domingo, 22 de diciembre de 2019
miércoles, 13 de noviembre de 2019
03A. EL MAESTRO ENVIADO POR DIOS. (EL MAESTRO DE LOS MAESTROS). LA EDUCACIÓN (EGW).
"¡Jamás hombre alguno ha hablado como este 
hombre!" Juan 7:46.  
A.- EL MAESTRO ENVIADO POR DIOS.
"Considerad a Aquel".
"Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz"*Isa. 9:6. 
En el Maestro enviado por Dios, el cielo dio a los hombres lo mejor y lo más grande que tenía.  Aquel que había estado en los consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad el conocimiento de Dios.
Por medio de Cristo había sido transmitido cada rayo de luz divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él había sido quien habló por medio de todo aquel que en el transcurso de los siglos declaró la palabra de Dios al hombre.  Todas las excelencias manifestadas en las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos.  La pureza y la bondad de José, la fe, la mansedumbre y la tolerancia de Moisés, la firmeza de Eliseo, la noble integridad y la firmeza de Daniel, el ardor y la abnegación de Pablo, el poder mental y espiritual manifestado en todos estos hombres, y en todos los demás que alguna vez vivieron en la tierra, no eran más que destellos del esplendor de su gloria.  En él se hallaba el ideal perfecto.
Cristo vino al mundo para revelar este ideal como el único y verdadero blanco de nuestros esfuerzos; para mostrar lo que todo ser humano debiera ser; lo que llegarían a ser por medio de la morada de la 74 divinidad en la humanidad todos los que lo recibieran.  Vino a mostrar de qué manera deben ser educados los hombres como conviene a hijos de Dios; cómo deben practicar en la tierra los principios, y vivir la vida del cielo.
El mayor don de Dios fue otorgado para responder a la mayor necesidad del hombre.  La luz apareció cuando la oscuridad del mundo era más intensa. Hacía mucho que, a causa de las enseñanzas falsas, las mentes de los hombres habían sido apartadas de Dios.  En los sistemas predominantes de educación, la filosofía humana había sustituido a la revelación divina.  En vez de la norma de verdad dada por el cielo, los hombres habían aceptado una norma de su propia invención.  Se habían apartado de la Luz de la vida, para andar a la luz del fuego que ellos mismos habían encendido.
Habiéndose separado de Dios, y siendo su única confianza el poder humano, su fuerza no era otra cosa sino debilidad. Ni siquiera eran capaces de alcanzar la norma establecida por ellos mismos.  La falta de verdadera excelencia era suplida por la apariencia y la mera profesión de fe.  La apariencia reemplazaba a la realidad.
De vez en cuando se levantaban maestros que dirigían la atención de los hombres a la Fuente de la verdad.  Se enunciaban principios rectos y había vidas humanas que daban testimonio de su poder.  Pero estos esfuerzos no hacían impresión duradera.  Se producía una breve represión de la corriente del mal, pero no se detenía su curso descendente.  Los reformadores eran como luces que brillaban en la oscuridad, pero no la podían disipar.  El mundo amaba "más las tinieblas que la luz". *Juan 3:19.
Cuando Cristo vino a la tierra, la humanidad parecía muy próxima a llegar a su más bajo nivel.  El mismo cimiento de la sociedad estaba minado.  La 75 vida había llegado a ser falsa y artificial.  Los judíos, destituidos del poder de la Palabra de Dios, daban al mundo tradiciones y especulaciones que adormecían la mente y el alma.  El culto de Dios "en espíritu y en verdad" había sido suplantado por la glorificación del hombre en una ronda interminable de ceremonias creadas por éste.  En el mundo, todos los sistemas religiosos perdían su influencia sobre la mente y el alma.  Hartos de fábulas y mentiras, y deseosos de ahogar su pensamiento, los hombres se volvieron hacia la incredulidad y el materialismo.  Al excluir de sus cálculos la eternidad, vivían para el presente.
A medida que dejaban de reconocer al Ser divino, dejaban de tener consideración por el ser humano.  La verdad, el honor, la integridad, la confianza, la compasión, iban abandonando la tierra.  La avaricia implacable y la ambición absorbente creaban una desconfianza universal.  La idea del deber, de las obligaciones de la fuerza hacia la debilidad, de la dignidad y los derechos humanos, era desechada como sueño o fábula.  Al pueblo común se lo consideraba como bestias de carga, como instrumentos o escalones para lograr lo que se ambicionaba.  Se buscaban como el mayor bien la riqueza, el poder, la comodidad y los placeres.  La degeneración física, el sopor mental y la muerte espiritual eran las características de la época.
A medida que las pasiones y los propósitos malos de los hombres eliminaban a Dios de sus pensamientos, ese olvido los inclinaba cada vez con más fuerza al mal. El corazón que amaba el pecado vestía con sus atributos a Dios, y este concepto fortalecía el poder del pecado.  Resueltos a complacerse a sí mismos, los hombres llegaron a considerar a Dios como semejante a ellos, es decir, como un Ser cuya meta era la glorificación del yo, cuyas exigencias respondían a su propio placer; un Ser que elevaba o 76 abatía a los hombres según éstos contribuyeran a la realización de su propósito egoísta, o lo obstruyesen.  
Las clases más bajas consideraban que el Ser supremo difería poco de sus opresores, a excepción de que los sobrepujaba en poder.  Estas ideas le daban su molde a toda manifestación religiosa.  Cada una de ellas era un sistema de extorsión.  Los adoradores trataban de congraciarse con la Deidad por medio de ofrendas y ceremonias, con el fin de asegurarse su favor para el logro de sus propios fines.  
Una religión que no ejercía poder sobre el corazón ni la conciencia, se reducía a una serie de ceremonias, de las cuales el hombre se cansaba y deseaba liberarse, a no ser por las ventajas que podía ofrecer.  
De ese modo el mal, al no ser refrenado, aumentaba, mientras disminuían el aprecio del bien y el deseo de practicarlo.  Los hombres perdieron la imagen de Dios y recibieron el sello del poder demoníaco que los dominaba.  Todo el mundo se iba convirtiendo en un sumidero de corrupción.
Sólo había una esperanza para la especie humana, y ésta era que se pusiera nueva levadura en esa masa de elementos discordantes y corruptos; que se introdujese en la humanidad el poder de una vida nueva; que se restaurase en el mundo el conocimiento de Dios.
Cristo vino para restaurar ese conocimiento.  Vino para poner a un lado la enseñanza falsa mediante la cual los que decían conocer a Dios lo habían desfigurado.  Vino a manifestar la naturaleza de su ley, a revelar en su carácter la belleza de la santidad.
Cristo vino al mundo con el amor acumulado de toda la eternidad.  Al eliminar las exigencias que hacían gravosa la ley de Dios, demostró que es una ley de amor, una expresión de la bondad divina.  Demostró que la obediencia a sus principios entraña la felicidad de la humanidad, y con ella la estabilidad, el mismo cimiento y la estructura de la sociedad. 77
Lejos de contener requisitos arbitrarios, la ley de Dios se da a los hombres como cerco o escudo.  El que acepta sus principios es preservado del mal.  La fidelidad a Dios entraña fidelidad al hombre.  De ese modo la ley protege los derechos y la individualidad de cada ser humano.  Prohíbe al superior oprimir, y al subalterno desobedecer.  Asegura el bienestar del hombre, tanto para este mundo como para el venidero.  Para el obediente es la garantía de la vida eterna, porque expresa los principios que permanecen para siempre.
Cristo vino a demostrar el valor de los principios divinos por medio de la revelación de su poder para regenerar a la especie humana.  Vino a enseñar cómo se deben desarrollar y aplicar esos principios.
Para el pueblo de esa época, el valor de todas las cosas lo determinaba la apariencia exterior.  Al perder su poder, la religión había aumentado su pompa.  Los educadores de la época trataban de imponer respeto por medio de la ostentación y el fausto. 
