Hoy día se están introduciendo en los establecimientos de educación y en las iglesias por doquiera doctrinas espiritualistas que minan la fe en Dios y en su Palabra.
La teoría de que Dios es una esencia que compenetra toda la naturaleza es aceptada por muchos de los que profesan creer las Escrituras; pero, por muy ataviada que vaya esta teoría, es un engaño muy peligroso.
Da una falsa idea de Dios y agravia su grandeza y majestad.
Lo seguro es que no tiende tan sólo a extraviar, sino a corromper a los hombres.
Las tinieblas son su elemento y la sensualidad su ambiente. Su aceptación nos aparta de Dios. Y para la naturaleza humana caída esto equivale a la ruina.
La condición en que el pecado nos ha colocado es antinatural, y el poder que nos restaure debe ser sobrenatural, o no tiene valor alguno.
No hay poder que pueda quebrantar el yugo del mal y libertar de él los corazones de los hombres, sino el poder de Dios en Jesucristo. Sólo mediante la sangre del Crucificado hay purificación del pecado. Sólo la gracia de Cristo puede habilitarnos para resistir y dominar las inclinaciones de nuestra naturaleza caída.
Las teorías espiritualistas respecto de Dios anulan la gracia divina. Si Dios es una esencia que compenetra toda la naturaleza, entonces mora en todos los hombres dicen; y para llegar a la santidad, el hombre no tiene más que desarrollar el poder que está en él mismo.
Estas teorías, llevadas hasta su conclusión lógica, desbaratan la fe cristiana. Desechan la necesidad de la expiación, y hacen del hombre su propio salvador. Estas teorías acerca de Dios dejan sin efecto la Palabra divina, y quienes las aceptan corren grave peligro de ser inducidos finalmente a considerar la Biblia como una ficción.
Aunque consideren la virtud 336 superior al vicio, como quiera que desalojan a Dios de su verdadero puesto de soberanía, cifran su confianza en el poder humano, que, sin Dios, no tiene valor alguno. Dejada a sí misma, la voluntad humana no tiene verdadero poder para resistir y vencer el mal. Las defensas del alma quedan destruidas. El hombre carece de valla protectora contra el pecado. Desechadas las restricciones de la Palabra de Dios y de su Espíritu, ya no sabemos en qué abismos podemos hundirnos.
"Toda palabra de Dios es limpia; es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, porque no te reprenda, y seas hallado mentiroso."
"Prenderán al impío sus propias iniquidades,
y detenido será con las cuerdas de su pecado." (Proverbios 30:5, 6; 5:22.)
EGW MC