La tierna niñez es el período más importante. No se puede exagerar la importancia de la educación precoz de los niños. Las lecciones que aprende el niño en los primeros siete años de vida tienen más que ver con la formación de su carácter que todo lo que aprende en los años futuros (Manuscrito 2, 1903).
Desde la niñez, ha de moderarse y formarse el carácter del niño de acuerdo con el plan divino. Han de instilarse las virtudes en su mente abierta (Signs of the Times, 25-9-1901). La obra de los padres debe comenzar cuando su hijo está en la infancia, para que pueda recibir las correctas impresiones en su carácter antes de que el mundo coloque su sello sobre la mente y el corazón (Review and Herald, 30-8-1881).
La edad más impresionable. Durante los primeros años de la vida de un niño, su mente es más susceptible a las impresiones buenas o malas. Durante esos años hace progreso decidido en la buena dirección o en la mala. Por un lado, se puede obtener mucha información sin valor; por otro lado, mucho conocimiento sólido y valioso. La fuerza del intelecto, el conocimiento sólido, son posesiones que no puede comprar el oro de Ophir. Su precio supera al del oro o de la plata (Consejos para los Maestros, pág. 102).
Rara vez se olvidan las primeras impresiones. Las criaturas, niños y jóvenes no debieran oír una palabra impaciente del padre, la madre o cualquier miembro de la familia; porque reciben impresiones muy precoces en la vida y lo que los padres los hacen hoy, ellos serán mañana, y al día siguiente y al siguiente. Rara vez se olvidan las lecciones impresas en la mente del niño. . . . Las impresiones dejadas precozmente en el corazón se ven en los años siguientes. Quizá queden sepultadas, pero rara vez son raídas (Manuscrito 57, 1897).
El fundamento se coloca en los primeros tres años. Madres, estad seguras de que disciplináis debidamente a vuestros hijos durante los primeros tres años de su vida. No les permitáis que formen sus deseos y apetencias. La madre debe ser la mente para su hijo. Los primeros tres años son el tiempo cuando se dobla la diminuta rama. Las madres debieran entender la importancia que existe en ese período. Entonces es cuando se establece el fundamento. Si esas primeras lecciones han sido defectuosas, como sucede a menudo, por amor a Cristo, por amor al bien futuro y eterno de vuestros hijos, procurad reparar el daño que habéis hecho. Si habéis esperado hasta que vuestros hijos tuvieron tres años para comenzar a enseñarles dominio propio y obediencia, procurad hacerlo ahora, aunque será mucho más duro (Manuscrito 64, 1899).
No es tan difícil como se supone generalmente. Mucho de la ansiedad y dolores de los padres podría haberse ahorrado, si se hubiera enseñado a los niños desde su cuna que su voluntad no podía constituirse en ley y se podían complacer continuamente sus caprichos. No es tan difícil, como se supone generalmente, enseñar a los niñitos que sofoquen sus estallidos de mal genio y sometan sus accesos de pasión (Pacific Health Journal, abril de 1890).
No pospongáis esta obra. Muchos descuidan su deber durante los primeros años de la vida de éstos [de sus hijos], pensando que cuando lleguen a ser mayores tendrán entonces mucho cuidado para reprimir lo malo y educarlos en lo bueno. Pero la época en que deben llevar a cabo esta obra es cuando los niños son tiernos lactantes en sus brazos. No es correcto que, los padres mimen y echen a perder a sus hijos; ni tampoco es correcto que los maltraten. Una conducta firme, decidida y recta producirá los mejores resultados (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 513).
Cuando he llamado la atención a los padres por los hábitos erróneos que han fomentado en sus tiernos hijos, algunos padres han manifestado completa indiferencia; otros me han dicho con una sonrisa: "¡Mis queridos hijitos! No puedo soportar la idea de hacerles reproches en ninguna forma. Ya se mejorarán con la edad. Entonces se avergonzarán de sus estallidos de mal genio. No es lo mejor ser demasiado exigente y estricto con los pequeños. Ellos superarán los hábitos de mentir, engañar y ser insolentes y egoístas". Por cierto, ésta es una forma de encarar el asunto muy fácil para las madres, pero no corresponde con la voluntad de Dios (Manuscrito 43, 1900).
Desbaratad los esfuerzos de Satanás para apoderarse de los pequeños. Padres, por regla general, fracasáis en comenzar precozmente vuestra obra. Permitís que Satanás ocupe de antemano el terreno del corazón sembrando las primeras semillas (Review and Herald, 14-4-1885). Tenéis una obra que hacer para que Satanás no se posesione de vuestros hijos y os los arrebate antes de que hayan salido de vuestros brazos. Madres, debéis ocuparos de que los poderes de las tinieblas no gobiernen a vuestros pequeños. Debéis determinaros para que el enemigo no levante su estandarte de tinieblas en vuestro hogar (Signs of the Times, 22-7-1889).