 Comparada con todo esto, la vida de Cristo establecía un marcado contraste.  Ponía en evidencia la falta de valor de las cosas que los hombres consideraban como esenciales para la vida.  Al nacer en el ambiente más tosco, al compartir un hogar y una vida humildes y la ocupación de un artesano, al vivir una vida oscura e identificarse con los trabajadores desconocidos del mundo, Jesús siguió el plan divino relativo a la educación.  No buscó las escuelas de su tiempo, que magnificaban las cosas pequeñas y empequeñecían las grandes.  Obtuvo su educación directamente de las fuentes indicadas por el cielo, del trabajo útil, del estudio de las Escrituras y la naturaleza, y de las vicisitudes de la vida, que constituyen los libros de texto de Dios, llenos de instrucción para todos los que los buscan con manos dispuestas, ojos abiertos y corazón comprensivo. 78 
"Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él"* Lucas 2:40.
 Preparado de esta manera, salió para cumplir su misión, y en todo momento que estuvo en relación con los hombres ejerció sobre ellos una influencia para bendecir, y un poder para transformar que el mundo no había conocido nunca.
El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender a la humanidad.  Solo por la simpatía, la fe y el amor, pueden ser alcanzados y elevados los hombres.  En esto Cristo se revela como el Maestro de los maestros: De todos los que alguna vez vivieran en la tierra, él sólo posee una perfecta comprensión del alma humana.
"Porque no tenemos un sumo sacerdote -Maestro de los maestros, porque los sacerdotes eran maestros- que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza".*Heb. 4:15.
"Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados".* Heb. 2:18.
Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobrevienen a los seres humanos.  Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro la carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo.  Nunca hubo otro cuya simpatía fuera tan abarcante y tierna.  Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana, no sólo podía condolerse de todo el que estuviera abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él.
Practicaba lo que enseñaba.
 "Porque ejemplo os he dado -dijo a los discípulos-, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis".  "Así como yo he guardado los mandamientos de mi padre". *Juan 13:15; 15:10. 
Así, las palabras de Cristo tuvieron en su vida una ilustración y un apoyo perfectas.  Y más aún, él era 79 lo que enseñaba.  Sus palabras no sólo eran la expresión de la experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter.  No sólo enseñó la verdad; él era la verdad.  Eso fue lo que dio poder a su enseñanza.
Cristo reprendía fielmente.  Nunca vivió otro que odiara tanto el mal, ni cuyas acusaciones fuesen tan terribles.  Su misma presencia era un reproche para todo lo falso y lo bajo.  A la luz de su pureza, los hombres velan que eran impuros, y que el propósito de su vida era despreciable y falso.  Sin embargo, él los atraía.  El que había creado al hombre, apreciaba el valor de la humanidad.  Delataba al mal como enemigo de aquellos a quienes trataba de bendecir y salvar.  En todo ser humano, cualquiera fuera el nivel al cual hubiese caído, veía a un hijo de Dios, que podía recobrar el privilegio de su relación divina.
"Porque no envió Dios a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él".*Juan 3:17.
 Al contemplar a los hombres sumidos en el sufrimiento y la degradación, Cristo percibió que, donde sólo se veía desesperación y ruina, había motivos de esperanza.  Dondequiera existiera una sensación de necesidad, él veía una oportunidad de elevación.  Respondía a las almas tentadas, derrotadas, que se sentían perdidas, a punto de perecer, no con acusación, sino con bendición.
Las bienaventuranzas constituyeron su saludo para toda la familia humana.  
Al contemplar la vasta multitud reunida para escuchar el Sermón del Monte, pareció olvidar por el momento que no se hallaba en el cielo, y usó el saludo familiar del mundo de la luz.  De sus labios brotaron bendiciones como de un manantial por largo tiempo obstruido.
Apartándose de los ambiciosos y engreídos favoritos de este mundo, declaró que serían bendecidos los que, aunque fuera grande su necesidad, recibiesen su luz y su amor.  Tendió sus brazos a los 80 pobres en espíritu, afligidos, perseguidos, diciendo:
 "Venid a mí... y yo os haré descansar".*Mt. 11:28.
En cada ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transfigurados por su gracia, en "la luz de Jehová nuestro Dios".*Sal. 90:17. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza.  Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza.  Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo.  En su presencia, las almas despreciadas y caídas se percataban de que aún eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración.  En más de un corazón que parecía muerto a todas las cosas santas, se despertaron nuevos impulsos.  A más de un desesperado se presentó la posibilidad de una nueva vida.
Cristo ligaba a los hombres a su corazón con lazos de amor y devoción, y con los mismos lazos los ligaba a sus semejantes.  Con él, el amor era vida y la vida servicio. 
"De gracia recibisteis -dijo-, dad de gracia".*Mt. 10:8.
No sólo en la cruz se sacrificó Cristo por la humanidad. Cuando "anduvo haciendo bienes"*Hechos 10:38. su experiencia cotidiana era un derramamiento de su vida.  Sólo de un modo se podía sostener semejante vida. Jesús vivió dependiendo de Dios y de su comunión con él.  Los hombres acuden de vez en cuando al lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente; permanecen allí un tiempo, y el resultado se manifiesta en acciones nobles; luego falla su fe, se interrumpe la comunión con Dios, y se echa a perder la obra de la vida.  Pero la vida de Jesús era una vida de confianza constante, sostenida por una comunión continua, y su servicio para el cielo y la tierra fue sin fracaso ni vacilación.
Como hombre, suplicaba ante el trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente 81 celestial que unía la humanidad con la Divinidad.  Recibía vida de Dios, y la impartía a los hombres.
"¡Jamás hombre alguno ha hablado como este 
hombre!"*Juan 7:46. 
Esto se habría aplicado a Cristo aun cuando hubiera enseñado únicamente en cuanto a lo físico y lo intelectual o en materias de teoría y especulación. Podría haber revelado misterios cuya comprensión ha requerido siglos de trabajo y estudio. Podría haber hecho sugerencias en ramos científicos que, hasta el fin del tiempo, hubieran proporcionado material para el pensamiento y estímulo a la inventiva.  Pero no lo hizo.  Nada dijo para satisfacer la curiosidad o estimular la ambición egoísta. No se ocupó de teorías abstractas, sino de lo que es indispensable para el desarrollo del carácter; de lo que amplía la aptitud del hombre para conocer a Dios y aumenta su poder para hacer bien. Habló de las verdades que se refieren a la conducta de la vida, y que unen al hombre con la eternidad.
En vez de inducir al pueblo a estudiar las teorías humanas acerca de Dios, su Palabra, o sus obras, le enseñó a contemplarlo según se manifiesta en sus obras, en su Palabra y por medio de sus providencias.  Puso sus mentes en contacto con la mente del Ser Infinito.
"Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad". *Lucas 4:32. Nunca antes habló otro que tuviera tal poder para despertar el pensamiento, encender la aspiración y suscitar cada aptitud del cuerpo, la mente y el alma.
La enseñanza de Cristo, lo mismo que su simpatía, abarcaba el mundo.  Nunca podrá haber una circunstancia de la vida, una crisis de la experiencia humana que no haya sido prevista en su enseñanza, y para la cual no tengan una lección sus principios. 82
Las palabras del Príncipe de los maestros serán una guía para sus colaboradores, hasta el fin.
Para él eran uno el presente y el futuro, lo cercano y lo lejano.  Tenía en vista las necesidades de toda la humanidad.  Ante su mente estaban desplegadas todas las escenas de esfuerzo y progreso humanos, de tentación y conflicto, de perplejidad y peligro.  Conocía todos los corazones, todos los hogares, todos los placeres, los gozos y las aspiraciones.
No sólo hablaba para toda la humanidad, sino a ella misma.  Su mensaje alcanzaba al niñito en la alegría de la mañana de su vida; al corazón ansioso e inquieto de la juventud; a los hombres, que en la plenitud de sus años llevaban la carga de la responsabilidad, a los ancianos en su debilidad y cansancio.  Su mensaje era para todos; para todo ser humano, de todo país y toda época.
Su enseñanza abarcaba las cosas del tiempo y la eternidad, las cosas visibles en su relación con las invisibles, los incidentes pasajeros de la vida común, y los solemnes sucesos de la vida futura.
Establecía la verdadera relación que existe entre las cosas de esta vida, como subordinadas a las de interés eterno, pero no ignoraba su importancia.  Enseñaba que el cielo y la tierra están ligados, y que el conocimiento de la verdad divina prepara mejor al hombre para desempeñar los deberes de la vida diaria.
