Los padres pueden sembrar la semilla de la ruina.
Los padres que siguen una conducta errónea enseñan a sus hijos lecciones que les resultarán dañosas, y también siembran espinas para sus propios pies.... En gran medida los padres tienen en sus propias manos la felicidad futura de sus hijos. A ellos les incumbe la obra importante de formar el carácter de estos hijos. Las instrucciones que les dieron en la niñez los seguirán durante toda la vida. Los padres siembran la semilla que brotará y dará fruto para bien o mal. Pueden hacer a sus hijos idóneos para la felicidad o para la desgracia (Joyas de los Testimonios, torno 1, págs. 142, 143).
Por la indulgencia o la autoridad férrea.
A menudo se accede a los caprichos de los niños desde que son pequeñitos, y así se fijan hábitos inconvenientes. Los padres han estado torciendo el vástago. Por la dirección que le den a la educación, el carácter se desarrollará deforme, o simétrico y bello. Pero al paso que muchos yerran en lo que respecta a la indulgencia, otros se van al extremo opuesto y gobiernan a sus hijos con vara de hierro. Ninguno de éstos sigue las directivas de la Biblia, sino que están haciendo una terrible obra. Están moldeando las mentes de sus niños y deben rendir cuenta en el día de Dios por la forma en que lo han hecho. La eternidad revelará los resultados de la obra realizada en esta vida (Testim. tomo 4, págs. 368, 369).
Por el fracaso en educar para Dios.
Los padres descuidan una solemne obligación cuando fallan en educar a sus hijos para que guarden el camino del Señor y hagan lo que él ha ordenado (Manuscrito 12, 1898).
Se ha dejado que algunos [niños] obren a su antojo; otros han sido tomados en falta y desanimados. Pero se les ha manifestado poca afabilidad, poca jovialidad y pocas palabras de aprobación (Manuscrito 34, 1893).
¡Oh, si las madres tan sólo obraran con sabiduría, con serenidad y determinación, para educar y subyugar los caracteres carnales de sus hijos, cuántos pecados no serían cortados en flor, y qué cúmulo de aflicciones no se ahorraría la iglesia! . . . Muchas almas se perderán para siempre debido a la negligencia de los padres para disciplinar correctamente a sus hijos y enseñarles sumisión a la autoridad en su juventud. El pasar por alto las faltas y suavizar los estallidos de violencia no está poniendo el hacha a la raíz del mal, sino que evidencia la ruina de miles de almas. ¡Oh, cómo responderán los padres a Dios por su horrenda negligencia hacia su deber! (Testimonies, tomo 4, págs. 92, 93).
Por la negligencia que juguetea con el pecado.
Los niños necesitan cuidado vigilante y orientación como nunca antes, porque Satanás está esforzándose por obtener el control de sus mentes y corazones y arrojar fuera el Espíritu de Dios. El horrendo estado de la juventud de este tiempo constituye una de las señales más poderosas de que estamos viviendo en los últimos días, pero la ruina de muchos puede ser rastreada directamente hasta la equivocada conducción de sus padres. El espíritu de murmuración contra el reproche ha estado echando raíces y está dando sus frutos de insubordinación. Al paso que los padres no están conformes con el carácter que sus hijos están desarrollando, no atinan a ver los errores que cometen ellos en lo que hacen...
Dios condena la negligencia que coquetea con la transgresión y el pecado, y la insensibilidad tardía para detectar su maligna presencia en las familias de los profesos cristianos
(Id., págs. 199, 200).
Por la falta de sujeción.
A causa de que [los padres] no restringen y orientan debidamente a sus hijos, miles están desarrollando caracteres deformes, con una moral relajada y con poca preparación en los deberes prácticos de la vida. Se les permite que obren a su arbitrio con sus impulsos, su tiempo y sus facultades mentales. La pérdida que esos talentos descuidados significa para la causa de Dios está a la puerta de los padres y madres; y, ¿qué excusa presentarán al Señor cuyos mayordomos son y a quienes se les ha confiado el sagrado deber de preparar las almas a su cargo para desarrollar todas sus facultades para la gloria de su Creador? (Id., tomo 5, pág. 326). Los padres pensaron que amaban a sus hijos, pero han demostrado por sí mismos que son sus peores enemigos. Han permitido que el mal cundiera sin restricciones. Han permitido que sus hijos acaricien el pecado, que es como acariciar y mimar a una serpiente, que no sólo pica a la víctima que la acaricia, sino a todos los que se relacionan con ella (Fundamentals of Christian Education, págs. 52, 53).Por pasar por alto errores clamorosos.