Preparación también para la vida práctica. No hay sino unos pocos que emplean tiempo para considerar cuidadosamente que cierto conocimiento, tanto de las cosas temporales como eternas, puede ser obtenido por sus hijos durante sus primeros doce o quince años. En los primeros años de la vida, los hijos no sólo debieran obtener conocimiento de los libros, sino que debieran aprender las artes esenciales de la vida práctica; esto último no debiera impedir lo primero (Manuscrito 43, 1900).
La Herencia de Napoleón. El carácter de Napoleón Bonaparte recibió una gran influencia por su educación infantil. Algunos instructores desacertados inspiraron en él el amor a la conquista formando ejércitos simulados de los cuáles él era el comandante. Así se estableció el fundamento de su carrera de lucha y efusión de sangre. Si el mismo cuidado y esfuerzo se hubieran empleado para hacer de él un buen hombre, infundiendo en su joven corazón el espíritu del Evangelio, cuán ampliamente diferente habría sido su historia (Signs of the Times, 11-10-1910).
Hume y Voltaire. * Se dice que el escéptico Hume fue un concienzudo creyente de la Palabra de Dios en sus primeros años. Pertenecía a una sociedad de debates, y allí se lo nombró para que presentara argumentos a favor de la incredulidad. Estudió con fervor y perseverancia, y su aguda y activa mente quedó impregnada con la sofistería del escepticismo. Antes de mucho, llegó al punto de creer sus enseñanzas engañosas, y toda su vida posterior llevó el oscuro sello de la incredulidad.
Cuando Voltaire tenía cinco años de edad, aprendió de memoria un poema de incredulidad, y su perniciosa influencia nunca se disipó de su mente.
Llegó a ser uno de los más efectivos agentes de Satanás para apartar a los hombres de Dios. Millares se levantarán en el juicio y culparán al incrédulo Voltaire por la ruina de su alma. Cada joven determina la historia de su vida por los pensamientos y sentimientos acariciados en sus primeros años. Los hábitos correctos, virtuosos y viriles, formados en la juventud, se convertirán en parte del carácter y, por regla general, señalarán el curso del individuo por toda la vida.
Los jóvenes pueden convertirse en depravados o virtuosos a elección propia. Tanto pueden llegar a distinguirse por hechos dignos y nobles como por grandes crímenes y maldad (Ibid.).
La recompensa de Ana. A cada madre se confían oportunidades de valor inestimable e intereses infinitamente preciosos. Durante los tres primeros años de la vida del profeta Samuel, su madre lo enseñó cuidadosamente a distinguir entre el bien y el mal. Usando cada objeto familiar que lo rodeaba, procuró dirigir sus pensamientos hacia el Creador. En cumplimiento de su voto de entregar su hijo al Señor, con gran abnegación lo colocó bajo el cuidado de Elí, el sumo sacerdote, para ser preparado para el servicio en la casa de Dios. . . . Su primera educación lo indujo a mantener su integridad cristiana. ¡Qué recompensa recibió Ana! ¡Y qué estímulo a la fidelidad es su ejemplo! (Review and Herald, 8-9-1904).
Cómo fue protegida la mente de José. Las lecciones que dio Jacob a José, en su juventud, al expresar su firme confianza en Dios y relatarle vez tras vez las preciosas evidencias de la amante bondad de Dios e incesante cuidado, fueron precisamente las lecciones que necesitó en su destierro entre un pueblo idólatra. Usó prácticamente esas lecciones en tiempo de prueba. Estando en la más difícil prueba, acudió a su Padre celestial en quien había aprendido a confiar. Si los preceptos y ejemplo del padre de José hubieran sido de un carácter opuesto, la pluma de la inspiración nunca hubiera trazado en las páginas de la historia sagrada el relato de integridad y virtud que reluce en el carácter de José. Las primeras impresiones efectuadas en su mente protegieron su corazón en la hora de la tremenda tentación y lo indujeron a exclamar: "¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" (Good Health, enero de 1880).
El fruto de una educación sabia. Es un hecho triste que cualquier debilidad e indecisión de parte de la madre son prestamente advertidas por los hijos, y el tentador entonces trabaja en sus mentes induciéndolos a persistir en sus inclinaciones. Si los padres cultivaran las cualidades que es necesario que empleen en la debida preparación de sus hijos, si colocaran claramente delante de ellos las reglas que deben seguir, y no permitieran que se quebrantaran esas reglas, el Señor cooperaría con ellos y bendeciría tanto a padres como a hijos (Manuscrito 133, 1898).
Desde una edad muy tierna, los niños están al alcance de influencias desmoralizadoras, pero los padres que profesan ser cristianos no parecen discernir el mal de su propio proceder. ¡Ojalá comprendieran que la influencia que se ejerce sobre un niño en sus más tiernos años imprime una tendencia a su carácter y modela su destino para la vida eterna o la muerte eterna! Los niños reciben las impresiones morales y espirituales, y los que son sabiamente educados en la niñez quizá yerren a veces, pero no irán lejos en su descarrío
(Signs of the Times, 16-4-1896).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)
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