Para él, nada carecía de propósito. Los juegos del niño, los trabajos del hombre, los placeres, cuidados y dolores de la vida, eran medios que respondían a un fin: la revelación de Dios para la elevación de la humanidad.
De sus labios la Palabra de Dios llegaba a los corazones de los hombres con poder y significado nuevos.  Su enseñanza proyectó nueva luz sobre las cosas de la creación.  En la faz de la naturaleza se 83 vieron una vez más los resplandores que el pecado había eclipsado.  En todos los hechos e incidentes de la vida, se revelaba una lección divina y la posibilidad de gozar de la compañía de Dios.  El Señor volvió a morar en la tierra; los corazones humanos percibieron su presencia; el mundo fue rodeado por su amor.  
El cielo descendió a los hombres.  En Cristo, sus corazones reconocieron a Aquel que les había dado acceso a la ciencia de la eternidad: "Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros". Mt. 1:23.
En el Maestro enviado por Dios halla su centro toda verdadera obra educativa.  De la obra de hoy, lo mismo que de la que estableció hace mil ochocientos años*,
 el Salvador dice: "Yo soy el primero y el último".
"Yo soy el Alfa y la Omega, el principio, y el fin"*Apoc. 1:17; 21:6.
En presencia de semejante Maestro, de semejante oportunidad para obtener educación divina, es una necedad buscar educación fuera de él, esforzarse por ser sabio fuera de la Sabiduría; ser sincero mientras se rechaza la Verdad; buscar iluminación aparte de la Luz, y existencia sin la Vida; apartarse del Manantial de aguas vivas, y cavar cisternas rotas que no pueden contener agua.
He aquí, él invita aún: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba… El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva".  "El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna".*Juan 7:37,38; 4:14.  
 (La Educación de Elena G de White)
lunes, 22 de julio de 2019
02C. BIOGRAFÍAS DE GRANDES HOMBRES. (ILUSTRACIONES). LA EDUCACIÓN
"Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron". Rom. 15:4. 
C.- BIOGRAFÍAS DE GRANDES HOMBRES.
"El fruto del justo es árbol de vida". Prov. 11:30.
LA
 HISTORIA sagrada ofrece muchas ilustraciones de los resultados de la 
verdadera educación; muchos nobles ejemplos de hombres cuyos caracteres 
se formaron bajo la bendición divina; hombres cuyas vidas fueron una 
bendición para sus semejantes y que vivieron en el mundo como 
representantes de Dios.  Entre ellos figuran José y Daniel, Moisés, 
Eliseo y Pablo, los mayores estadistas, el mayor legislador, uno de los 
reformadores más fieles y, a excepción de Aquel que habló como jamás 
habló hombre alguno, el maestro más ilustre que este mundo haya 
conocido.
1.- JOSÉ
En
 los primeros tiempos de su vida, al pasar de la juventud a la 
virilidad, José y Daniel fueron separados de sus hogares y llevados 
cautivos a países paganos.  José, especialmente, fue expuesto a las 
tentaciones que acompañan a los grandes cambios de fortuna. En la casa 
de su padre fue un niño tiernamente mimado; en la casa de Potifar fue 
esclavo, y luego confidente y compañero; hombre de negocios, educado 
mediante el estudio, la observación y el contacto con los hombres; en la
 cárcel de Faraón fue un preso del estado, condenado injustamente, que 
no tenía esperanza de vindicación ni perspectiva de libertad; en un 
momento de gran crisis fue llamado a actuar en el gobierno de la nación.
 ¿Qué lo capacitaba para conservar su integridad?
Nadie
 puede mantenerse en una gran altura sin peligro.  Del mismo modo que la
 tempestad que deja 52 intacta la flor del valle, desarraiga el árbol de
 la cima de la montaña, las fieras tentaciones que dejan intacto al de 
condición humilde, asaltan a los que ocupan los lugares más elevados del
 mundo en cuanto a éxito y honor.  Pero José resistió igualmente la 
prueba de la prosperidad y la adversidad. En el palacio de Faraón puso 
de manifiesto la misma fidelidad que en la celda de la cárcel.
En
 su niñez se le había enseñado a amar y temer a Dios.  A menudo se le 
había contado, en la tienda de su padre, bajo las estrellas de Siria, la
 historia de la visión nocturna de Betel, de la escalera entre el cielo y
 la tierra, de los ángeles que subían y bajaban, y de Aquel que se 
reveló a Jacob desde el trono de lo alto. Se le había contado la 
historia del conflicto habido junto al Jaboc, donde, después de 
renunciar a pecados arraigados, Jacob fue vencedor y recibió el título 
de príncipe con Dios.
Mientras
 era pastorcillo y cuidaba los rebaños de su padre, la vida pura y 
sencilla de José había favorecido el desarrollo de las facultades 
físicas y mentales. Por la comunión con Dios mediante la naturaleza, y 
el estudio de las grandes verdades transmitidas de padre a hijo, como 
cometido sagrado, obtuvo fuerza mental y firmeza de principios.
Cuando
 se produjo la crisis de su vida, durante el viaje terrible que hizo 
desde el hogar de su niñez, situado en Canaán, a la esclavitud que le 
esperaba en Egipto, al contemplar por última vez las colinas que 
ocultaban las tiendas de su parentela, José recordó al Dios de su padre.
 Recordó las lecciones aprendidas en su niñez y su alma se conmovió 
cuando hizo la resolución de ser fiel, y conducirse siempre como 
corresponde a un súbdito del Rey del cielo.
José
 permaneció fiel durante su amarga vida como extranjero y esclavo, en 
medio de las escenas y los ruidos del vicio y las seducciones del culto 
pagano, 53 culto rodeado de todos los atractivos de la riqueza, la 
cultura y la pompa de la realeza. Había aprendido la lección de la 
obediencia al deber. La fidelidad en cualquier situación, desde la más 
humilde a la más encumbrada, adiestró todas sus facultades para un 
servicio más elevado.
Cuando
 fue llamado a la corte de Faraón, Egipto era la nación más poderosa. En
 cuanto a civilización, arte y ciencia, no tenía rival. José administró 
los negocios del reino en una época de dificultad y peligro extremos, y 
lo hizo de un modo que cautivó la confianza del rey y del pueblo. Faraón
 lo puso por "señor de su casa, y por gobernador de todas sus 
posesiones, para que reprimiera a sus grandes como él quisiese, y a sus 
ancianos enseñara sabiduría".*Sal. 105:21,22.
La
 inspiración ha puesto ante nosotros el secreto de la vida de José. 
Jacob, con palabras de belleza y poder divinos, habló así de su hijo 
predilecto, 
cuando bendijo a sus hijos:
 "Rama fructífera es José,
    Rama fructífera junto a una fuente,
 Cuyos vástagos se extienden sobre el muro.
 Le causaron amargura, le asaetearon,
 Y le aborrecieron los arqueros;
 Mas su arco se mantuvo poderoso,
 Y los brazos de sus manos se fortalecieron
 Por las manos del Fuerte de Jacob. . .
 Por el Dios de tu padre, el cual te ayudará,
 Por el Dios Omnipotente, el cual te bendecirá con bendiciones 
de los cielos de arriba,
 Con bendiciones del abismo que está abajo. 
 Las bendiciones de tu padre
 Fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores;
 Hasta el término de los collados eternos
 Serán sobre la cabeza de José".*Gen. 49:22-26.             54
La lealtad a Dios, la fe en el Invisible, constituían el ancla de José.  En esto residía el secreto de su poder. "Y los brazos de sus manos se fortalecieron Por las manos del Fuerte de Jacob"
2.- DANIEL UN EMBAJADOR DEL CIELO.
