"Porque las cosas que se escribieron antes,
para nuestra enseñanza se escribieron".
Rom. 15:4.
B.- LAS ESCUELAS DE LOS PROFETAS.
"Ellos se sentaron a tus pies; cada uno recibió tus palabras".
Deut. 33:3. VM 1929.
DONDEQUIERA
se llevaba a cabo en Israel el plan educativo de Dios, se veía, por sus
resultados, que él era su Autor. Sin embargo, en muchas casas, la
educación indicada por el cielo y los caracteres según ella
desarrollados, eran igualmente raros. Se llevaba a cabo parcial e
imperfectamente el plan de Dios. A causa de la incredulidad y el
descuido de las instrucciones dadas por el Señor, los israelitas se
rodearon de tentaciones que pocos tenían el poder de resistir. Cuando se
establecieron en Canaán, "no destruyeron a los pueblos que Jehová les
dijo; antes se mezclaron, con las naciones, y aprendieron sus obras, y
sirvieron a sus ídolos, los cuales fueron causa de su ruina". Sal.
106:34-36. Su corazón no era recto con Dios, "ni estuvieron firmes en su
pacto. Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los
destruía; y apartó muchas veces su irá. . . Se acordó de que eran carne,
soplo que va y no vuelve". Sal. 78:37-39.
Los
padres y las madres israelitas llegaron a ser indiferentes a su
obligación hacia Dios y sus hijos. A causa de la infidelidad observada
en el hogar, y las influencias idólatras del exterior, muchos jóvenes
hebreos recibieron una educación que difería grandemente de la 46 que
Dios había ideado para ellos, y siguieron los caminos de los paganos.
A
fin de contrarrestar este creciente mal, Dios proveyó otros
instrumentos que ayudaran a los padres en la obra de la educación. Desde
los tiempos más remotos se había considerado a los profetas como
maestros divinamente designados. El profeta era, en el sentido más
elevado, una persona que hablaba por inspiración directa, y comunicaba
al pueblo los mensajes que recibía de Dios. Pero también se daba este
nombre a los que, aunque no era tan directamente inspirados, eran
divinamente llamados a instruir al pueblo en las obras y los caminos de
Dios. Para preparar esa clase de maestros, Samuel fundó, de acuerdo con
la instrucción del Señor, las escuelas de los profetas.
Estas
escuelas tenían por objeto servir como barrera contra la corrupción que
se propagaba por todas partes, atender al bienestar mental y espiritual
de la juventud, y estimular la prosperidad de la nación, proveyéndola
de hombres preparados para actuar en el temor de Dios, como directores y
consejeros. Con este propósito, Samuel reunió grupos de jóvenes
piadosos, inteligentes y estudiosos, que recibieron el nombre de hijos
de los profetas. A medida que estudiaban la Palabra y las obras de
Dios, su poder vivificador activaba las energías de la mente y el alma, y
los alumnos recibían sabiduría de lo alto.
Los
maestros no sólo eran versados en la verdad divina, sino que habían
gozado de la comunión con Dios, y habían recibido el don especial de su
Espíritu. Gozaban del respeto y la confianza del pueblo, tanto por su
saber cómo por su piedad. En los días de Samuel había dos escuelas
tales, una en Ramá, donde vivía el profeta, y otra en Quiriat-jearim.
En años posteriores se establecieron otras. 47
Los
alumnos de estas escuelas se sostenían cultivando la tierra, o
realizando algún otro trabajo manual. En Israel no se consideraba cosa
extraordinaria o degradante el trabajo; al contrario, se consideraba
pecado permitir que los niños crecieran sin saber hacer trabajos útiles.
Todo joven, ya fuera de padres ricos o pobres, aprendía un oficio.
Aunque debiera educarse para desempeñar un oficio sagrado, se
consideraba que el conocimiento de la vida práctica era un requisito
esencial para prestar la mayor utilidad posible. Muchos de los maestros
se mantenían también por medio del trabajo manual.
Tanto
en la escuela como en el hogar, mucha de la enseñanza era oral, pero
los jóvenes aprendían también a leer los escritos hebreos, y se ofrecían
a su estudio los pergaminos de las Escrituras del Antiguo Testamento.
En esas escuelas, los principales temas de estudio eran la ley de Dios,
con las instrucciones dadas a Moisés, la historia y la música sagradas, y
la poesía. En los relatos de la historia sagrada, se rastreaban las
pisadas de Jehová.
Se
hacían notar las grandes verdades presentadas por medio de símbolos en
el servicio del santuario, y la fe abarcaba el objeto central de todo el
sistema: El Cordero de Dios, que había de quitar el pecado del mundo.
Se fomentaba el espíritu de devoción y no sólo se enseñaba a los alumnos
que debían orar, sino la forma de hacerlo, de acercarse al Creador, de
ejercitar la fe en él y de comprender y obedecer las enseñanzas de su
Espíritu. El intelecto santificado sacaba del tesoro de Dios cosas
nuevas y viejas, y el Espíritu de Dios se manifestaba en la profecía y
el canto sagrado.
Estas
escuelas llegaron a ser uno de los medios más eficaces para estimular
la justicia que "engrandece a la nación". Prov. 14:34. En escala no
pequeña contribuyeron a poner el cimiento de la maravillosa prosperidad
48 que distinguió los reinados de David y Salomón.
