción. Cristo se proponía obtener esta unidad, y con este fin trató de unirlos a él.  La preocupación de su trabajo por ellos está expresada en la oración que dirigió a su Padre: "Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros. . . para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado". *Juan 17:21-23.

1. EL PODER TRANSFORMADOR DE CRISTO.
De los doce discípulos, cuatro iban a desempeñar una parte importante, cada uno en su esfera.  Previendo todo, Cristo les enseñó para prepararlos.  Santiago, destinado a morir pronto decapitado; Juan, su hermano, que por más tiempo seguiría a su Maestro en trabajos y persecuciones; Pedro, el primero que derribaría barreras seculares y enseñaría al mundo pagano; y Judas, que en el servicio era capaz de sobrepasar a sus hermanos, y sin embargo abrigaba en su alma propósitos cuyos frutos no vislumbraba.  Tales fueron los objetos de la mayor solicitud de Cristo, y los que recibieron su instrucción más frecuente y cuidadosa. 87 Pedro, Santiago y Juan buscaban todas las oportunidades de ponerse en contacto íntimo con el Maestro, y su deseo les fue otorgado. De los doce, la relación de ellos con el Maestro fue la más íntima. Juan sólo podía hallar satisfacción en una intimidad aún más estrecha, y la obtuvo.  En ocasión de la primera entrevista junto al Jordán, cuando Andrés, habiendo oído a Jesús, corrió a buscar a su hermano, Juan permaneció quieto, extasiado en la meditación de temas maravillosos.  Siguió al Salvador siempre, como oidor absorto y ansioso.  Sin embargo, el carácter de Juan no era perfecto.  No era un entusiasta y bondadoso soñador.  Tanto él como su hermano recibieron el apodo de "hijos del trueno". *Mar. 3:17. Juan era orgulloso, ambicioso, combativo; pero debajo de todo esto el Maestro divino percibió un corazón ardiente, sincero, afectuoso.  Jesús reprendió su egoísmo, disfrutó sus ambiciones, probó su fe.  Pero le reveló lo que su alma anhelaba: La belleza de la santidad, su propio amor transformador. "He manifestado tu nombre -dijo al Padre- a los hombres que del mundo me diste".*Juan 17:6.
Juan anhelaba amor, simpatía y compañía.  Se acercaba a Jesús, se sentaba a su lado, se apoyaba en su pecho.  Así como una flor bebe del sol y del rocío, él bebía la luz y la vida divinas. Contempló al Salvador con adoración y amor hasta que la semejanza a Cristo y la comunión con él llegaron a constituir su único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter del Maestro.
"Mirad -dijo- cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.  Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos 88 que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.  Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro".*1Juan 3:1-3.

2. DE LA DEBILIDAD A LA FORTALEZA
La historia de ninguno de los discípulos ilustra mejor que la de Pedro el método educativo de Cristo.  Temerario, agresivo, confiado en sí mismo, ágil mentalmente y pronto para actuar y vengarse era, sin embargo, generoso para perdonar.  Pedro se equivocó a menudo, y a menudo fue reprendido. No fueron menos reconocidas y elogiadas su lealtad afectuosa y su devoción a Cristo. El Salvador trató a su impetuoso discípulo con paciencia y amor inteligente, y se esforzó por reprimir su engreimiento y enseñarle humildad, obediencia y confianza.
Pero la lección fue aprendida sólo en parte. El engreimiento no fue desarraigado.
A menudo, cuando sentía su corazón abrumado por un pesar, Jesús trataba de revelar a sus discípulos las escenas de su prueba y su sufrimiento.  Pero sus ojos estaban cerrados.  La revelación no era bien recibida y no veían.  
 La autocompasión, que lo impulsaba a evitar la comunión con Cristo en el sufrimiento, motivó la protesta de Pedro: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca".*Mt. 16:22. Sus palabras expresaban el pensamiento de los doce. Así siguieron, jactanciosos y pendencieros, adjudicándose anticipadamente los honores reales, sin soñar en la cruz, mientras la crisis se iba acercando.