Daniel
 y sus compañeros fueron aparentemente más favorecidos en su juventud 
por la suerte, en Babilonia, que José en los primeros años de su vida en
 Egipto; sin embargo, fueron sometidos a pruebas de carácter apenas 
menos severas.  De su hogar relativamente sencillo de Judea, estos 
jóvenes de linaje real fueron transportados a la ciudad más magnífica, a
 la corte del más grande monarca, y fueron escogidos para ser educados 
para el servicio especial del rey.  En esa corte corrompida y lujosa 
estaban rodeados de fuertes tentaciones. Los vencedores mencionaban con 
jactancia el hecho de que ellos, adoradores de Jehová, fueran cautivos 
de Babilonia; que los vasos de la casa de Dios hubiesen sido colocados 
en el templo de los dioses de Babilonia; que el rey de Israel fuese 
prisionero de los babilonios, como evidencia de que su religión y sus 
costumbres eran superiores a la religión y las costumbres de los 
hebreos.  En esas circunstancias, por medio de las mismas humillaciones 
que eran el resultado de que Israel se había apartado de los 
mandamientos de Dios, el Señor dio a Babilonia la evidencia de su 
supremacía, de la santidad de sus demandas y del resultado seguro de la 
obediencia. Y dio ese testimonio del único modo que podía ser dado: Por 
medio de los que seguían siendo fieles.
Una
 prueba decisiva les sobrevino a Daniel y sus compañeros al empezar su 
carrera. La orden de que se les sirviera la comida de la mesa real era 
una 55 expresión del favor del rey, y del interés que tenía por su 
bienestar. Pero como una porción era ofrecida a los ídolos, la comida de
 la mesa del rey era consagrada a la idolatría: y si los jóvenes 
participaban de ella se iba a considerar que rendían homenaje a los 
dioses falsos. La lealtad a Jehová les prohibía que tuvieran parte en 
semejante homenaje.  Tampoco se atrevían ellos a arriesgarse a sufrir 
los efectos enervantes del lujo y la disipación sobre su desarrollo 
físico, mental y espiritual.
Daniel
 y sus compañeros habían sido instruidos fielmente en los principios de 
la Palabra de Dios. Habían aprendido a sacrificar lo terrenal a lo 
espiritual, a buscar el mayor bien. Y cosecharon la recompensa. Sus 
hábitos de temperancia y su sentido de la responsabilidad que tenían 
como representantes de Dios, produjeron el más noble desarrollo de las 
facultades del cuerpo, la mente y el alma. Cuando terminó su 
preparación, al ser examinados con otros candidatos a los honores del 
reino, no fue hallado ninguno "como Daniel, Ananías, Misael, y Azarías".
 *Dan. 1:19. 
En
 la corte de Babilonia había representantes de todos los países, hombres
 de los más selectos talentos, ricamente dotados de dones naturales, y 
poseedores de la más elevada cultura que este mundo puede ofrecer, y sin
 embargo, en medio de todos ellos, los hebreos cautivos no tenían 
rival.  Eran incomparables en fuerza y belleza física, en vigor mental y
 en saber. "Y en todo asunto de sabiduría e inteligencia en que el rey 
les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y 
astrólogos que había en todo su reino".*Dan. 1:20.
Inconmovible
 en su lealtad a Dios y firme en el dominio propio, la noble dignidad y 
la cortés deferencia 56  de Daniel le conquistaron en su juventud la 
"gracia y . . . buena voluntad" del funcionario pagano a cuyo cargo 
estaba. Las mismas cualidades caracterizaron toda su vida. Rápidamente 
ascendió al puesto de primer ministro del reino. Durante el reinado de 
monarcas sucesivos, y cuando cayó la nación y se estableció un reino 
rival, su sabiduría y sus condiciones de estadista fueron tales, tan 
perfectos su tacto, su cortesía, y la bondad natural de su corazón, 
combinados con su fidelidad a los buenos principios, que hasta sus 
enemigos se vieron obligados a confesar que "no podían hallar ocasión 
alguna o falta, porque él era fiel".*Dan. 6:4.
Mientras
 Daniel se aferraba a Dios con confianza inquebrantable, descendió sobre
 él el espíritu del poder profético.  Mientras era honrado por los 
hombres con las responsabilidades de la corte y los secretos del reino, 
fue honrado por Dios como embajador suyo, y aprendió a leer los 
misterios de los siglos futuros.  Los monarcas paganos, gracias a su 
relación con el representante del cielo, se vieron obligados a reconocer
 al Dios de Daniel. "Ciertamente el Dios vuestro -declaró Nabucodonosor-
 es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los 
misterios".  Y Darío, en su proclama "a todos los pueblos, naciones y 
lenguas que habitan en la tierra" ensalzó al "Dios de Daniel", cómo "el 
Dios viviente" que "permanece por todos los siglos, y su reino no será 
jamás destruido", que "salva y libra. . . y hace señales y maravillas en
 el cielo y en la tierra".*Dan. 2:47; 6:25-27.
3.- HOMBRES LEALES Y HONRADOS.
Por
 su sabiduría y su justicia, por la pureza y la bondad de sus vidas 
diarias, por su devoción a los intereses del pueblo, aunque era 
idólatra, José y Daniel demostraron ser fieles a los principios de la 57
 educación recibida en su niñez, fieles a Aquel de quien eran 
representantes.  Estos hombres fueron honrados por la nación entera 
tanto en Egipto como en Babilonia.  Un pueblo pagano y todas las 
naciones con las cuales estaban relacionados, contemplaron en ellos una 
ilustración de la bondad y la benevolencia de Dios, una ilustración del 
amor de Cristo.
¡Qué
 vocación la de estos nobles hebreos!  Al despedirse del hogar de su 
infancia, difícilmente pudieron haber soñado con el elevado destino que 
les esperaba.  Su naturaleza fiel y firme se entregó a la dirección 
divina para que Dios pudiese cumplir su propósito por medio de ellos. 
Dios
 desea revelar hoy, por medio de los jóvenes y niños, las mismas 
poderosas verdades que reveló mediante estos hombres. Las historias de 
José y Daniel son una ilustración de lo que el Señor hará por los que se
 entregan a él y se esfuerzan de todo corazón por llevar a cabo su 
propósito.
La
 mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se 
compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus 
almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; 
hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; 
hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los
 cielos.
Pero
 semejante carácter no es el resultado de la casualidad; no se debe a 
favores o dones especiales de la Providencia.  Un carácter noble es el 
resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a 
la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y al 
hombre.
Es
 necesario inculcar en los jóvenes la verdad de que sus dones no les 
pertenecen.  La fuerza, el tiempo, el intelecto, no son sino tesoros 
prestados.  Pertenecen a Dios, y todo joven debería resolverse a darles 
el uso más elevado; él es una rama de la cual Dios 58 espera fruto; un 
mayordomo cuyo capital debe producir dividendos; una luz para iluminar 
la oscuridad del mundo.
Todo joven y todo niño tienen una obra que hacer para la honra de Dios y la elevación de la humanidad.
4.- ELÍSEO, FIEL EN LAS COSAS PEQUEÑAS.
Los
 primeros años de la existencia del profeta Eliseo transcurrieron en la 
quietud de la vida campestre bajo la enseñanza de Dios y la naturaleza, y
 la disciplina del trabajo útil.  En una época de apostasía casi 
universal, la familia de su padre se contaba entre los que no habían 
doblado la rodilla ante Baal. En ese hogar se honraba a Dios, y la 
fidelidad al deber era la norma de la vida diaria.
Como
 hijo de un rico agricultor, Eliseo había echado mano del trabajo que 
tenía más cerca. Aunque poseía aptitudes para dirigir a los hombres, se 
lo instruyó en los deberes comunes de la vida. A fin de dirigir 
sabiamente, debía aprender a obedecer. La fidelidad en las cosas 
pequeñas lo preparó para llevar responsabilidades mayores.
Aunque
 era dócil y manso, Eliseo poseía también energía y firmeza. Abrigaba el
 amor y el temor de Dios, y de la humilde rutina del trabajo diario 
obtuvo fuerza de propósito y nobleza de carácter, y creció en la gracia y
 el conocimiento divinos.  Mientras cooperaba con su padre en los 
trabajos del hogar, aprendía a cooperar con Dios.
Eliseo
 recibió el llamado profético mientras araba el campo, con los criados 
de su padre. Cuando Elías, dirigido divinamente en la elección de un 
sucesor, echó su manto sobre los hombros del joven, Eliseo reconoció y 
obedeció la orden.  "Y fue tras Elías, y le servía". *1Rey. 19:21. No 
fue grande el trabajo que al principio 59 se exigió de Eliseo; las 
obligaciones comunes seguían constituyendo su disciplina.  Se dice que 
él vertía agua en las manos de Elías, su maestro.  Como ayudante 
personal del profeta, siguió siendo fiel en las cosas pequeñas, al par 
que con un propósito que se fortalecía diariamente se consagraba a la 
misión que le había sido asignada por Dios.