En vez de unirse con los que llevan las cargas para elevar las normas de moral y trabajar de corazón y alma en el temor de Dios para corregir los defectos de sus hijos, muchos padres acallan su propia conciencia diciendo: "Mis hijos no son peores que otros". Tratan de ocultar los errores clamorosos que Dios odia para que sus hijos no se ofendan y no emprendan algún curso de acción desesperado. Si el espíritu de rebelión está en su corazón, es mucho mejor dominarlo ahora que permitir que aumente y se fortalezca por la complacencia. Si los padres cumplieran con su deber, veríamos un diferente estado de cosas. Muchos de esos padres han apostatado de Dios. No tienen sabiduría de lo alto para percibir los engaños de Satanás y resistir sus trampas (Testim. tomo 4, págs. 650, 651).
Por mimar y complacer a los hijos.
Con frecuencia los padres miman y complacen a sus hijos menores porque parece más fácil manejarlos en esa forma. Es más suave permitir que hagan lo que les plazca antes que reprimir las inclinaciones levantiscas que surgen muy fuertemente en su pecho. Sin embargo, este proceder es cobardía. Es algo impío eludir así la responsabilidad, pues vendrá el tiempo cuando esos niños cuyas inclinaciones no dominadas se han fortalecido hasta llegar a ser vicios absolutos, traerán reproche y desgracia sobre sí mismos y sobre sus familias. Entran en las ocupaciones de la vida sin estar preparados para sus tentaciones. No son lo suficientemente fuertes para soportar perplejidades y pruebas; apasionados, despóticos, indisciplinados, tratan de que otros se dobleguen a su voluntad, y al fracasar en esto, se consideran a sí mismos maltratados por el mundo y se vuelven contra él (Id., pág. 201).
Por sembrar semillas de vanidad.
Doquiera vayamos, veremos a niños complacidos, mimados y alabados sin discreción. Esto tiende a hacerlos vanos, osados y presumidos. Las semillas de vanidad son sembradas fácilmente en el corazón humano por padres y tutores poco juiciosos, que alaban y consienten a los jóvenes que están bajo su cuidado sin pensar en el futuro. El capricho y el orgullo son males que convirtieron a los ángeles en demonios y les cerraron las puertas del cielo. Y, sin embargo, inconscientemente hay padres que sistemáticamente preparan a sus hijos para que sean agentes de Satanás (Pacific Health Journal, enero de 1890).
Por hacerse esclavos de los adolescentes.
Cuántos padres agotados por el trabajo y sobrecargados se han convertido en esclavos de sus hijos mientras que, en armonía con su educación y preparación, los hijos viven para complacerse, divertirse y glorificarse a sí mismos. Los padres siembran la semilla en el corazón de sus hijos, y ésta dará una cosecha que no se atreven a recoger. Con esta preparación, a la edad de diez, doce o dieciséis años, los hijos piensan que son muy sabios, se imaginan que son prodigios, y se consideran a sí mismos como demasiado conocedores para estar sometidos a sus padres y demasiado encumbrados para doblegarse a los deberes de la vida de todos los días. El amor al placer rige su mente y el egoísmo, el orgullo y la rebelión producen amargos resultados en su vida. Aceptan las insinuaciones de Satanás y cultivan una ambición malsana para impresionar en el mundo
(Youth's Instructor, 20-7-1893).
Por un amor y simpatía descarriados.
Los padres pueden prodigar su afecto a sus hijos a expensas de la obediencia a la santa ley de Dios. Guiados por ese afecto, desobedecen a Dios permitiendo que sus hijos pongan en práctica impulsos equivocados y retienen la instrucción y disciplina que Dios les ha ordenado darles. Cuando los padres desobedecen así las órdenes de Dios, ponen en peligro su propia alma y las de sus hijos (Review and Herald, 6-4-1897).
La debilidad para demandar obediencia y el falso amor y simpatía, el falso concepto de que es sabio consentir y no reprimir, constituyen un sistema de educación que aflige a los ángeles, pero deleita a Satanás porque atrae a centenares y millares de niños a sus filas. Por eso él ciega los ojos de los padres, nubla sus facultades y confunde su mente. Ven que sus hijos e hijas no son agradables, simpáticos, obedientes ni cuidadosos; sin embargo [a pesar de esa complacencia paternal], los hijos crecen en el hogar, para envenenar su vida, [de los padres] llenar su corazón de aflicción, y se añaden al número que Satanás usa para atraer almas a la destrucción (Testimonies. tomo 5, pág. 324).
Por no requerir obediencia.
Si hay hijos ingratos que son alimentados y vestidos y se les permite continuar sin ser corregidos, se hacen más osados para proseguir en el camino del mal. Y puesto que sus padres o tutores los miman así y no demandan obediencia, son participantes con ellos en sus hechos impíos. Tales hijos bien podrían estar con los perversos, cuyo inicuo proceder eligen seguir, en vez de quedar en hogares cristianos para envenenar a otros. En este siglo de impiedad, cada cristiano debiera mantenerse firme en la condenación de las malas y satánicas acciones de los hijos extraviados. Los jóvenes malos no deben ser tratados como si fuesen bondadosos y obedientes, sino como disturbadores de la paz y corruptores de sus compañeros (Manuscrito 119, 1901).