Los principios enseñados en las escuelas de los profetas eran los mismos que modelaron el carácter y la vida de David.
La
Palabra de Dios fue su maestro. "De tus mandamientos - dijo él- he
adquirido inteligencia. . . Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos".
*Sal. 119:104,112. Eso indujo a Dios a decir de David, cuando lo llamó
para ocupar el trono, que era "varón conforme a mi corazón". *Hechos
13:22.
En
los primeros tiempos de la vida de Salomón se ven también los
resultados del método educativo de Dios. Este rey hizo en su juventud la
misma decisión que David. Antes que cualquier bien terrenal, pidió a
Dios un corazón sabio y entendido. Y el Señor no sólo le dio lo que le
pedía, sino lo que no había pedido: riquezas y honores. El poder de su
inteligencia, la amplitud de su conocimiento y la gloria de su reinado
se hicieron famosos en todo el mundo.
Durante
los reinados de David y Salomón, Israel llegó al apogeo de su
grandeza. Se cumplió la promesa dada a Abrahán y repetida por medio de
Moisés: "Porque si guardarais cuidadosamente todos estos mandamientos
que yo os prescribo para que los cumpláis, y si amareis a Jehová vuestro
Dios, andando en todos sus caminos, y siguiéndole a él, Jehová también
echará de delante de vosotros a todas estas naciones, y desposeeréis
naciones grandes y más poderosas que vosotros. Todo lugar que pisare la
planta de vuestro pie será vuestro; desde el desierto hasta el Líbano,
desde el río Éufrates hasta el mar occidental será vuestro territorio.
Nadie se sostendrá delante de vosotros". *Deut. 11:22-25.
Pero
en medio de la prosperidad acechaba el peligro. El pecado de los
últimos años de David, aunque de él se arrepintiera sinceramente, y
fuese duramente 49 castigado, envalentonó al pueblo en la transgresión
de los mandamientos de Dios. Y la vida de Salomón, después de una mañana
tan promisoria, fue oscurecida por la apostasía. El deseo de obtener
poder político y engrandecimiento propio lo indujo a aliarse con
naciones paganas. Procuró la plata de Tarsis y el oro de Ofir a costa
del sacrificio de la integridad y la traición de los sagrados cometidos
de Dios.
La
asociación con idólatras y el casamiento con mujeres paganas,
corrompieron su fe. De ese modo fueron derribadas las barreras que Dios
había levantado para seguridad de su pueblo, y Salomón se entregó al
culto de los dioses falsos. En la cima del Monte de los Olivos, frente
al templo de Jehová, se erigieron imágenes y altares gigantescos para
rendir culto a deidades paganas. Al abandonar su fidelidad a Dios,
Salomón perdió el dominio propio. Su delicada sensibilidad se
adormeció. Se desvaneció el espíritu concienzudo y considerado que
caracterizó el principio de su reinado. Los frutos del orgullo, la
ambición, la prodigalidad y el sensualismo, fueron la crueldad y la
extorsión. El gobernante justo, compasivo, temeroso de Dios, se
convirtió en tirano y opresor. El que en ocasión de la dedicación del
templo había orado a Dios para que su pueblo le entregara sin reservas
el corazón, se transformó en su seductor. Salomón se deshonró a sí
mismo, deshonró a Israel y deshonró a Dios.
La
nación, de la cual él había sido el orgullo, siguió sus pasos. Aunque
más tarde se arrepintió, su arrepentimiento no impidió que diese fruto
el mal que había sembrado. La disciplina y la educación que Dios había
señalado a Israel, tendían a diferenciarlos, en todos los aspectos de la
vida, de los demás pueblos. No aceptó gustoso esa peculiaridad que
debía haber considerado privilegio y bendición especiales. Trató de
cambiar la sencillez y el dominio propio, esenciales para un desarrollo
más elevado, 50 por la pompa y el sensualismo de las naciones paganas.
Su ambición era ser "como. . . todas las naciones".*1Sam. 8:5. Desecharon el plan de educación de Dios, y no reconocieron su autoridad.
La
caída de Israel empezó con el rechazamiento de los caminos de Dios para
adoptar los caminos de los hombres. Así siguió hasta que el pueblo
judío fue presa de las mismas naciones cuyas costumbres había adoptado.
Como
nación, los israelitas no recibieron los beneficios que Dios deseaba
darles. No apreciaron su propósito ni cooperaron en su realización.
Pero aunque los individuos y pueblos se separen así de él, su propósito
para con los que en él confían es inmutable; "todo lo que Dios hace será
perpetuo". *Ecle. 3:14.
Si
bien es cierto que hay diferentes grados de desarrollo, y diferentes
manifestaciones de su poder para suplir las necesidades humanas en los
diferentes siglos, la obra de Dios, en todos los tiempos, es la misma.
El Maestro es el mismo. El carácter de Dios y su plan son los mismos.
"En el cual no hay mudanza, ni sombra de variación".*Sant. 1:17.
La experiencia de Israel ha sido registrada para nuestra instrucción.
"Y
estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los
siglos".*1 Cor. 10:11. En lo que respecta a nosotros, lo mismo que al
Israel de antaño, el éxito de la educación depende de la fidelidad con
que se lleva a cabo el plan del Creador. La adhesión, a los principios
de la Palabra de Dios nos reportará una bendición tan grande como la
hubiera reportado al pueblo hebreo. (La Educación de E.G de White) 51
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