Cuando
 recibió el llamado, se puso a prueba su resolución. Al volverse para 
seguir a Elías, el profeta le dijo que regresara a su casa. Debía 
calcular el costo, decidir por sí mismo si había de aceptar o rechazar 
el llamamiento. Pero Eliseo comprendió el valor de su oportunidad. Por 
ninguna ventaja mundanal hubiera dejado pasar la posibilidad de llegar a
 ser mensajero de Dios, o hubiese sacrificado el privilegio de asociarse
 con su siervo.
Al
 transcurrir el tiempo y estar preparado Elías para la traslación, 
también Eliseo estaba listo para ser su sucesor.  Nuevamente fueron 
probadas su fe y su resolución.  Mientras acompañaba a Elías en su gira 
de servicio, sabiendo que la traslación del profeta estaba próxima, éste
 en todos los lugares lo invitaba a que se volviera. "Quédate ahora aquí
 -decía Elías- porque Jehová me ha enviado a Bet-el". * 2 Rey. 2:2. Pero
 al manejar el arado, Eliseo había aprendido a no ceder ni desanimarse, y
 entonces, al poner la mano en el arado en otro ramo de trabajo, no 
quería que nadie lo desviara de su propósito. Tan pronto como se le 
decía que se volviera, respondía: "Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré".*2 Rey. 2:2.
"Fueron,
 pues, ambos. . . Y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando 
entonces Elías su manto, lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se 
apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco.  Cuando 
habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo 60 que quieras que haga por 
ti, antes que yo sea quitado de ti.  Y dijo Eliseo: Te ruego que una 
doble porción de tu espíritu sea sobre mí. Él le dijo: Cosa difícil has 
pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; mas 
si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de 
fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en 
un torbellino.
"Viéndolo
 Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a
 caballo!  Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos
 partes.  Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y
 se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le 
había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de 
Elías?  Y así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a
 uno y a otro lado, y pasó Eliseo.  Viéndole los hijos de los profetas 
que estaban en Jericó al otro lado, dijeron: El espíritu de Elías reposó
 sobre Eliseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron delante de él".*2 
Rey. 2:6-15.
A partir de ese momento, Eliseo ocupó el lugar de Elías. Y el que había sido fiel en lo poco, demostró ser fiel en lo mucho.
Elías,
 el hombre de poder, había sido instrumento de Dios para vencer males 
gigantescos.  Había abatido la idolatría que, sostenida por Acab y la 
pagana Jezabel, había seducido a la nación.  Había dado muerte a los 
profetas de Baal. Todo el pueblo de Israel había sido profundamente 
conmovido, y muchos volvían al culto de Dios.  Para suceder a Elías se 
necesitaba un hombre que por medio de una instrucción cuidadosa 61 y 
paciente, pudiera guiar a Israel por caminos seguros. La educación que 
recibió Eliseo durante sus primeros años, bajo la dirección de Dios, lo 
preparó para esa obra.
La
 lección es para todos. Nadie puede saber cuál será el propósito de la 
disciplina de Dios, pero todos pueden estar seguros de que la fidelidad 
en las cosas pequeñas es evidencia de la idoneidad para llevar 
responsabilidades más grandes. Cada acto de la vida es una revelación 
del carácter, y sólo aquel que en los pequeños deberes demuestra ser 
"obrero que no tiene de qué avergonzarse"*2Tim. 2:15, será honrado por 
Dios con responsabilidades mayores.
5.- MOISÉS, PODEROSO POR LA FE.
Cuando
 quedó privado del cuidado protector del hogar de su infancia, Moisés 
era menor que José y Daniel y, sin embargo, ya habían amoldado su 
carácter los mismos instrumentos que amoldaron la vida de aquéllos. Pasó
 solamente doce años con su parentela hebrea, pero durante ese tiempo 
puso el cimiento de su grandeza una persona de fama poco pregonada.
Jocabed
 era mujer y esclava. Su destino en la vida era humilde, y su carga 
pesada. Sin embargo, el mundo no ha recibido beneficios mayores mediante
 ninguna otra mujer, con excepción de María de Nazaret.  Sabiendo que su
 hijo había de pasar pronto de su cuidado al de los que no conocían a 
Dios, se esforzó con más fervor aún para unir su alma con el cielo.  
Trató de implantar en su corazón el amor y la lealtad a Dios. Y llevó a 
cabo fielmente esa obra. Ninguna influencia posterior pudo inducir a 
Moisés a renunciar a los principios de verdad que eran el centro de la 
enseñanza de su madre. 62
Del
 humilde hogar de Gosén, el hijo de Jocabed pasó al palacio de los 
faraones, al cuidado de la princesa egipcia que le dio la bienvenida 
como a un hijo amado y mimado.  Moisés recibió en las escuelas de Egipto
 la más elevada educación civil y militar.  Dotado de grandes atractivos
 personales, de formas y estatura nobles, de mente cultivada y porte 
principesco, y renombrado como jefe militar, llegó a ser el orgullo de 
la nación.  El rey de Egipto era también miembro del sacerdocio, y 
Moisés, aunque se negaba a tener parte en el culto pagano, fue iniciado 
en todos los misterios de la religión egipcia. Siendo aún Egipto en ese 
tiempo la nación más poderosa y civilizada, Moisés, como soberano en 
perspectiva, era heredero de los mayores honores que el mundo le podía 
otorgar. 
Pero
 su elección fue más noble. Por el honor de Dios y el libramiento de su 
pueblo oprimido, Moisés sacrificó los honores de Egipto. Entonces Dios 
se encargó en un sentido especial de su educación. Moisés
 no estaba aún preparado para la obra de su vida. Todavía tenía que 
aprender a depender del poder divino. Había entendido mal el propósito 
de Dios. Su esperanza era librar a Israel por la fuerza de las armas. 
Para ello, lo arriesgó todo, y fracasó. Derrotado y desalentado, se 
transformó en fugitivo y desterrado en un país extraño.
*EN LA UNIVERSIDAD DEL DESIERTO.
Moisés
 pasó cuarenta años en los desiertos de Madián, como pastor de ovejas. 
Aparentemente apartado para siempre de la misión de su vida, recibió la 
disciplina esencial para su realización. Mediante el dominio propio, 
debía obtener sabiduría para gobernar una multitud ignorante e 
indisciplinado.  En el cuidado de las ovejas y los tiernos corderitos, 
debía obtener la experiencia que iba a convertirlo en un fiel 63 y 
tolerante Pastor de Israel.  Para llegar a ser representante de Dios, 
debía recibir enseñanza de él.
Las
 influencias que lo habían rodeado en Egipto, el afecto de su madre 
adoptiva, su posición como nieto del rey, el lujo y el vicio que atraían
 en mil formas distintas, el refinamiento, la sutileza y el misticismo 
de una religión falsa, habían impresionado su mente y su carácter. Todo 
esto desapareció en la austera sencillez del desierto.
En
 medio de la solemne majestad de la soledad de las montañas, Moisés se 
encontró solo con Dios. Por todas partes estaba escrito el nombre del 
Creador. Moisés parecía hallarse en su presencia, bajo la sombra de su 
poder.  Allí desapareció su engreimiento.  En presencia del Ser Infinito
 se dio cuenta de lo débil, deficiente y corto de visión que es el 
hombre.
Allí
 obtuvo Moisés lo que lo acompañó durante los años de su vida llena de 
trabajos y cuidados: El sentimiento de la presencia personal del Ser 
Divino.  No sólo vio a través de los siglos que Cristo sería manifestado
 en la carne; vio a Cristo acompañando a las huestes de Israel en todos 
sus viajes. Cuando era mal comprendido o se tergiversaba lo que él 
decía, cuando tenía que aguantar reproches e insultos, hacer frente al 
peligro y la muerte, podía soportarlo "porque se sostuvo como viendo al 
Invisible".* Heb. 11:27.
