Preparad al niño para la vida y sus deberes.
La madre, al contemplar al hijo que ha sido entregado a su cuidado, bien podría preguntarse con profunda ansiedad: ¿Cuál es el gran blanco y objetivo de su educación? ¿Consiste en capacitarlo para la vida y sus deberes, en calificarlo para ocupar una posición honrosa en el mundo, para hacer el bien, para beneficiar a sus semejantes, y para ganar alguna vez la recompensa de los justos" si es así, entonces la primera lección que debe enseñársele es la del dominio propio; porque ninguna persona indisciplinada y testaruda puede esperar tener éxito en este mundo o recompensa en el venidero (Pacific Heralth Journal. mayo de 1890).
Enseñad al niño a ceder.
Los pequeños, antes de un año de edad, escuchan y entienden lo que se habla con referencia a ellos mismos, y saben hasta qué punto se les permite hacer su voluntad. Madres, deberíais enseñar a vuestros hijos para que cedan a vuestros deseos. Podéis lograr esto si ejercéis dominio sobre ellos y mantenéis vuestra dignidad como madre. Vuestros hijos aprenden rápidamente lo que esperáis de ellos, saben cuándo su voluntad vence la vuestra, y obtendrán el mayor provecho posible de su victoria (Signs of the Times, 16-3-1891).
Es una gran crueldad permitir que los malos hábitos se desarrollen, y entregar la ley en las manos de los niños y dejarlos gobernar (Christian Temperance and Bible Hygiene. pág. 68).
No consintáis en los deseos egoístas.
Si los padres no son cuidadosos, tratarán a sus hijos de modo que se acostumbren a exigir atención y privilegios que requerirán que los padres pasen privaciones a fin de complacer a sus pequeños. Los hijos pedirán que los padres hagan algunas cosas por ellos, a fin de complacer sus deseos, y los progenitores accederán a sus deseos, sin parar mientes en el hecho de que están inculcando el egoísmo en sus hijos. Pero los padres, al hacer esta obra, están causando un daño a sus hijos, y más tarde descubrirán cuán difícil es contrarrestar la influencia de la educación de los primeros años en la vida del niño. Los niños deben aprender tempranamente que no pueden ser complacidos cuando se trata de deseos egoístas (Signs of the Times, 13-8-1896).
No deis nada que sea pedido con llanto.
Una lección preciosa que la madre necesita repetir una vez tras otra es que el niño no debe gobernar; él no es el amo, sino que son la voluntad y los deseos de la madre los que han de imponerse. Así se les enseña dominio propio. No les deis ninguna cosa que pidan llorando, aun cuando vuestro corazón compasivo desee mucho complacerlos; porque si una vez ganan la victoria incesante el llanto, esperarán hacerlo una vez más. La segunda vez la batalla será más vehemente (Manuscrito 43, 1900).
Nunca permitas manifestaciones de ira
Entre las primeras tareas de la madre, está el refrenamiento de la pasión por sus pequeños. No debería permitirse que los niños manifestaran ira; no debería permitírseles lanzarse al suelo, patalear y gritar porque se les ha negado algo que no era para su bien, He quedado preocupada al ver cómo muchos padres permiten a los niños manifestaciones de ira. Las madres parecen considerar estos estallidos de ira como algo que debe soportarse y se muestran indiferentes ante la conducta del niño. Pero si una vez se permite un mal, será repetido, y su repetición lo transformará en un hábito, y así el carácter del niño recibirá un molde equivocado (Signs of the Times, 16-3-1891).
Cuándo reprender al mal espíritu.
A menudo he visto a los pequeños lanzarse al suelo y gritar cuando se contrariaba su voluntad. Este es el momento de reprender al mal espíritu. El enemigo procurará dominar la mente de nuestros hijos, pero ¿le permitiremos moldearlos de acuerdo con su voluntad? Estos pequeños no saben discernir cuál espíritu influye en ellos, y es el deber de los padres ejercer juicio y discreción en lugar de ellos. Deben observar cuidadosamente sus hábitos. Deben refrenarse las malas tendencias y estimularse la mente en favor de lo bueno. Hay que estimular al niño en todos los esfuerzos que realiza por dominarse a sí mismo (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 61).
Comenzad con "los cantos de Belén".
Las madres deberían educar a sus bebés en sus brazos, de acuerdo con los principios y los hábitos correctos. No deberían permitirlos golpearse la cabeza contra el suelo. . . . Que las madres los eduquen en su infancia. Comenzad con los cantos de Belén. Estos suaves acordes ejercen una influencia aquietadora. Cantadles esas melodías subyugadoras que hablan de Cristo y de su amor (Manuscrito 9, 1893).