La experiencia de Pedro fue una lección para todos.  Para la confianza propia, la prueba implica derrota.  Cristo no podía impedir las consecuencias seguras del mal que no había sido abandonado.  Pero así como extendió la mano para salvar a Pedro cuando 89 las olas estaban por hundirlo, su amor lo rescató cuando las aguas profundas anegaban, su alma.  Repetidas veces, al borde mismo de la ruina, las palabras jactanciosas de Pedro lo acercaron cada vez más al abismo.  Repetidas veces Jesús le advirtió que negaría que lo conocía.  Del corazón apenado y amante del discípulo brotó la declaración: "Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte"*Luc. 22:33, y Aquel que lee el corazón dio a Pedro el mensaje, poco apreciado entonces, pero que en las tinieblas que iban a asentarse pronto sobre él sería un rayo de esperanza: "Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos".*Luc. 22:31,32.
Cuando Pedro negó en la sala del tribunal que lo conocía; cuando su amor y su lealtad, despertados por la mirada de compasión, amor y pena del Salvador, le hicieron salir al huerto donde Cristo había llorado y orado; cuando sus lágrimas de remordimiento cayeron al suelo que había sido humedecido con las gotas de sangre de la agonía del Señor, las palabras del Salvador: "Pero yo he rogado por ti; . . . y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos", fueron un sostén para su alma. Cristo, aunque había previsto su pecado, no lo había abandonado a la desesperación.
Si la mirada que Jesús le dirigió hubiera expresado condenación en vez de lástima; si al predecir el pecado no hubiese hablado de esperanza, ¡cuán densa hubiera sido la oscuridad que hubiese rodeado a Pedro! ¡Cuán incontenible la desesperación de esa alma torturada!  En esa hora de angustia y aborrecimiento de sí mismo, ¿qué le hubiera podido impedir que siguiera el camino de Judas? 90
El que en ese momento no podía evitar la angustia de su discípulo, no lo dejó librado a la amargura. 
Su amor no falla ni abandona.
Los seres humanos, entregados al mal, se sienten inclinados a tratar severamente a los tentados y a los que yerran. No pueden leer el corazón, no conocen su lucha ni dolor. Necesitan aprender a reprender con amor, a herir para sanar, a amonestar con palabras de esperanza.
Cristo, después de su resurrección, no mencionó a Juan -el que veló junto con el Salvador en la sala del tribunal, el que estuvo junto a la cruz, y que fue el primero en llegar a la tumba- sino a Pedro.  
"Decid a sus discípulos, y a Pedro -dijo el ángel- que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis".*Mar. 16:7.
En ocasión de la última reunión de Cristo con los discípulos junto al mar, Pedro, probado con la pregunta repetida tres veces: "¿Me amas?"*Juan 21:17. recuperó el lugar que ocupaba entre los doce.  Se le asignó su obra: Tendría que apacentar el rebaño del Señor.  Luego, como última instrucción personal, Jesús le dijo: "¡Sígueme tú!"*Juan 21:22.
Entonces pudo apreciar esas palabras.  Pudo comprender mejor la lección que Cristo había dado cuando puso a un niñito en medio de los discípulos y les dijo que se asemejaran a él.  Puesto que conocía más plenamente tanto su propia debilidad como el poder de Cristo, estaba listo para confiar y obedecer.  Con la fuerza del Maestro, podía seguirlo.
Y al fin de su vida de trabajo y sacrificio, el discípulo que una vez estuvo tan poco preparado para ver la cruz, consideró un gozo entregar su vida 91 por el Evangelio, con el único sentimiento de que, para el que había negado al Señor, morir del mismo modo como murió su Maestro era un honor demasiado grande.
La transformación de Pedro fue un milagro de la ternura divina. Es una vívida lección para todos los que tratan de seguir las pisadas del Maestro de los maestros.

3.- UNA LECCIÓN DE AMOR
Jesús reprendió a sus discípulos, los amonestó y los previno; pero Juan, Pedro y sus hermanos no lo abandonaron. A pesar de los reproches, decidieron quedarse con Jesús.  Y el Salvador no se apartó de ellos a causa de sus errores. Él toma a los hombres como son, con todas sus faltas y debilidades, y los adiestra para su servicio si están dispuestos a ser disciplinados e instruidos por él.