Moisés
 no sólo pensaba en Dios, sino que lo veía.  Dios era la visión 
constante que tenía delante de sí.  Nunca perdía de vista su rostro. Para
 Moisés la fe no era una conjetura, sino una realidad.  Creía que Dios 
regía su vida en particular, y lo reconocía en todos sus detalles.  
Confiaba en él a fin de obtener fuerza para resistir todas las 
tentaciones. 64
Quería
 obtener el mayor éxito posible en la obra que se le había asignado, y 
depositaba toda su confianza en el poder divino. Sentía su necesidad de 
ayuda, la pedía, se aferraba a ella por la fe, y seguía adelante 
contando con la seguridad de una fuerza sostenedora.
Tal
 fue la experiencia que adquirió Moisés durante los cuarenta años de 
educación en el desierto.  La sabiduría infinita no consideró este 
período como demasiado largo, ni como demasiado grande el precio que 
costaba impartir una experiencia semejante.
Los
 resultados de esa educación, de las lecciones allí enseñadas, están 
ligados, no sólo con la historia de Israel, sino con todo lo que desde 
ese día hasta hoy ha resultado para progreso del mundo.  El mayor 
testimonio dado acerca de la grandeza de Moisés, el juicio pronunciado 
sobre su vida por la Inspiración, es: "Y nunca más se levantó profeta en
 Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara".*Deut. 
34:10.
6.- PABLO, GOZOSO EN EL SERVICIO.
A
 la fe y la experiencia de los discípulos galileos que habían acompañado
 a Jesús, se unieron en la obra del Evangelio el fogoso vigor y el poder
 intelectual de un rabino de Jerusalén.  Siendo ciudadano romano, nacido
 en una ciudad gentil; siendo judío, no sólo por ascendencia, sino por 
educación, celo patriótico y fe religiosa de toda una vida; y habiendo 
sido educado en Jerusalén por los rabinos más eminentes, e instruido en 
todas las leyes y tradiciones de los padres, Saulo de Tarso compartía en
 toda su intensidad el orgullo y los prejuicios de su nación.  
Cuando
 aún era joven, llegó a ser un honrado miembro del Sanedrín.  Se lo 
tenía por hombre promisorio, y celoso defensor de la antigua fe. 65
En
 las escuelas teológicas de Judea, la Palabra de Dios había sido 
sustituida por las especulaciones humanas; las tradiciones e 
interpretaciones de los rabinos la despojaban de su poder.  El 
engrandecimiento propio, el amor al dominio, la exclusividad celosa, el 
fanatismo y el orgullo despectivo, eran los principios y motivos 
predominantes de esos maestros.
Los
 rabinos se enorgullecían de su superioridad, no sólo sobre los 
habitantes de otras naciones, sino sobre las multitudes de la suya 
propia.  Dominados por el odio hacia sus opresores romanos, abrigaban la
 determinación de recobrar por la fuerza de las armas su supremacía 
nacional.  Odiaban y daban muerte, a los seguidores de Jesús, cuyo 
mensaje de paz era tan opuesto a sus proyectos ambiciosos. Y en esta 
persecución Pablo era uno de los más crueles e implacables actores.
En
 las escuelas militares de Egipto, Moisés había aprendido la ley de la 
fuerza, y esta enseñanza influyó tanto en su carácter, que fueron 
necesarios cuarenta años de quietud y comunión con Dios y la naturaleza,
 a fin de prepararlo para dirigir a Israel según el amor. 
Pablo tuvo que aprender la misma lección. A las puertas de Damasco, la visión del Crucificado cambió todo el curso de su vida. El perseguidor se convirtió en discípulo, el maestro en alumno. Los días de oscuridad pasados en la soledad, en Damasco, fueron como años para su vida. Su estudio lo constituían las Escrituras del Antiguo Testamento, atesoradas en su memoria, y Cristo era su Maestro. También fue para él una escuela la soledad de la naturaleza. Fue al desierto de Arabia para estudiar las Escrituras y aprender de Dios. Limpió su alma de los prejuicios y las tradiciones que habían amoldado su vida y recibió instrucción de la Fuente de verdad.
Pablo tuvo que aprender la misma lección. A las puertas de Damasco, la visión del Crucificado cambió todo el curso de su vida. El perseguidor se convirtió en discípulo, el maestro en alumno. Los días de oscuridad pasados en la soledad, en Damasco, fueron como años para su vida. Su estudio lo constituían las Escrituras del Antiguo Testamento, atesoradas en su memoria, y Cristo era su Maestro. También fue para él una escuela la soledad de la naturaleza. Fue al desierto de Arabia para estudiar las Escrituras y aprender de Dios. Limpió su alma de los prejuicios y las tradiciones que habían amoldado su vida y recibió instrucción de la Fuente de verdad.
Su
 vida ulterior fue inspirada por el principio de la abnegación, el 
ministerio del amor. "A griegos y a 66 no griegos, a sabios y a no 
sabios -dijo- soy deudor". *Rom. 1:14. "El amor de Cristo nos 
constriñe".
*2 Cor. 5:14.
*2 Cor. 5:14.
Pablo,
 el más grande maestro humano, aceptaba tanto los deberes más humildes 
como los más elevados.  Reconocía la necesidad del trabajo, tanto para 
las manos como para la mente, y desempeñaba un oficio para mantenerse.  
Se dedicaba a la fabricación de tiendas mientras predicaba diariamente 
el Evangelio en los grandes centros civilizados. 
"Antes
 vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que 
están conmigo -dijo cuándo se despedía de los ancianos de Éfeso-, estas 
manos me han servido".*Hechos 20:34.
Al
 par que poseía altas dotes intelectuales, Pablo revelaba en su vida el 
poder de una sabiduría aún más rara.  Sus enseñanzas, ejemplificadas por
 su vida, revelan principios de la más profunda significación, que eran 
ignorados por los grandes espíritus de su tiempo.  Poseía la más elevada
 de todas las sabidurías que da una pronta perspicacia y simpatía, que 
pone al hombre en contacto con los hombres, y lo capacita para despertar
 la naturaleza mejor de sus semejantes e inspirarles a vivir una vida 
más elevada.
Escuchad
 las palabras que pronunció ante los paganos de Listra, al indicarles a 
Dios revelado en la naturaleza como Fuente de todo bien, que nos da 
"lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de 
alegría nuestros corazones". *Hechos 14:17.
Vedle
 en la cárcel de Filipos donde, a pesar del dolor que abruma su cuerpo, 
su canto de alabanza rasga el silencio de la noche.  
Después
 que el terremoto ha abierto las puertas de la cárcel, se vuelve a oír 
su voz en palabras de aliento para el carcelero pagano: "No te hagas 
ningún mal, pues todos estamos aquí".*Hechos 16:28. 
Todos
 habían permanecido en su sitio, contenidos por la presencia de un 
compañero de prisión. 67 Y el carcelero, convencido de la realidad de 
aquella fe que sostenía a Pablo, se interesó por el camino de la 
salvación, y con toda su casa se unió al perseguido grupo de discípulos 
de Cristo.
*EL TESTIMONIO DE PABLO.
Ved
 a Pablo en Atenas, ante el concilio del Areópago, donde hace frente a 
la ciencia con ciencia, a la lógica con lógica y a la filosofía con 
filosofía.  Notad cómo, con un tacto nacido del amor divino, señala a 
Jehová como "al Dios no conocido" a quien sus oyentes han adorado 
ignorantemente, y citando palabras de un poeta griego, lo describe como 
Padre del cual ellos son hijos.  Escuchadlo exponer, en esa época de 
castas sociales, cuando no se reconocían en absoluto los derechos del 
hombre como hombre, la gran verdad de la fraternidad humana, al declarar
 que Dios "de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para 
que habiten sobre toda la faz de la tierra".  Luego muestra cómo, en 
todo el trato de Dios con el hombre, se puede seguir, como hilo de oro, 
su propósito de gracia y misericordia.  Fijó él "el orden de los 
tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en 
alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está 
lejos de cada uno de nosotros".*Hechos 17:23,26,27.
Oídlo
 en el tribunal de Festo, cuando el rey Agripa, convencido de la verdad 
del Evangelio, exclama: "Por poco me persuades a ser cristiano". *Hechos
 26:28. Con qué gentil cortesía le responde Pablo, señalándole su 
cadena: "¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino 
también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, 
excepto estas cadenas!"*Hechos 26:29.
