Empléense esfuerzos suaves pero persistentes.
Se les ha de enseñar a los niños que sus capacidades les fueron dadas para honra y gloria de Dios. A este fin deben aprender la lección de la obediencia. . . . Debe inculcársele el hábito mediante esfuerzos amables y persistentes. Así se podrán evitar en un extenso grado, aquellos conflictos ulteriores entre su voluntad y la autoridad, que tanto contribuyen a despertar en las mentes de los jóvenes la enemistad la amargura hacia sus padres y maestros y demasiado a menudo, resistencia a toda autoridad humana y divina (Consejos para los Maestros, págs. 85, 86).
No se admitan disculpas o evasivas.
La primera preocupación de los padres debería ser establecer un buen gobierno en la familia. La palabra de los padres debería ser ley, y excluir toda disculpa o evasiva. Los niños, desde su misma infancia, deberían ser enseñados a obedecer implícitamente a sus padres (Pacific Health Journal, enero de 1890).
La disciplina estricta a veces puede causar desazón, y los niños querrán actuar según su propia voluntad. Sin embargo, cuando han aprendido la lección de obediencia a sus padres, están mejor preparados para someterse a los requerimientos de Dios. De este modo, la enseñanza recibida en la infancia, influye sobre la experiencia religiosa y moldea el carácter del hombre (Signs of the Times, 26-2-1880).
No se permitan excepciones.
Como maestros en su propia familia, los padres han de ver que no se desobedezcan las reglas. . . . Al permitir que sus hijos desobedezcan, fracasan en el ejercicio de la debida disciplina. Los niños deben ser llevados hasta el punto de que se sometan y obedezcan. La desobediencia no debe permitirse. El pecado yace a la puerta de los padres que permiten que sus hijos desobedezcan. . . . Los niños deben comprender que han de obedecer (Manuscrito 82, 1901).
Requiérase una obediencia rápida y perfecta.
Cuando los padres dejan de requerir una obediencia rápida y perfecta de sus hijos, fracasan en colocar el debido fundamento del carácter en sus pequeños. Preparan a sus hijos para deshonrarlos cuando sean mayores, y llenarán de tristeza su corazón cuando se acerquen a la tumba (Manuscrito 18, 1891).
Los requerimientos deberían ser razonables.
Los requerimientos de los padres deben ser siempre razonables; deben expresar bondad, no por una negligencia insensata, sino por una sabia dirección. han de enseñar a sus hijos en forma agradable, sin reñir ni censurarlos, procurando ligar consigo el corazón de los pequeñuelos con sedosas cuerdas de amor. Sean todos, padres y madres, maestros, hermanos hermanas mayores, una fuerza educadora para fortalecer todo interés espiritual, y para introducir en el hogar y en la vida escolar una atmósfera sana que, ayude a los niños menores a crecer en la educación y admonición del Señor (Consejos para los Maestros, pág. 122).
"En la enseñanza de nuestros propios hijos, y en la enseñanza de los hijos ajenos, hemos comprobado que ellos no aman menos a sus padres y guardianes por restringirlos de hacer el mal"
(Review and Herald, 10-5-1898).
Debería darse las Razones por las que se exige obediencia.
Los niños deben aprender a obedecer en el gobierno de la familia. Deben formar un carácter simétrico que Dios pueda aprobar, manteniendo la vigencia de la ley en la vida doméstica. Los padres cristianos han de educar a sus hijos para que obedezcan la ley de Dios. . . . Las razones para esta obediencia y respeto de la ley de Dios pueden imprimirse en los niños tan pronto como puedan comprender su naturaleza, de modo que sepan qué deben hacer, y qué deben abstenerse de hacer (Manuscrito 126, 1897).
La palabra de los padres debería ser ley.
Vuestros hijos, que están bajo vuestro control, deben ser inducidos a respetaros. Vuestra palabra debería ser ley (Review and Herald, 19-9-1854).
Muchos padres cristianos fracasan en la tarea de mandar a sus hijos después de ellos, y luego se admiran de que sus hijos sean perversos, desobedientes, desagradecidos e impíos. Tales padres están bajo el reproche de Dios. Han descuidado el deber de criar a sus hijos en la disciplina y la amonestación del Señor. Han fallado en enseñarles la primera lección del cristianismo: "El temor de Dios es el principio de la sabiduría". Dice el sabio: "la necedad está ligada en el corazón del muchacho". El amor a la necedad, el deseo de hacer el mal, el odio por las cosas sagradas, son algunas de las dificultades que los padres deben enfrentar en el campo misionero del hogar. . .
En la fortaleza de Dios, los padres deben levantarse y mandar a su familia en pos de ellos. Deben aprender a reprimir el mal con una mano firme, y sin embargo sin impaciencia o pasión. No deberían dejar a los niños adivinar lo que es correcto, sino que deberían señalar el camino con términos inequívocos y enseñarles a andar por él (Id., 4-5-1886).
La influencia de un hijo desobediente.
Un hijo desobediente hará gran daño a aquellos con quienes se asocie, porque formará a otros niños según su propio modelo (Id., 13-3-1894).
Tolerando el pecado.
Enseñad a vuestros hijos a honraros, porque la ley de Dios ha colocado este deber sobre los hijos. Si permitís que vuestros hijos estimen livianamente vuestros deseos y no obedezcan a las leyes de la familia, estáis tolerando el pecado; estáis permitiendo que el maligno trabaje a gusto: y la misma insubordinación, falta de reverencia, y amor al yo serán llevados por ellos a la vida religiosa y a la iglesia. Y el comienzo de todo este mal es anotado en los libros del cielo como descuido de los padres (Id., 14-4-1885).
EL hábito de la obediencia se establezca por la repetición
Las lecciones de obediencia, de respeto por la autoridad, necesitan repetirse a menudo. Esta clase de obra realizada en la familia constituirá una poderosa influencia para el bien, y no sólo se evitará que los hijos hagan el mal y se los constreñirá a amar la verdad y la justicia, sino que también los padres recibirán el mismo beneficio. Esta clase de obra que el Señor requiere no puede ser hecha sin una seria meditación de su parte, y sin mucho estudio de la Palabra de Dios, a fin de que puedan instruir de acuerdo con sus directivas (Manuscrito 24, 1894).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)
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