No manifestéis indecisión.
El mal genio del niño debería dominarse tan pronto como sea posible; porque cuanto más se descuide este deber, tanto más difícil será realizarlo. Los niños de temperamento irritable y colérico necesitan el cuidado especial de sus padres. Debe tratárselos en forma particularmente bondadosa pero firme; no debería haber indecisiones de parte de los padres en su caso. Deberían fomentarse y fortalecerse cuidadosamente los rasgos de carácter que detendrían naturalmente el desarrollo de sus faltas peculiares. Complacer a un niño de un genio apasionado y perverso resultará en su ruina. Sus faltas se fortalecerán a medida que transcurran sus años, retardarán el desarrollo de su mente, y sobrepujarán a todos los rasgos buenos y nobles de carácter (Pacific Health Journal, enero de 1890).
El ejemplo de dominio propio de los padres es vital.
Algunos padres no tienen dominio sobre sí mismos. No controlan sus propios apetitos mórbidos o su temperamento colérico; por lo tanto, no pueden educar a sus hijos en lo que atañe a la negación del apetito, ni enseñarles dominio propio (Id., octubre de 1897).
Si los padres quieren enseñar dominio propio a sus hijos, deben primero formar ese hábito en sí mismos. Los regaños y las manías de criticar de los padres estimulan un temperamento precipitado e impetuoso en sus hijos (Signs of the Times, 24-11-1881).
No os canséis de hacer el bien.
Los padres son demasiado aficionados a la facilidad y al placer para realizar la obra que Dios les señaló en su vida de hogar. No veríamos el terrible estado de maldad que existe entre la juventud de hoy, si hubiera sido debidamente educada en el hogar. Si los padres reasumieran la tarea que Dios les ha encomendado y enseñaran la moderación, la abnegación y el dominio propio a sus hijos, tanto por precepto como por ejemplo, encontrarían que mientras procuran cumplir con su deber, como para recibir la aprobación de Dios, aprenderían preciosas lecciones en la escuela de Cristo. Aprenderían la paciencia, el amor y la humildad; y éstas son las mismas lecciones que han de enseñar a sus hijos.
Después de que se hayan despertado las sensibilidades morales de los padres, y retomen su obra descuidada con energías renovadas, no deberían desanimarse o permitirse ser retrasados en su obra. Muchos se cansan de obrar bien. Cuando descubren que se requiere un esfuerzo sostenido, un constante dominio propio y una buena medida de gracia, tanto como conocimiento, a fin de hacer frente a las emergencias inesperados que surgen, se descorazonan y abandonan la lucha, y dejan que el enemigo de las almas haga su voluntad. Día tras día, mes tras mes, año tras año, debe proseguir la obra, hasta que el carácter de vuestros hijos quedo formado y los hábitos afirmados en forma correcta. No debéis ceder y dejar a vuestras familias abandonadas y sin gobierno (Review and Herald 10-7-1888),
Nunca perdáis el dominio de vosotros mismos.
Nunca deberíamos perder el dominio de nosotros mismos. Mantengamos siempre delante de nosotros el Modelo perfecto. Es un pecado hablar con impaciencia o mal humor, o sentir ira -aun cuando no hablemos. Debemos trabajar dignamente, y representar correctamente a Cristo. Hablar palabras airadas es como golpear un pedernal contra otro pedernal: inmediatamente surgen las chispas de los sentimientos airados.
Nunca seáis como el capullo de la castaña. En el hogar, no uséis palabras ásperas e hirientes. Deberíais invitar al Huésped celestial a acudir a vuestro hogar, y al mismo tiempo hacer lo posible para que él y los ángeles celestiales moren con vosotros. Deberíais recibir la justicia de Cristo, la santificación del Espíritu de Dios, la belleza de la santidad, a fin de revelar la luz de la vida a los que están junto a vosotros (Manuscrito 102, 1901).
El sabio dice: "Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad". El hombre o la mujer que conserva el equilibrio mental cuando se siente tentado a ceder a la pasión, ocupa un lugar más elevado ante la vista de Dios y de los ángeles celestiales que el general más renombrado que alguna vez haya conducido a un ejército a la batalla y la victoria. Un conocido emperador dijo en su lecho de muerte: "Entre todas mis victorias, hay una sola que me proporciona gran consuelo en este momento, y esa es la victoria que he logrado sobre mi propio temperamento turbulento". Alejandro y César encontraron más fácil subyugar al mundo que someterse a sí mismos. Después de vencer a una nación tras otra, cayeron -uno de ellos "víctima de la intemperancia, el otro de una loca ambición"(Good Health, noviembre de 1880).
(La Conducción del Niño de E.G. de White)