Así
 transcurrió su vida, según él mismo dice, "en caminos muchas veces; en 
peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, 
peligros 68 de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el 
desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo
 y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en 
frío y en desnudez". *2 Cor. 11:26,27. 
"Nos
 maldicen -dijo-, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. 
 Nos difaman, y rogamos"*1 Cor. 4:12,13, "como entristecidos, mas 
siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no 
teniendo nada, más poseyéndolo todo". *2 Cor. 6:10.
Hallaba
 gozo en el servicio; y al fin de su vida de trabajo, al echar una 
mirada retrospectiva a sus luchas y triunfos, pudo decir: "he peleado la
 buena batalla". *2 Tim. 4:7.
CONCLUSIÓN.
Estas biografías son de interés vital.  Para nadie son de más profunda importancia que para los jóvenes.  
Moisés
 renunció a un reino en perspectiva; Pablo, a las ventajas 
proporcionadas por la riqueza y el honor entre su pueblo, a cambio de 
una vida llena de responsabilidades en el servicio de Dios.  Para 
muchos, la vida de estos hombres se presenta como una vida de 
renunciación y sacrificio. ¿Fue realmente así?  Moisés consideraba que 
el oprobio sufrido por Cristo era una riqueza mayor que la de los 
tesoros de Egipto.  Lo consideraba así, porque así era.  Pablo declaró: 
"Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida 
por amor de Cristo.  Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como 
pérdida por la excelencia del conocimiento dé Cristo Jesús, mi Señor, 
por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a
 Cristo". *Fil. 3:7,8. Estaba satisfecho con su elección.
A
 Moisés le ofrecieron el palacio de los faraones y el trono del monarca,
 pero en esas cortes reales 69 se practicaban los placeres pecaminosos 
que hacen que el hombre se olvide de Dios, y él escogió antes "riquezas 
duraderas, y justicia". *Prov. 8:18. En vez de ligarse a la grandeza de 
Egipto, prefirió, unir su vida al propósito de Dios.  En vez de dictar 
leyes a Egipto, dictó, leyes al mundo, bajo la dirección divina.  Llegó a
 ser instrumento de Dios para dar a los hombres los principios que 
constituyen la salvaguardia, tanto del hogar como de la sociedad, que 
son la piedra angular de la prosperidad de las naciones, principios 
reconocidos hoy día por los más grandes hombres del mundo como 
fundamento de todo lo mejor que existe en los gobiernos humanos.
La
 grandeza de Egipto yace en el polvo.  Su poder y civilización han 
pasado.  Pero la obra de Moisés nunca podrá perecer.  Los grandes 
principios de justicia para cuya instauración él vivió, son eternos.
La
 vida de trabajo y preocupaciones de Moisés estaba iluminada por la 
presencia de Aquel que es el "señalado entre diez mil", "y todo él 
codiciable".*Cant. 5:10,16. Compañero de Cristo en la peregrinación por 
el desierto, compañero de Cristo en el monte de la transfiguración, 
compañero de Cristo en las cortes celestiales, Moisés llevó una vida que
 en la tierra bendecía a la par que recibía bendición, y que en el cielo
 fue honrada.
También
 Pablo, en sus múltiples labores, fue sostenido por el poder sustentador
 de la presencia de Cristo. "Todo lo puedo -dijo él- en Cristo que me 
fortalece".*Fil. 4:13. "¿Quién nos separará del amor de Cristo? 
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o 
peligro, o espada?. . . Antes, en todas estas cosas somos más que 
vencedores por medio de Aquel que nos amó.  Por lo cual estoy seguro de 
que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades,
 ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
 otra cosa creada nos 70 podrá separar del amor de Dios, que es en 
Cristo Jesús Señor nuestro".
*Rom. 8:35-39.
*Rom. 8:35-39.
Sin
 embargo, hay un gozo futuro que Pablo esperaba como recompensa de sus 
labores, el mismo gozo por causa del cual Cristo soportó la cruz y 
despreció la vergüenza, el gozo de ver el fruto de su obra.  
"¿Cuál
 es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? -escribió a 
los conversos tesalonicenses-. ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro 
Señor Jesucristo, en su venida?  Vosotros sois nuestra gloria y 
gozo."
*1Tes. 2:19,20.
*1Tes. 2:19,20.
¿Quién puede calcular los resultados que tuvo para el mundo la obra de la vida de Pablo? 
 De
 todas las influencias benéficas que alivian el sufrimiento, consuelan 
la pena, refrenan el mal, elevan la vida por encima de lo egoísta y 
sensual y la glorifican con la esperanza de la inmortalidad, ¡cuánto se 
debe a las labores de Pablo y sus colaboradores cuando, con el Evangelio
 del Hijo de Dios, hicieron su viaje inadvertido de Asia a las costas de
 Europa!
¿Cuánto
 vale para cualquier vida el haber sido instrumento de Dios para poner 
en movimiento semejantes influencias benéficas? ¿Cuánto valdrá en la 
eternidad poder ver los resultados de semejante obra? 
(La Educación de E.G de White)  71  
02B. LAS ESCUELAS DE LOS PROFETAS. (ILUSTRACIONES). LA EDUCACIÓN
"Porque las cosas que se escribieron antes, 
para nuestra enseñanza se escribieron". 
Rom. 15:4. 
B.- LAS ESCUELAS DE LOS PROFETAS.
"Ellos se sentaron a tus pies; cada uno recibió tus palabras". 
Deut. 33:3. VM 1929.
DONDEQUIERA
 se llevaba a cabo en Israel el plan educativo de Dios, se veía, por sus
 resultados, que él era su Autor. Sin embargo, en muchas casas, la 
educación indicada por el cielo y los caracteres según ella 
desarrollados, eran igualmente raros.  Se llevaba a cabo parcial e 
imperfectamente el plan de Dios.  A causa de la incredulidad y el 
descuido de las instrucciones dadas por el Señor, los israelitas se 
rodearon de tentaciones que pocos tenían el poder de resistir. Cuando se
 establecieron en Canaán, "no destruyeron a los pueblos que Jehová les 
dijo; antes se mezclaron, con las naciones, y aprendieron sus obras, y 
sirvieron a sus ídolos, los cuales fueron causa de su ruina". Sal. 
106:34-36. Su corazón no era recto con Dios, "ni estuvieron firmes en su
 pacto.  Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los 
destruía; y apartó muchas veces su irá. . . Se acordó de que eran carne,
 soplo que va y no vuelve". Sal. 78:37-39. 
Los
 padres y las madres israelitas llegaron a ser indiferentes a su 
obligación hacia Dios y sus hijos.  A causa de la infidelidad observada 
en el hogar, y las influencias idólatras del exterior, muchos jóvenes 
hebreos recibieron una educación que difería grandemente de la 46 que 
Dios había ideado para ellos, y siguieron los caminos de los paganos.
A
 fin de contrarrestar este creciente mal, Dios proveyó otros 
instrumentos que ayudaran a los padres en la obra de la educación. Desde
 los tiempos más remotos se había considerado a los profetas como 
maestros divinamente designados.  El profeta era, en el sentido más 
elevado, una persona que hablaba por inspiración directa, y comunicaba 
al pueblo los mensajes que recibía de Dios. Pero también se daba este 
nombre a los que, aunque no era tan directamente inspirados, eran 
divinamente llamados a instruir al pueblo en las obras y los caminos de 
Dios. Para preparar esa clase de maestros, Samuel fundó, de acuerdo con 
la instrucción del Señor, las escuelas de los profetas.
Estas
 escuelas tenían por objeto servir como barrera contra la corrupción que
 se propagaba por todas partes, atender al bienestar mental y espiritual
 de la juventud, y estimular la prosperidad de la nación, proveyéndola 
de hombres preparados para actuar en el temor de Dios, como directores y
 consejeros. Con este propósito, Samuel reunió grupos de jóvenes 
piadosos, inteligentes y estudiosos, que recibieron el nombre de hijos 
de los profetas.  A medida que estudiaban la Palabra y las obras de 
Dios, su poder vivificador activaba las energías de la mente y el alma, y
 los alumnos recibían sabiduría de lo alto. 