Pero hubo entre los doce uno al cual Cristo, casi hasta el fin de su obra, no le dirigió ningún reproche definido.
Con Judas se introdujo entre los discípulos un espíritu de contienda.  Al asociarse con Jesús, había respondido a la atracción de su carácter y su vida.  Había deseado sinceramente que se operara en él un cambio, y había tenido la esperanza de experimentarlo por medio de la unión con Jesús.  Pero este deseo no prevaleció.  Lo dominaba la esperanza del beneficio egoísta que alcanzaría en el reino mundano que él esperaba que Cristo iba a fundar.
Aunque reconocía el poder divino del amor de Cristo, Judas no se entregó a su supremacía.  Siguió alentando su criterio y sus propias opiniones, su tendencia a criticar y condenar.  Los motivos y las acciones de Cristo, que a menudo estaban muy por encima de su comprensión, estimulaban su duda y su desaprobación, y compartía sus ambiciones y dudas 92 con los discípulos.  Muchas de las disputas provocadas por el afán de supremacía, gran parte del descontento manifestado hacia los métodos de Cristo, tenían su origen en Judas.
Jesús, al comprender que la oposición sólo lo endurecería, se abstuvo de provocar un conflicto directo.  Trató de curar su estrecho egoísmo por medio del contacto con su propio amor abnegado.  En su enseñanza desarrolló principios que tendían a desarraigar las ambiciones egoístas del discípulo.  Así le dio una lección tras otra, y más de una vez Judas se dio cuenta de que se había descrito su carácter y se había señalado su pecado; pero no quiso ceder.

4. LA CAÍDA DE JUDAS
Al resistir a las súplicas de la gracia, el impulso del mal triunfó finalmente. Judas, enojado por una velada reprensión, y desesperado al ver desmoronarse sus sueños ambiciosos, entregó su alma al demonio de la avaricia y decidió traicionar a su Maestro.  Salió del aposento donde se celebró la Pascua, del gozo de la presencia de Cristo y de la luz de la esperanza inmortal, a hacer su obra perversa, a las tinieblas exteriores, donde no había esperanza.
"Porque Jesús sabía desde el principio quienes eran los que no creían, y quién le había de entregar". *Juan 6:64. Sin embargo, sabiéndolo todo, no había negado ningún pedido de gracia ni don de amor.
Al ver el peligro de Judas, lo había acercado a sí mismo, y lo había introducido en el círculo íntimo de sus discípulos escogidos y de confianza.  Día tras día, cuando la carga que oprimía su corazón resultaba más pesada, había soportado el dolor que le producía el permanente contacto con esa personalidad terca, suspicaz, sombría; había vigilado y trabajado para contrarrestar entre sus discípulos ese antagonismo 93 constante, secreto y sutil. 
¡Y todo eso para que no faltara ninguna influencia salvadora a esa alma en peligro!
"Las muchas aguas no podrán apagar el amor, 
Ni lo ahogarán los ríos". "Porque fuerte es como la muerte el amor".*Cant. 8:7,6.
Con respecto a Judas, la obra de amor de Cristo fue inútil. No ocurrió lo mismo con sus condiscípulos. Para ellos fue una lección cuya influencia duró toda la vida. Su ejemplo de ternura y paciencia siempre modeló su trato con los tentados y descarriados.  Hubo además, otras lecciones.  Cuando los doce fueron ordenados, los discípulos deseaban ardientemente que Judas formara parte del grupo, y habían considerado su llegada como un suceso promisorio para el grupo apostólico.  Había estado en contacto con el mundo más que ellos; era un hombre de buenos modales, perspicaz, de habilidad administrativa y, como él mismo tenía un elevado concepto de sus propias cualidades, había inducido a los discípulos a que tuvieran la misma opinión acerca de él.  Pero los métodos que deseaba introducir en la obra de Cristo se basaban en principios mundanos, y estaban de acuerdo con el proceder del mundo. Su fin era alcanzar honores y reconocimientos mundanos, y el reino de este mundo. La manifestación de esas ambiciones en la vida de Judas ayudó a los discípulos a establecer el contraste que existe entre el principio del engrandecimiento propio y el de la humildad y la abnegación de Cristo, es decir, el principio del reino espiritual. En el destino de Judas vieron el fin a que conduce el servicio de sí mismo.