Por permitir que los hijos sigan su propia voluntad.
La influencia que prevalece en la sociedad favorece el dejarles seguir [a los jóvenes] la inclinación natural de sus propias mentes (Mensajes para los Jóvenes, pág. 372).
Piensan [los padres] que satisfaciendo los deseos de sus hijos y dejándoles seguir sus inclinaciones, obtendrán su amor. ¡Qué error! Los niños así consentidos se crían sin ver restringidos sus deseos, sin saber dominar sus disposiciones y se vuelven egoístas, exigentes e intolerantes; serán una maldición para sí mismos y para cuantos los rodeen (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 143).
Por tolerar actitudes equivocadas.
Las lecciones de la niñez, buenas o malas, no se aprenden en vano. El carácter se desarrolla en la juventud para bien o para mal. En el hogar pueden existir lisonjas y falsa alabanza; en el mundo cada uno se sostiene por sus propios méritos. Los mimados, ante quienes se ha doblegado toda autoridad en el hogar, están allí sometidos diariamente a mortificaciones al verse obligados a someterse a otros. Aun muchos entonces aprenden cuál es su verdadero lugar mediante esas lecciones prácticas de la vida, Mediante reproches, chascos y el lenguaje claro de sus superiores, con frecuencia encuentran su verdadero nivel y al ser humillados comprenden y aceptan su lugar debido. Pero ésta es una prueba severa e innecesaria y podría haber sido evitada con la debida educación en su juventud. La mayoría de esos indisciplinados va por la vida a contrapelo con el mundo, fracasando donde deberían haber tenido éxito. Crecen sintiendo que el mundo les tiene envidia porque no los alaba ni los acaricia, y ellos se vengan teniendo inquina al mundo y despreciándolo. Las circunstancias a veces los obligan a simular una humildad que no sienten, pero esto no les da una gracia natural y su verdadero carácter se manifestará más tarde o más temprano... ¿Por qué educarán los padres a sus hijos de tal manera que estén en guerra con aquellos con quienes se relacionan? (Testimonies, tomo 4, págs. 201, 202).
Por educarlos como demasiado adictos a las normas sociales.
Los hijos no han de ser educados para pertenecer exclusivamente a la sociedad. No han de ser sacrificados a Moloc, sino que deben llegar a ser miembros de la familia del Señor. Los padres deben estar henchidos de la compasión de Cristo para que puedan trabajar por la salvación de las almas que están bajo su influencia. No deben permitir que su mente esté enfrascada en las modas y prácticas del mundo. No han de educar a sus hijos para que asistan a fiestas, conciertos y bailes, que propicien y asistan a festejos, porque éstos son los usos de las gentes (Review and Herald, 13-3-1894).
Por permitir la búsqueda egoísta de la felicidad.
Hay muchos jóvenes que podrían haber sido una bendición para la sociedad y un honor para la causa de Dios, si hubiesen comenzado en la vida con ideas correctas en cuanto a lo que constituye el éxito. Pero en vez de estar dominados por la razón y los principios, fueron educados para entregarse a inclinaciones descarriadas y procuraron únicamente complacerse a sí mismos mediante placeres egoístas, pensando obtener así la felicidad. Pero no lograron su propósito, pues buscar la felicidad en el sendero del egoísmo no traerá sino desgracia. Son inútiles en la sociedad, inútiles en la causa de Dios. Sus perspectivas tanto para este mundo como para el venidero son sumamente desanimadoras, pues por el amor egoísta del placer pierden tanto este mundo como el venidero.
(Youth's Instructor, 20-7-1893).
Por falta de piedad en el hogar.
En los hogares profesamente cristianos, donde los padres y madres debieran ser estudiantes diligentes de las Escrituras, a fin de que pudieran conocer cada especificación y restricción de la Palabra de Dios, hay un descuido manifiesto de seguir la instrucción de la Palabra y de criar a los hijos en la educación y admonición del Señor. Algunos padres profesamente cristianos no practican la piedad en el hogar. ¿Cómo pueden representar el carácter de Cristo en la vida del hogar los padres y madres que se conforman con alcanzar una norma baja y barata? El sello del Dios viviente únicamente será colocado en los que manifiestan semejanza con el carácter de Cristo (Review and Herald, 21-5-1895).
Si los padres fueran obedientes a Dios.
El Señor no justificará el mal gobierno de los padres. Hoy día centenares de hijos hinchen las filas del enemigo, viviendo y obrando apartados de los propósitos de Dios. Son desobedientes, ingratos, no son santos; pero el pecado yace a la puerta de sus padres. Padres cristianos, millares de hijos perecen en sus pecados debido al fracaso de sus padres en el sabio manejo del hogar. Si los padres fueran obedientes al Jefe invisible de los ejércitos de Israel, cuya gloria estuvo oculta en la columna de nube, la desgraciada condición que ahora existe en tantas familias no se vería (Id., 6-6-1899).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)
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