 Los
 maestros no sólo eran versados en la verdad divina, sino que habían 
gozado de la comunión con Dios, y habían recibido el don especial de su 
Espíritu.  Gozaban del respeto y la confianza del pueblo, tanto por su 
saber cómo por su piedad.  En los días de Samuel había dos escuelas 
tales, una en Ramá, donde vivía el profeta, y otra en Quiriat-jearim.  
En años posteriores se establecieron otras. 47
Los
 alumnos de estas escuelas se sostenían cultivando la tierra, o 
realizando algún otro trabajo manual.  En Israel no se consideraba cosa 
extraordinaria o degradante el trabajo; al contrario, se consideraba 
pecado permitir que los niños crecieran sin saber hacer trabajos útiles.
 Todo joven, ya fuera de padres ricos o pobres, aprendía un oficio. 
Aunque debiera educarse para desempeñar un oficio sagrado, se 
consideraba que el conocimiento de la vida práctica era un requisito 
esencial para prestar la mayor utilidad posible.  Muchos de los maestros
 se mantenían también por medio del trabajo manual.
Tanto
 en la escuela como en el hogar, mucha de la enseñanza era oral, pero 
los jóvenes aprendían también a leer los escritos hebreos, y se ofrecían
 a su estudio los pergaminos de las Escrituras del Antiguo Testamento. 
En esas escuelas, los principales temas de estudio eran la ley de Dios, 
con las instrucciones dadas a Moisés, la historia y la música sagradas, y
 la poesía.  En los relatos de la historia sagrada, se rastreaban las 
pisadas de Jehová.  
Se
 hacían notar las grandes verdades presentadas por medio de símbolos en 
el servicio del santuario, y la fe abarcaba el objeto central de todo el
 sistema: El Cordero de Dios, que había de quitar el pecado del mundo. 
Se fomentaba el espíritu de devoción y no sólo se enseñaba a los alumnos
 que debían orar, sino la forma de hacerlo, de acercarse al Creador, de 
ejercitar la fe en él y de comprender y obedecer las enseñanzas de su 
Espíritu. El intelecto santificado sacaba del tesoro de Dios cosas 
nuevas y viejas, y el Espíritu de Dios se manifestaba en la profecía y 
el canto sagrado.
Estas
 escuelas llegaron a ser uno de los medios más eficaces para estimular 
la justicia que "engrandece a la nación". Prov. 14:34. En escala no 
pequeña contribuyeron a poner el cimiento de la maravillosa prosperidad 
48 que distinguió los reinados de David y Salomón. 
Los principios enseñados en las escuelas de los profetas eran los mismos que modelaron el carácter y la vida de David. 
La
 Palabra de Dios fue su maestro. "De tus mandamientos - dijo él- he 
adquirido inteligencia. . . Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos".
 *Sal. 119:104,112. Eso indujo a Dios a decir de David, cuando lo llamó 
para ocupar el trono, que era "varón conforme a mi corazón". *Hechos 
13:22.
En
 los primeros tiempos de la vida de Salomón se ven también los 
resultados del método educativo de Dios. Este rey hizo en su juventud la
 misma decisión que David.  Antes que cualquier bien terrenal, pidió a 
Dios un corazón sabio y entendido. Y el Señor no sólo le dio lo que le 
pedía, sino lo que no había pedido: riquezas y honores.  El poder de su 
inteligencia, la amplitud de su conocimiento y la gloria de su reinado 
se hicieron famosos en todo el mundo.
Durante
 los reinados de David y Salomón, Israel llegó al apogeo de su 
grandeza.  Se cumplió la promesa dada a Abrahán y repetida por medio de 
Moisés: "Porque si guardarais cuidadosamente   todos estos mandamientos 
que yo os prescribo para que los cumpláis, y si amareis a Jehová vuestro
 Dios, andando en todos sus caminos, y siguiéndole a él, Jehová también 
echará de delante de vosotros a todas estas naciones, y desposeeréis 
naciones grandes y más poderosas que vosotros.  Todo lugar que pisare la
 planta de vuestro pie será vuestro; desde el desierto hasta el Líbano, 
desde el río Éufrates hasta el mar occidental será vuestro territorio.  
Nadie se sostendrá delante de vosotros". *Deut. 11:22-25.
Pero
 en medio de la prosperidad acechaba el peligro.  El pecado de los 
últimos años de David, aunque de él se arrepintiera sinceramente, y 
fuese duramente 49 castigado, envalentonó al pueblo en la transgresión 
de los mandamientos de Dios. Y la vida de Salomón, después de una mañana
 tan promisoria, fue oscurecida por la apostasía. El deseo de obtener 
poder político y engrandecimiento propio lo indujo a aliarse con 
naciones paganas. Procuró la plata de Tarsis y el oro de Ofir a costa 
del sacrificio de la integridad y la traición de los sagrados cometidos 
de Dios. 
 La
 asociación con idólatras y el casamiento con mujeres paganas, 
corrompieron su fe.  De ese modo fueron derribadas las barreras que Dios
 había levantado para seguridad de su pueblo, y Salomón se entregó al 
culto de los dioses falsos.  En la cima del Monte de los Olivos, frente 
al templo de Jehová, se erigieron imágenes y altares gigantescos para 
rendir culto a deidades paganas.  Al abandonar su fidelidad a Dios, 
Salomón perdió el dominio propio.  Su delicada sensibilidad se 
adormeció.  Se desvaneció el espíritu concienzudo y considerado que 
caracterizó el principio de su reinado.  Los frutos del orgullo, la 
ambición, la prodigalidad y el sensualismo, fueron la crueldad y la 
extorsión.  El gobernante justo, compasivo, temeroso de Dios, se 
convirtió en tirano y opresor.  El que en ocasión de la dedicación del 
templo había orado a Dios para que su pueblo le entregara sin reservas 
el corazón, se transformó en su seductor.  Salomón se deshonró a sí 
mismo, deshonró a Israel y deshonró a Dios.
La
 nación, de la cual él había sido el orgullo, siguió sus pasos.  Aunque 
más tarde se arrepintió, su arrepentimiento no impidió que diese fruto 
el mal que había sembrado.  La disciplina y la educación que Dios había 
señalado a Israel, tendían a diferenciarlos, en todos los aspectos de la
 vida, de los demás pueblos.  No aceptó gustoso esa peculiaridad que 
debía haber considerado privilegio y bendición especiales. Trató de 
cambiar la sencillez y el dominio propio, esenciales para un desarrollo 
más elevado,  50 por la pompa y el sensualismo de las naciones paganas. 
 Su ambición era ser "como. . . todas las naciones".*1Sam. 8:5. Desecharon el plan de educación de Dios, y no reconocieron su autoridad.
La
 caída de Israel empezó con el rechazamiento de los caminos de Dios para
 adoptar los caminos de los hombres.  Así siguió hasta que el pueblo 
judío fue presa de las mismas naciones cuyas costumbres había adoptado.
Como
 nación, los israelitas no recibieron los beneficios que Dios deseaba 
darles. No apreciaron su propósito ni cooperaron en su realización.  
Pero aunque los individuos y pueblos se separen así de él, su propósito 
para con los que en él confían es inmutable; "todo lo que Dios hace será
 perpetuo". *Ecle. 3:14.
Si
 bien es cierto que hay diferentes grados de desarrollo, y diferentes 
manifestaciones de su poder para suplir las necesidades humanas en los 
diferentes siglos, la obra de Dios, en todos los tiempos, es la misma.  
El Maestro es el mismo.  El carácter de Dios y su plan son los mismos. 
"En el cual no hay mudanza, ni sombra de variación".*Sant. 1:17.
La experiencia de Israel ha sido registrada para nuestra instrucción.  
"Y
 estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para 
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los 
siglos".*1 Cor. 10:11. En lo que respecta a nosotros, lo mismo que al 
Israel de antaño, el éxito de la educación depende de la fidelidad con 
que se lleva a cabo el plan del Creador.  La adhesión, a los principios 
de la Palabra de Dios nos reportará una bendición tan grande como la 
hubiera reportado al pueblo hebreo. (La Educación de E.G de White) 51
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