Finalmente, la misión de Cristo cumplió su propósito con estos discípulos.  Poco a poco su ejemplo 94 y sus lecciones de abnegación amoldaron sus caracteres.  Su muerte destruyó su esperanza de grandeza mundana.  La caída de Pedro, la apostasía de Judas, su propio fracaso al abandonar a Cristo cuando estaba en angustia y peligro, hicieron desaparecer su confianza propia. Vieron su debilidad; vieron algo de la grandeza de la obra que les había sido encomendada; sintieron la necesidad de que el Maestro guiara cada uno de sus pasos.
Sabían que ya no estaría con ellos su presencia personal, y reconocieron, como nunca antes, el valor de las oportunidades que habían tenido al andar y hablar con el Enviado de Dios.  No habían apreciado ni comprendido muchas de sus lecciones en el momento cuando se las había dado; anhelaban recordarlas, volver a oír sus palabras.  Con qué gozo recordaban la promesa:
"Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré".  "Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer".  Y "el Consolador. . . a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". *Juan 16:7; 15:15; 14:26
"Todo lo que tiene el Padre es mío".  "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. porque tomará de lo mío, y os lo hará saber".*Juan 16:15,13,14.
Los discípulos habían visto ascender a Cristo cuando estaba entre ellos en el Monte de los Olivos.  Y mientras el cielo lo recibía, recordaron la promesa que les había hecho al partir: 
"Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, 
hasta el fin del mundo". *Mt. 28:20.  95
Sabían que los acompañaba aún su simpatía. Sabían que tenían un Representante, un Abogado, ante el trono de Dios. Presentaban sus peticiones en el nombre de Jesús, repitiendo la promesa: "Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará". *Juan 16:23.
Levantaban cada vez más en alto la mano de la fe, con este poderoso argumento:
"Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". *Rom. 8:34.
Fiel a su promesa, el Ser divino, exaltado en las cortes celestiales, impartió algo de su plenitud a sus seguidores de la tierra.  Su entronización a la diestra de Dios fue señalada por el derramamiento del Espíritu sobre sus discípulos. Gracias a la obra de Cristo, los discípulos sintieron su necesidad del Espíritu; debido a la enseñanza del Espíritu, recibieron su preparación final y salieron a hacer la obra de sus vidas.
Dejaron de ser ignorantes e incultos.  Dejaron de ser un conjunto de unidades independientes o de elementos discordantes y antagónicos.  Dejaron de poner sus esperanzas en las grandezas mundanas.  Eran "unánimes", "de un mismo corazón y una misma alma".  Cristo ocupaba sus pensamientos.  El progreso de su reino era la meta que tenían.  Tanto en mente como en carácter se habían asemejado a su Maestro, y los hombres "reconocían que habían estado con Jesús."*Hechos 4:13.
Hubo entonces una revelación de la gloria de Cristo tal como nunca antes había sido vista por el hombre.  Multitudes que habían denigrado su nombre y despreciado su poder, confesaron entonces que eran discípulos del Crucificado.  Gracias a la cooperación del Espíritu divino, las labores de los hombres humildes 96 a quienes Cristo había escogido conmovieron al mundo.  En una generación el Evangelio llegó a toda nación que existía bajo el cielo.
Cristo ha encargado al mismo Espíritu que envió en su lugar como Instructor de sus colaboradores, para que sea el Instructor de sus colaboradores de la actualidad. 
"Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"*Mt. 28:20, es su promesa.
La presencia del mismo Guía en la obra educativa de nuestros días producirá los mismos resultados que en la antigüedad.  
A este fin tiende la verdadera educación; ésta es la obra que Dios quiere que se lleve a cabo. 97